Al expresidente de FARCO, el Foro Argentino de Radios Comunitarias, lo secuestraron dos veces durante la dictadura y cuando lo liberaron una voz le dijo: “vos colaborás con la subversión. Nosotros defendemos la patria y el honor”. 21 años después, la reconoció en Hora Clave, el programa de Mariano Grondona: era Miguel Osvaldo Etchecolatz. Pulso Noticias y La Retaguardia siguen cubriendo el mega juicio unificado de los Pozos de Banfield, Lanús y Quilmes, todos los martes, a las 9:30hs.
Por: Ramiro Laterza – Edición: Julia Varela
Nestor Busso fue detenido en agosto del ‘76 por el Ejército Argentino en un local comercial de La Plata, donde había instalado la imprenta de SEDIPLA, el Servicio de Información y Difusión popular Latinoamericana, junto con otros compañeros. Estuvo detenido 18 días en la Comisaría Octava. Lo liberaron por la tarde y a la medianoche lo volvieron a secuestrar; esta vez, sus captores tenían los rostros tapados. Estuvo 50 días detenido, con las manos atadas y ojos vendados, entre el Pozo de Arana y el Pozo de Quilmes.
El 20 de octubre de 1976, la noche en que finalmente lo liberaron, había estado unas horas en la Brigada de Investigaciones de La Plata. Lo subieron a un auto tabicado y, atrás, se subió un hombre, un jefe policial, para el discurso del final. Después, lo empujaron en la vereda de 7 y 50, el centro de la ciudad.
21 años después, Nestor Busso reconoció la voz de quien le había hablado en el auto: el jueves 28 de agosto de 1997 el periodista Mariano Grondona invitó al ex comisario Miguel Etchecolatz a promocionar su libro “La otra campana del Nunca Más” a su programa de televisión.
Esa noche, también participó de Hora Clave Alfredo Bravo, militante, fundador de la CTERA, maestro y ex detenido desaparecido, quien había pasado por las torturas del excomisario bonaerense. Los 3 minutos de tenso cruce quedaron en la historia del periodismo nefasto.
“Esa voz no la olvido, así como no olvido el ruido del cerrojo de una celda, la sensación de hambre pasando varios días sin comer ni tomar agua tampoco se olvida”, dijo Busso cuando declaró en la audiencia 23 del Juicio unificado de las Brigadas de Banfield, Quilmes y Lanús. Desde Viedma, la ciudad donde reside desde que regresó del exilio, dijo que, tras 50 días de ojos vendados y manos atadas, se agudizan los sentidos, sobretodo el oído.
No por casualidad el ingeniero y comunicador popular Nestor Busso pasó el resto de su vida y militancia construyendo redes entre radios populares del país, como presidente del Foro Argentino de Radios Comunitarias y también secretario de Derechos Humanos de la provincia de Río Negro.
“Ese señor, que era el jefe, se sentó y me dio ese sermón. Yo reconozco la voz de años después, ya vuelto del exilio, en un programa de televisión: es la voz de Etchecolatz, su forma de hablar. No lo vi por las vendas, pero les aseguro que se agudiza mucho el sentido auditivo, estoy convencido de que era él quien me empujó del auto”, dijo Busso luego de una hora y media donde contó contexto y detalles sobre los dos secuestros que vivió en agosto, septiembre y octubre del ‘76, la noche que fue liberado en 7 y 50 tras 50 días de cautiverio. “Él era quien daba las órdenes”, agregó respecto a ese último día acostado en la parte de atrás de un auto, boca abajo con los ojos vendados, manos esposadas.
El primer secuestro
Nestor Busso vive en Viedma y realizó su testimonio por Zoom desde la Casona de la memoria “Eduardo “Bachi” Chironi”. Ya había declarado en la Conadep en 1984, en la Causa 13 de los comandantes de la dictadura en 1985, en el Juicio Por la Verdad en el 2000 y en Noviembre del 2011 en el Juicio por el Circuito Camps.
