Durante una de las audiencias del juicio por los crímenes genocidas en las Brigadas de Banfield, Lanús y Quilmes, dos hermanas, hijas de un desaparecido, relataron cómo atravesaron y reconstruyeron sus vidas después del horror
Por Ramiro Laterza
El 20 de noviembre del 76 pasada la medianoche fuerzas policiales ingresaron a la vivienda donde residían Jorge Congett y Estela Maris, con sus dos hijas, en el barrio de VIlla Luzuriaga, La Matanza. Allí secuestraron y desaparecieron hasta la actualidad a “El Abuelo”, militante de Montoneros y trabajador del municipio de La Matanza.
Su hijas, Patricia y Claudia relataron el pasado 17 de agosto lo vivido durante estos 45 años en una de las audiencias del Juicio Brigadas, respecto a este caso que tardó mucho tiempo en ser admitido en los diferentes juicios genocidas, en el marco de las Brigadas de la Bonaerense en la Provincia de Buenos Aires.
Claudia Congett es la menor, es trabajadora de la salud desde hace más de 30 años y es docente universitaria. Nació en La Matanza hace 50 años. Patricia tiene 62 y vive aún en la zona oeste.
Jorge Luis Congett aún no ha sido identificado y continúa desaparecido. Nació en 1931, era porteño, hijo de familia de clase media con solo 2 hijos de los cuáles él era el mayor. Después de terminar el secundario entró a trabajar en la CGT de los Argentinos y allí conoció a Esther Muiños, ambos escaparon juntos de los bombardeos de 1955, en el atentado de la Fuerza Aéreas en Plaza de Mayo contra el gobierno de Juan Domingo Perón. Luego se casaron y se fueron a vivir a Ituzaingó. Allí nació la primera de sus hijas, en el año 1958, Patricia.
En ese momento Jorge Luis trabajaba en la Bolsa de Valores de Buenos Aires mientras que construían una casa en un lote familiar en Villa Luzuriaga, adonde se mudaron unos años después.
“Allí empieza a cambiar un poco la historia de vida de ellos”, explica Claudia, la menor de las hermanas, al contar que se acercaron a la capilla del barrio, la “Estela Maris”, donde empezaron a tener una activa militancia primero católica, que lleva a Jorge Luis a ser director y vicedirector de Cáritas del partido de San Justo, La Matanza, y luego a trabajar en dicho municipio a través de Acción Social. Allí es elegido delegado gremial del sindicato de municipales de la localidad del conurbano. Fue en ese momento que también empieza una militancia activa en la Juventud Trabajadora Peronista, en coordinación con otros gremios de la región.
En el pasar álgido de mediados de los 60´, Jorge Luis comenzó a formar parte de Montoneros y a fundar el Partido Auténtico de La Matanza, articulando a la Juventud Peronista, el municipio y la Iglesia, a través de curas tercermundistas. “Empiezan a trabajar en distintos barrios de ahí para lograr que la gente tuviese una calidad de vida un poco mejor, consiguieron lotes por intermedio del municipio donde cada una de las familias construía su casa, el municipio les ponía el lote y les daba acceso a los materiales y las mismas familias con ayuda del resto de los compañeros construían su casa y cuando terminaban se les daba un título de oficio”, describió Claudia.
Entre toda militancia, Jorge Luis era uno de los más grandes, con más de 30 años, rodeado de militancia joven, fue por eso que desde allí lo empiezan a llamar “El Abuelo”.
Llegada la década de 1970, en ese año nace la segunda hija, Claudia. Su mamá había estado trabajando en una fábrica de Ciudadela y también era delegada gremial, y en un proceso de despidos masivos, se quedó sin trabajo y decidieron que se dedicara a la crianza, la cual las hermanas se llevaban 12 años.
Primeros acercamientos al terror
Fue en el año 75 que ese círculo de la militancia peronista de zona oeste comenzó a verse sitiada por el terrorismo paraestatal. En un operativo en la Ruta 3 secuestraron a Estela Gariboto, amiga de mi familia. Allí el grupo salió a buscarla y, comenta Claudia en su testimonio en el juicio, vieron el auto de su compañera en el patio trasero de la Comisaría de San Justo.
Por intermedio de los contactos de la Iglesia y después de pagar una importante suma a Garibotto la pasaron a ser parte del Poder Ejecutivo Nacional hasta el año 81 que pudo salir en libertad condicional: “Me gusta nombrarla porque la quise mucho, fue muy importante en mi vida y hace unos años que ya no está entre nosotros”, relata Claudia.