En los ‘70 Busso vivía en La Plata junto a su compañera y dos pequeños hijes de 10 meses y 3 años. Trabajaba en un Centro de Documentación y una revista que junto a otros compañeros habían iniciado. Se trata de SEDIPLA, Servicio de Información y Difusión popular Latinoamericana: “Recopilábamos información sobre la iglesia católica en América Latina y el compromiso de sectores cristianos con los más pobres”, contextualizó respecto a la doctrina de la iglesia a partir de la conferencia de los obispos en Medellín: “Era una iglesia audazmente comprometida con la liberación de todos los hombres”, describió Busso. Realizaban una publicación mensual y alquilaban un local en 50 entre 22 y 23, donde tenían una pequeña imprenta con una rotaprint y también hacían trabajos comerciales, que le servían como trabajo remunerado.
El 12 de agosto del ‘76, algunos minutos después de las 10 de la mañana, Busso estaba trabajando en el local cuando irrumpieron camiones, camionetas y hombres con el uniforme e insignias del Ejercito Argentino. “Dijeron ¡bajen todo! Yo tenía un guardapolvo gris. Me taparon, me tiraron al suelo y me sacaron del local, hacia un vehículo”. En la declaración Busso también recordó también que a dos cuadras del local funcionaba el Regimiento 7 de Infantería, donde hoy es el Centro Cultural Plaza Islas Malvinas.
Dieron algunas vueltas por la ciudad, hasta ingresar a un lugar que, luego supo, era la Comisaría Octava, en calles 7 y 74. Lo encerraron en un calabozo de aislamiento y lo dejaron un día allí “sin que nadie supiera nada de mí, con los ojos vendados y las manos atadas atrás”, describió en el inicio de su testimonio sobre aquel primer día.
Al segundo día le realizaron un interrogatorio. “Entre amenazas y golpes demostraban conocer las actividades que realizábamos y me preguntaban de dónde vienen las publicaciones; preguntas sobre obispos de la iglesia católica”, recordó y añadió: “fue un interrogatorio duro, estaban obsesionados con Don Jaime de Nevares y con Hélder Câmara de Brasil”.
Su familia empezó buscarlo, a hacer gestiones y entrevistas en la iglesia católica, con el ejército, en el Regimiento 7. Hasta que finalmente un soldado le confirmó que estaba en la Comisaría octava: “Fueron varias veces allí, llevando ropa y frazadas”, pero uno de los uniformados negaba que Busso estaba en ese lugar. Recibió las pertenencias recién 10 días después, al igual que una visita de su esposa, su padre y un sacerdote.
El 31 de agosto de ese mismo año, le comunicaron que lo iban a dejar en libertad, pero previamente lo llevaron al despacho de un comisario y le entregaron un certificado: “Era del Ejército Argentino y decía que había estado detenido por averiguación de antecedentes”. Finalmente lo sacaron a un patio y le dijeron: “te están reconociendo desde arriba” y allí lo trasladaron en un auto hacia la casa de sus padres, donde celebraron que se había finalizado el proceso luego de 18 días.
Pasada la medianoche, en la casa de sus padres, cuando ya estaba descansando con su mujer e hijes y, mientras sus padres, hermanos y un cura estaban de visita, sintieron golpes en la puerta.
El segundo secuestro
“Ingresaron al dormitorio varios hombres con pasamontañas, gorras, ocultando sus caras, con armas largas. Me hicieron vestir, me sacaron de la casa y me tiraron atrás en uno de los dos autos Torinos con los ojos tapados y manos vendadas”, relató Busso respecto a sus escasas horas de libertad.
“Circularon un rato hasta entrar a una calle de tierra y luego me dejaron en una dependencia donde estuve sentado en un cajón de verduras varias horas”, agregó como pistas a sospechar de estar en un lugar particular. luego fue ingresado a una sala donde le realizaron otro duro interrogatorio: “Rayaron lo absurdo porque aparentemente no tenían ningún dato sobre mi persona. Preguntaban mi supuesto nombre de guerra, donde tenía las armas. No tenían datos como en el interrogatorio anterior”, contó y agregó: “Me sacaron la ropa, me acostaron en una suerte de cama elástica: sentí la vibración pero no me llegaron a aplicar la picana eléctrica, que es con lo que me amenazaban”.