“Mi padre siempre es recordado por sus compañeros como alguien súper solidario, que siempre estaba de buen humor, que tenía una manera de ser que hacía que se hacía querer, tenía mucha sensibilidad con la problemática social, y que no paraba un minuto, siempre estaba ayudando, trataba de utilizar todos los medios a su alcance y poner el Estado a disposición de la gente”, resume en el medio de su relato Claudia respecto a lo que pudo reconstruir.
“Más allá del día del secuestro, el último recuerdo que tengo grabado como una película fue el 6 de noviembre de 76 que yo cumplía seis años y me hizo el mejor cumpleaños de mi vida. Invitó a todos los chicos de mi barrio, llenó la casa de guirnaldas, invitó a mi familia y a sus compañeros de militancia y trajeron un proyector Super 8 que para ese momento era algo muy especial y muy loco y me pasaron películas de Disney”, destaca Claudia. “No me voy a olvidar más de ese día, mi papá y de Ricardo Chidichimo juntos y contentos viendo la alegría que teníamos, la casa de mi familia era una casa de puertas abiertas”.
En su alocución Claudia decidió también mencionar a alguien que frecuentaba la casa: Diego Guelar, quien hasta hace unos años fue embajador de China del gobierno de Cambiemos “y que actualmente es un activo militante de las redes del PRO, él era un alto dirigente de la organización Montoneros, venía a nuestra casa, mi mamá cuidaba a su hijo, él hacía reuniones con mi familia en casa, pero no en la suya, cuando alguien tenía que ir a la casa de él le vendaban los ojos, yo creo que este señor que cambió tanto ideológicamente debe saber muchas cosas de los que nos faltan”, apuntó.
Secuestro
Esa noche trágica el 20 de noviembre del 76 en horas de la madrugada estaba la familia en su domicilio durmiendo. Patricia, la hermana mayor, que dormía en el cuarto junto a la calle empezó a sentir autos, gente corriendo por la vereda y golpes en la puerta de la casa. Jorge Luis no decide marcharse, sino subirse al techo y aguardar escondido allí. “Abrimos la puerta y empezaron a entrar un montón de personas armadas, vestidas de civil, algunos también de verde”, recuerda Claudia quien en ese momento tenía 6 años. “Era una locura ver a mi mamá y a mi hermana arrodilladas contra la pared del comedor, apuntadas con armas”, describe.
“El Abuelo” es bajado de la terraza, metido en una habitación. “Uno de ellos me agarra a upa y me dice que él tenía unos sobrinos sí me quería ir con él, yo le dije que quería estar con mi familia”, destaca del momento cruel. Luego las encerraron a las 3 y se llevaron a Jorge Luis en el baúl de una Chevy negra. “La verdad que rompieron todo, se robaron todo,y destrozaron. Mi hermana tenía 17 años y lo primero que le preguntaron era si era estudiante de secundaria y ella respondió que no, que no estudiaba. y salvó su pellejo por eso”, también agrega como otro detalle escalofriante.
Búsqueda
La cacería por la militancia de San Justo no tardaría. Esa misma noche se llevan de su domicilio a Ricardo Darío Chidichimo, que tenía a su hija Florencia de 8 meses. Días antes secuestraron a otros dos trabajadores de La Matanza: a José Rizo y a Héctor Galeano, uno metalúrgico y el otro telefónico.
La noche del secuestro la familia de “El abuelo” intentó hacer la denuncia en la comisaría de Villa Luzuriaga, pero no se las tomaron, al igual que en la de San Justo: “Recorrimos hospitales, morgues, salíamos por todos lados a buscarlo, donde nos decían, nos tomábamos un tren y veníamos a La Plata, a Olmos, a la Unidad 9 a todos lados, mi madre y mi hermana llegaron a comprarse una máquina Olivetti porque ellas tenían que hacer los habeas corpus, porque no había abogados que lo hicieran”, recuerda Claudia.
Apenas un mes después, su mamá, Esther Muiños, tuvo que salir a buscar un trabajo para sobrevivir, y lo halló en un geriátrico: “Cuando le daban un feriado y le tocaba domingo lo cambiaba con alguna compañera para durante la semana tener días libres para ir a hacer trámites para buscar a mi padre”.