Después de ese interrogatorio desordenado y de varias personas, le tomaron los datos y los de de su familia y lo trasladan a un calabozo “muy pequeño, había no menos de 8 personas muy amontonadas, todos hombres, con solo una ventana alta pequeña”, agregó sobre el lugar donde estuvo en cautiverio 10 días.
“Estábamos prácticamente uno encima del otro y no podíamos hablar entre nosotros porque siempre había algún secuestrador muy cerca que inmediatamente nos golpeaba y se escuchaba mucho movimiento a la noche”, resumió sobre la realidad de esos días. También contó que una vez por día les daban comida: “Parecía de cárcel”. También contó que a la noche sacaban compañeros y los llevaban a la sala de torturas. Había además otro calabozo solo con mujeres.
“Cuando sacaban a alguien se escuchaban gritos de tortura. Ponían la radio con el volumen alto para tapar. También, se escuchaba pasar el tren una vez por día; evidentemente estábamos en el campo” expresó respecto a cómo comenzó a agudizar lo auditivo y a entender que se encontraba en el Pozo de Arana.
A los 10 días lo sacaron de ahí junto a otras 3 personas, tirados en la caja de una camioneta, con los vendados y las manos atadas atrás. Circulaban con sirenas: “Frenamos en un lugar y, a través de las vendas, y logré ver un escudo blanco de la policía de Buenos Aires, con la identificación de la Brigada de Investigación de Quilmes”.
Conurbano
Los subieron a los 4 tres pisos por una escalera muy angosta tipo caracol, mientras los amenazaban: “de acá te vas al cielo”. Allí los uniformados que les hicieron el chequeo le robaron el anillo de alianza, la campera y lo mandaron al calabozo: “calculo que fue un 10 u 11 de septiembre”.
A los pocos días se llevaron a los 3 compañeros que lo acompañaban y quedó allí, unos 2 o 3 días más, hasta que de pronto empezó a llegar gente: “Había mucho movimiento, sobretodo a la noche. En ese piso éramos todos varones y se escuchaban a las mujeres en piso inferior”, describió respecto a la Brigada de Quilmes.
“Había un trato degradante para las compañeras tanto en Arana como en Pozo de Quilmes”, describió y relató que durante algunos días escuchó los reclamos y gritos de ellas. “Había una plaga de piojos, pulgas y garrapatas o algo así, y lo que recibieron de respuesta fue Gamexane, un producto tóxico, que fue peor que la plaga”.
Con el paso de los primeros 10 días en ese calabozo junto a otros hombres, logró descubrir que las guardias que rotaban: “Una de esas guardias era particularmente cruel con insultos y golpes, otra intermedia y otra ‘la buena’”, expresó con sus propias comillas. “Nos traía un mate cocido a la mañana y durante el día los restos de comida que dejaban los presos sociales, presos comunes que estaban en una planta inferior, a quienes se los oía. Los domingo tenían visitas”, recordó. También mencionó que cada tanto se escuchaban los sonidos de una cancha y que pudo ver las chimeneas de cervecería Quilmes: “La identificaba por mi trabajo en la Dirección de Rentas”, expresó. “También veía un techo rojo grande que después supe que era el Hospital de Quilmes”, sumó Nestor Busso para seguir confirmando su lugar de detención.
“Se escuchaba claramente cuando llegaban los guardias desde otro piso porque tenían que abrir dos portones. Con los 3 movimientos característicos de los cerrojos de la cárcel, cuando la guardia no estaba había una posibilidad para comunicarse y soltarse las ataduras unos minutos, pero cuando escuchábamos los tres movimientos, llegaban los guardias con insultos. Esos tres movimientos son un sonido que me impacta hasta cuando lo siento en una película”, recordó trayendo nuevamente los sonidos de su vida después del segundo secuestro.