“Yo tengo muchos recuerdos de que estábamos muy solas, los primeros días nos íbamos a dormir a la casa de mis tíos, de noche teníamos miedo”, agrega Claudia y recuerda la noche de año nuevo del 77: “La gente tenía miedo de juntarse con nosotras, así que fuimos solas buscar algún lugar para comer una pizza y nos encontramos por la zona de Liniers, ahora pienso que seguramente mi padre en esos días estaba muriendo cerca de esa zona”, dice respecto a la información que fue encontrando años más tarde.
Cuando se cumplió el primer aniversario del golpe, el 24 de marzo del 77, y las 3 mujeres habían vuelto a la casa familiar, nuevamente grupos parapoliciales ingresaron a la casa: de nuevo rompieron todo, vinieron a robarnos lo poco que nos quedaba, mi mamá había cobrado los sueldos retroactivos que le debían y se lo llevaron”, recuerda y agrega: “estas personas se hacen los adalides de la moral y de las buenas costumbres y nos robaban como viles delincuentes comunes”.
Además, recuerda frases completas: “Nos dijeron que que ellos iban a venir las veces que quisieran a reventarnos la casa, y que nosotros éramos idiotas útiles porque íbamos a tener que trabajar toda la vida para mantenernos pero que si a él le pasaba algo su familia iba a quedar parada en muy buena posición”.
En otra de las anécdotas de búsqueda, donde “nos seguimos moviendo y buscándolo por cielo y tierra”, contó Claudia que su mamá pidió hablar con el intendente de La Matanza, en ese momento interventor militar, ya que Jorge Luis era un empleado suyo: “Nos atiende una de las compañeras de trabajo de él y nos contó que le habían dicho que hacía seis meses que lo estaban investigando”, dijo, dejando otra fuerte denuncia respecto a su secuestro en noviembre del 76.
Eclesiástico
La niña, la adolescente y su madre seguían en contacto con la parroquia que su padre frecuentaba, uno de esos días fueron a la Catedral de San Justo donde hablaron con un sacerdote que decía ser amigo de muchos militares y entre ellos Suarez Mason y “él decía que mi papá estaba bajo la órbita de Suárez Mason”.
También se dirigieron a la Vicaría Castrense, donde daban información a otros familiares de desaparecidos: “Ahí estaba el Monseñor Graselli que tenía fichas con siglas de las personas que los familiares buscaban a alguien”, recuerda y dice: “Relatan que siempre hacía así -dice a quienes la observan por la cámara de Zoom y hace una señal clásica de cura de marcar una línea vertical con la mano: “pero que en otros momentos hacía así”, dice y hace una línea horizontal, como de final-. “Mi hermana en algún momento se enojó mucho y le dijo si él era católico para tratar así a las familias, y mi mamá tuvo que sacarla con miedo a que terminara igual que mi papá”, relata como otro de los duros momentos vividos.
“Seguimos buscando noticias pero nunca pudimos saber nada, mi mamá, mi hermana, junto a otros familiares juntaban plata para sacar en los diarios de la época los listados de las personas que faltaban”, también se acuerda de esos momentos, sobretodo: “El día que el inmoral de Astiz estuvo ahí y besó una por una a las personas que después se llevaron, incluso tuvo a upa a Florencia Chidichimo, mi mamá tuvo que mandar un sobrecito porque no pudo tomarse el día en el hospital”, dice respecto al dinero juntado para la solicitada de búsqueda.
Respecto a su etapa escolar, la cual iniciaba la primera en esos años, Claudia recordó que “alguna persona te abrazaba, te contenía y la mayoría no, para la mayoría eras un problema, eras discriminado durante la época de de la dictadura, la verdad que fue todo muy triste, no me permitían hablar de la situación de mi padre. Yo lo extrañaba, le compraba un regalo para el día del padre o para el 17 de septiembre de su cumpleaños hasta que un día, ya con 10 años, mi vieja me dijo: -basta, no va a volver, tenemos que dejar de hacer esto- calculo que para ella también debía ser muy duro”. Su mamá y su hermana trabajaban ambas y ella le quedaba ir al colegio: “Crecí muy sola y fue bastante duro llegar a la democracia”, dice respecto al año 1983 y la presentación de todas las denuncias en CONADEP.