Última etapa en Quilmes
El 5 de octubre la hija de Busso cumplía un año. Ese mismo día, Néstor comenzó una nueva etapa en la Brigada de Quilmes. Llegó una persona a la que los guardias trataban como jefe. Ingresó a la celda y le preguntó a Busso cómo estaba: “A través de las vendas veo unos zapatos brillosos. A diferencia del resto del personal, parecía como de alguien bien vestido”. Al día siguiente lo retiraron del calabozo compartido y lo trasladaron a otro más amplio con un pequeño baño y una bolsa de dormir: “Las condiciones cambiaron sustancialmente, ya que en el calabozo a veces pasábamos 24hs dentro sin agua, sin comida y sin poder hacer necesidades básicas. Ensuciábamos en el mismo lugar con el consiguiente reproche e insultos del guardia que llegaba después”, describió.
En esa nueva celda aparecieron varios hombres que, después de insultar y realizar “un simulacro de fusilamiento medio teatralizado”, le cortaron el pelo, lo afeitaron y lo llevaron a una oficina en el nivel inferior del predio. Le pidieron que firme una declaración y él pidió leerla. “No te va a servir de nada”, le dijeron junto a amenazas e insultos pero lo dejaron mirarla luego de que los oficiales se retiraron del lugar. “Era algo así como una declaración de que colaboraba con la subversión”.
Comunicación por señas
Busso siguió en esa celda individual de la Brigada de Quilmes algunos días más: “En el baño había una ventanita donde se veían los calabozos donde había estado antes. Cuando no había guardias en ese nivel podía sacarme las vendas. “Tenía las manos atadas con trapos y cuerdas y, después de unos días, te las podías sacar con facilidad. Allí también me pude comunicar con lenguaje de señas. Hacíamos las letras con las manos. Yo no sabía las señas, pero junto a otro muchacho fuimos aprendiéndolas. Era la única forma de comunicarse habiendo estado solo tanto tiempo”.
Pudo intercambiar información con algunos compañeros detenidos: en la audiencia mencionó algunos recuerdos de ellos y sus características. También recordó cuando los genocidas llevaron preso a Osvaldo Busetto, un sargento del ERP y que los carceleros festejaban mucho haberlo secuestrado.
Un día, regresaron a Busso a los calabozos donde solamente estaba Gustavo Calotti con quien, por primera vez en muchos días, pudo conversar por varias horas: “Era bastante menor que yo, trabajaba en la Policía bonaerense y lo habían secuestrado desde esa misma Jefatura”, dijo.
“De mañana, vinieron a buscarme. Me hicieron arreglar un poco con un peine y me dieron un cinturón. Uno de los guardias tenía mi campera. Me bajaron por las escaleras, me tiraron acostado en el asiento de un auto, con una lona encima. Por primera vez tuve con esposas metálicas”, relató llegando al final de su secuestro.
Busso ya sabía que el lugar de detención era Quilmes, pero con el trayecto que realizó pudo confirmarlo. Identificó el recorrido: “El Camino Doble, Avenida Calchaquí, el ingreso a La Plata por Calle 13, Plaza Moreno, calle 14 y, a una cuadra, a la Brigada de Investigaciones de La Plata”, en calle 61. Allí lo bajaron a los calabozos, lo llevaron a uno muy angosto. Tenía los ojos vendados y las manos atadas. Pasó varias horas allí, hasta que a la tarde lo sacaron y lo llevaron un baño grande de casona antigua, con bañadera: “Me dicen, arreglate, lavate y me dan una toalla”. Después lo llevaron de nuevo al calabozo y a la noche lo sacaron de la Brigada. Lo metieron en otro auto y subieron a una persona: “Alguien a quien trataron con mucho respeto, que me empezó a dar un sermón. Me dijo que yo colaboraba con la subversión y que ellos defendían la patria y el honor. También me avisaba que me iban a dejar libre, pero que tenía 24 horas para salir del país, porque si me volvían a encontrar, me hacían boleta”, dijo en su testimonio ante la atenta mirada de querellas, jueces, fiscales, trabajadores judiciales en ventanas de Zoom.