Última época: Homenaje a Nilda Eloy y los sobrevivientes
Pasaron las décadas, siguió la reconstrucción de sus vidas, continuó la investigación respecto al secuestro de “El Abuelo” y de todos sus compañeros trabajadores de San Justo. Fue en 2011 cuando dos hijas de desaparecidos fueron a conocer el archivo de la DIPBBA, espacio abierto y de memoria manejado por la Comisión por la Memoria en La Plata. Allí, Florencia Chidichimo, la hija de Ricardo y Mariana Pérez Linardo, hija de Jorge Félix Pérez, trabajador del Banco Provincia también secuestrado y desaparecido, seguían sus tareas de búsqueda, como tantos otros familiares en calle 54 entre 4 y 5. Allí, charlando, Florencia describe a su papá, mencionando su apellido, y otra persona que estaba allí la interrumpió: “¿Perdón, qué apellido dijiste?” – Chidichimo-. Allí Florencia recibió un fraterno e infinito abrazo por parte de Nilda Eloy, quien había compartido cautiverio con Ricardo.
Eloy comenzó a reunirse con las hijas Chidichimo, Perez Linardo. Les contó que vio a los tres en la Brigada de Lanús en alguna fecha pasada el 20 de noviembre
Después del 20 de noviembre del 76 (fecha de los secuestros) estaban en la Brigada de Lanús con asiento en Avellaneda: “El Infierno”. Nilda recordó cuándo llegaron todos los compañeros del Oeste (La Matanza), que eran todos trabajadores y que estaban en terribles condiciones de hacinamiento.
Nilda Eloy mencionó allí a un compañero que le decían “El Colorado” que había caído en un enfrentamiento y era dirigente de la columna oeste de Montoneros. Contó que les daban de comer una vez por semana, que les tiraban agua por una manguera por la mirilla, o tenían que juntar agua de lluvia en un zapato en el patio, que compartían un poquito cada uno, todos en muy mal estado”, les contó la referente de la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos (AEDD) fallecida en noviembre del 2017- . Allí además Chidichimo “(que le decían el meteorólogo”, a Perez Linardo también reconoció a José Rizo, también el telefónico Héctor Galeano, y “había un joven que falleció en esos días en el lugar, que habría tenido una apendicitis por la infección que sufrió y murió en en el calabozo”.
Respecto a “El Abuelo” Congett, Claudia retorna a la primera persona y reconoce: “Nosotras no teníamos ninguna información de mi papá, cuando me contaron de Nilda me fui corriendo a verla, a conocerla y abrazarla y allí empezó una amistad”, recuerda con cariño y dolor. “Ella nos decía cariñosamente “Las hijas del Infierno”, la volvíamos loca nosotras también, porque tratábamos de juntarnos en algún café y de charlar, que nos relate, la verdad no conocí persona más amorosa y solidaria para llevarnos a nuestra historia, la historia de nuestros papás”.
Relató que “al colorado” lo entraban y lo sacaban del infierno, que estaba moribundo, en condiciones terribles, que había hasta sufrido amputaciones de sus miembros inferiores y superiores, en condiciones infrahumanas. Sin embargo aún no estaba claro si Congett estaba allí.
A través de Nilda también se acercaron a otro sobreviviente, Horacio Matoso, con quien pudieron reunirse: “Él tenía, me parece, mucho miedo porque ya había pasado el secuestro de Jorge Julio López, entonces tenía medidas de seguridad muy extremas”, recuerda. Matoso sí recordaba a “el abuelo” y “habló de mi papá como un tipo bastante serio, grande, callado y que decía que si alguno sale de acá, le avisa a mi familia o le avisa a alguien que me vieron acá, pidió que vayan a la capilla Stella Maris, porque él tenía una cuestión de cuidado muy fuerte con su familia”.
“Para nosotros esto es casi una confirmación de que él estaba en ese lugar, por comentarios de Nilda y de Horacio creemos que a ese grupo los sacaron de El Infierno el 31 de diciembre del 76, ellos vieron que lo sacaban sin saber el destino”, expresa Claudia respecto a lo que lograron investigar. Años después aparecen los restos en el cementerio de Villegas de José Rizo, en una fosa común con otras personas que no se pudieron saber los restos: “Según una investigación de la época dicen que fueron fusilados en la zona de La Tablada, pero no aparecieron los rastros de mi padre, nosotros seguimos buscando, dimos nuestra gota de sangre a la EAAF y buscamos en cada lugar donde nos dicen”, agregó Claudia Congett respecto a la lucha de toda su vida. “Sabemos de una posibilidad en el cementerio de Avellaneda, en el sector 134 donde está el panteón de la policía y dicen que debajo hay restos de desaparecidos, creo que la justicia en esto tiene que intervenir, los familiares necesitamos saber el destino de nuestros familiares”, expresa y pide que se tenga en cuenta este dato.
En uno de aquellos encuentros, también habló con Carlos Zorzoli: “Era compañero de militancia de mi padre, tenían una amistad, nos vimos en un bar y ví que él tenía a mi padre como angelado, como que mi viejo era algo superior. Me contó que “el abuelo” era un cuadro y que tenía a cargo a compañeros para la formación. También me dijo que mi papá sabía donde él vivía, que conocía cada detalle y que nunca fueron a buscarlo a a Carlos al lugar donde vivía, que mi viejo podría haber cantado bajo tortura, pero que nunca lo hizó”.
Lucha y organización
Desde el 2011 las “Hijas del Infierno” y otros familiares comenzaron a reunirse para visibilizar el paso del genocidio en la zona oeste del AMBA. Allí fundaron HIJOS La Matanza y profundizaron las búsquedas, abriendo las puertas a “un montón de personas que aún no habían hablado de sus desaparecidos, así que empezamos a tejer esas redes y encontrarnos y homenajear a los compañeros desaparecidos, a buscar su historia”. Fue en ese proceso que se solicitó la desafectación de la Brigada de San Justo que todavía no fue aceptada, y participaron de la desafectación de la Brigada de Lanús (El Infierno) donde se logró inaugurar el Archivo Municipal de la Memoria, y donde se puede acceder a información sobre los desaparecidos de la zona de Avellaneda.
Allí, Claudia expresó cómo fue el momento que ingresó a “El Infierno” y la Brigada de San Justo: “Son sensaciones contradictorias, es como un frío que corre por dentro mío, me angustiaba”, dijo. Y también contó que su mamá sigue viviendo en Villa Luzuriaga, con 83 años.
Reflexión Final de la vida
“A mí, mi padre me faltó en las alegrías y en las penas, no fue por voluntad ni de él ni mía que no pudo participar de muchas cuestiones de mi vida importantes, como el nacimiento de mis seis hijos, cuando me recibí, o muchos otros momentos. Mi viejo, para mi, fue un héroe y sigue siendo un héroe y voy a hacer un pedido especial para los jueces”, logró expresar Claudia antes de finalizar su testimonio.
“El pedido es que no lo desaparezcan de nuevo, mi viejo tiene una identidad, le decían “el abuelo” pero era Jorge Luis Congett. Me parece importantísimo que se reconozca que mi viejo fue visto, él cuidaba mucho los temas de seguridad y por eso no decía su nombre y apellido, pero está bien claro que mi viejo no era “El colorado”, que era Jorge Luis y que entró después del 20 de noviembre, porque el mes previo, que fue cuando secuestraron a “el Colorado” mi papá estaba en casa con nosotras, necesitamos justicia por él y por los 30.000”.
Finalmente se dirigió a los genocidas acusados en el juicio: “A sus asesinos y sus cómplices, yo sé que profesan la religión católica que seguramente están en los últimos años de su vida, que si tienen fe en Dios, yo sé que vamos a hacer justicia y que también hay justicia divina, pero que antes de irse de esta tierra, nos digan el destino final de cada uno de nuestros compañeros, que me digan seguir dónde están esas cosas comunes, dónde están esos listados y si están en el río o en el mar, yo sé que fueron muy ordenados y prolijos con algunas cosas, que tengan la dignidad cristiana de decirnos dónde están, cuál es el destino final, pues si hay algo que me queda pendiente en la vida con mi viejo es llevarle una flor”, expresó Claudia Congett a los 50 años de su vida: “Hace 18 años perdí una de mis hijas y si tengo un deseo antes de irme de este mundo es tener los huesos de mi viejo junto con mi hija Flor, que tengan piedad y que sepan que por mi parte y por la parte de mi familia no olvidamos, no perdonamos y no nos reconciliamos”.
Claudia, para finalizar, explicó que ni siquiera le dejaron una foto de ella con su papá, sin embargo mostró una donde aparece Jorge Luis con ella, pero reconoció que es un montaje que necesitaba tener.