El empujón del final y las gestiones familiares
Desde el piso del auto, atado pero con el oído agudo, Busso entendió que circulaban por el centro platense. Avanzaban despacio y el hombre le sacó la venda: “No mires a los que están adelante, mirame a mí, que no tengo ningún problema”, dijo. Le sacó las esposas y le dijo que se baje, que camine y que no mire para atrás. Estaba en la esquina de 7 y 50.
“Empecé a caminar y me encontré a mi papá a media cuadra”, relató. Sus padres, esposa y suegros habían sido avisados del horario y lugar de la liberación. “Mi suegro hizo gestiones y tenía algún grado de relación con Ibérico Saint Janes, que ocupaba el cargo de gobernador provincial”. Durante la declaración Busso contó que, diez días antes, el sacerdote Montes de La Plata, había visitado la casa de sus padres en nombre de monseñor Plaza, y les había contado que Néstor estaba vivo e iba a salir en libertad.
Durante las gestiones que hizo su familia “contactando a todos cuanto podían”, presentaron un Habeas Corpus ante el Juez Leopoldo Ruso. Ruso pidió un informe a la policía y al Ejército y, ante la respuesta de que no había sido detenido, el juez rechazó el Habeas Corpus: “Ese poder judicial recibió la información de mi secuestro y la rechazó. Ahora, 45 años después, lo estamos analizando”, dijo. Busso también contó que su esposa y el padre se entrevistaron con Astolfi, el capellán del regimiento 7 de infantería: “Me cuesta pensar que era sacerdote. Les dijo que el regimiento les había dado a analizar la colección de nuestra revista y que allí encontró elementos de la subversión. Reconoció que yo había sido secuestrado y lo justificó”, repudió Busso.
Cuando fue liberado, la familia ya tenía el pasaje para viajar hacia Brasil. Busso se exilió junto a su compañera y sus dos hijes durante seis años, hasta diciembre del ‘82. “Tuvimos muchas dificultades al principio. Yo había estudiado ingeniería pero hacía periodismo y no podía ejercer eso en Brasil. No sabíamos el idioma. Trabajé como peón en una imprenta y después fui mejorando la situación”, dijo. “Tuve que iniciar una nueva vida. Cuando volví al país, me instalé en Viedma. Ahí pude rehacer la vida con la familia, con compañeras y compañeros”, finalizó y agradeció a los compañeros detenidos desaparecidos con visible emoción.
En la audiencia 23 declararon Virgilio César Medina y Néstor Busso, que permanecieron en el Pozo de Banfield y Eva Romina Benvenutto, hija de Rosa Elena Vallejos y Jorge Omar Benvenutto. Todas las notas realizadas y la cobertura conjunta se pueden ver acá:
Traficante de stikers. Julia no se acuerda cuando decidió convertirse en periodista, pero a los 11 años escribió un cuento: un fideo de barrio armaba una revolución en la alacena para no morir en la olla. Ella cree que ahí empezó todo, y puede que tenga razón. Nació en Bahía Blanca, una ciudad donde hay demasiado viento, Fuerzas Armadas y un diario impune.
En 2012 recibió un llamado: al día siguiente se fue a Paraguay a cubrir el golpe de Estado a Fernando Lugo. Volvió dos meses después, hincha de Cerro Porteño y hablando en guaraní. Trabajó en varios medios de La Plata y Buenos Aires cubriendo géneros, justicia y derechos humanos. Es docente de Herramientas digitales en ETER y dio clases en la UNLP y en la UNLZ.
Tiene una app para todo, es fundamentalista del excel e intenta entender de qué va el periodismo en esta era transmedia.
Es melómano y amiguero. También es periodista, docente, trabajador cultural y militante. Nació y se crió en Necochea y ahora hace más de 15 años que corta por diagonales.
Su vicio lo lleva a la sección Cultura de Pulso, pero también se puede mover por Política, Interés General y Derechos Humanos. Hace trabajos radiales para la cooperativa y da una mano para la cuestión de recursos, suscripciones, cocinar para todxs o lo que pinte. Su moto y su ansiedad lo llevan a ser de lxs más puntuales del emprendimiento.