Aportes de la hermana mayor
Patricia Carmen Congett tiene hoy 62 años, nació un 21 de noviembre de 1958 y, por ende, es la mayor de las hermanas. Sigue viviendo en la zona oeste, lugar la noche anterior a su compleaños 18°, fue secuestrado su papá delante de ella, de su hermana y su mamá.
En su alocución también expresó detalles de sus días de vida. Contó que a Jorge Luis lo secuestraron hace ya 45 años, casualmente cuando tenía 45 años. “Este 17 de septiembre cumpliría 90 años”
Cuando yo era chiquita decidieron mandarme a una formación católica, a la capilla Stella Maris, donde mi papá empezó a tener una acción social, y años después, empezó a conectarse también con la política porque había todo una necesidad en nuestro país en ese momento de un cambio, de buscar otro tipo de soluciones a la realidad que se estaba viviendo, entonces se empieza a conectar dentro del Partido Peronista con otros compañeros a nivel gremial para hacer algunos cambios en lo que era la realidad de los empleados municipales en esta época”, resume a su modo.
“Ahí se empiezan a unir otros más jóvenes, gente que venía de las escuelas, de las universidades y mi padre era bastante más grande que ellos, a partir de ahí le empiezan a poner el apodo “El abuelo”, una persona muy respetada y querida, él tenía entre 20 y 25 años más que los muchachos con los que activaba políticamente”, agrega. .
“Jamás pensamos que iba a pasar lo que pasó, mi padre creo que nunca lo pensó, él era un militante que buscaba el bien común, no buscaba otra cosa”, dice respecto a lo que sucedió el 20 de noviembre del 76 cuando ella ya estaba en el colegio secundario y su hermana en el jardín. Sabíamos del golpe militar de 1976, sabíamos que había compañeros que se estaban llevando, pero mi padre no creyó que le iba a tocar, quizás ninguno creía en ese momento porque lo que pasó fue una cosa muy de locos”.
Patricia también le expresó al tribunal que ya declararon en otra causa anterior, en los Juicios por la Verdad y además el juicio por Brigada de San Justo. “Ahí tanto mi hermana como yo reconocimos a uno de los represores”.
Respecto a los 45 años de búsqueda Patricia contó que la mañana siguiente al secuestro se dirigieron a lo de una compañera suya de la secundaria cuyo cuñado había participado en operativos de secuestro. El colegio en el que iban, el Normal de San Justo estaba pegado al municipio, donde trabajaba Jorge Luis y que por eso Patricia lo visitaba, estaba a veces en su oficina y conocía a compañeros suyos. Cuando fueron a la casa de la compañera de colegio, su cuñado le explicó lo que había pasado con su padre y que ella sabía que él participaba de secuestros. “Le dije que mantenía la privacidad de lo que sabía pero que nos tenía que ayudar. Se trata Miguel Ángel Cristóbal, respecto a lo que las hermanas ya declararon en el juicio de San Justo. “Casualmente él fue personal de la brigada de San Justo, donde llevaron a mi padre”, expresa Patricia.
Cristóbal les informó que habían hecho operativos en Ramos Mejía, les reconoció que había “áreas protegidas”, en referencia a que la comisaría no daba información ni aceptaba denuncias dentro de ese sector. “Luego nos dejó información para desorientarnos”.
En la búsqueda también comentó que se conectaron con las Madres de Plaza de Mayo, y otros organismos de derechos humanos. “En ese momento el abogado que colaboraba con un familiar desaparecido era pronto un desaparecido más”.
Tuvimos también grandes desilusiones como por ejemplo quien hasta entonces parecía un gran compañero, Diego Guelar, que después nos enteramos que era Servicio de Inteligencia, le pedimos varias veces que nos ayudara en esto de los juicios, pero todavía lo estamos esperando, sería bueno que en algún momento algún tribunal lo citara”, dijo y recordó un detalle: “Incluso mi mamá le cuidaba a su hijo Alejo”.
También mencionó la amistad y militancia con Ricardo Chidichimo y su compañera, Cristina del río, que lo secuestraron unas horas más tarde que a Jorge Luis. “A medida que pasan los días nos enteramos que secuestraron a todo el grupo de militancia de La Matanza.
Anécdota Graselli y más reconstrucción
Tal como su hermana, una de las búsquedas y me parece muy importante que lo tengan en cuenta que hay registros son los de la Vicaría castrense. Tanto Tortolo como Graselli nos tomaban los datos a todos los familiares y esas fichas están ahí en La Plata, esos archivos fueron secuestrados por el Estado. Allí hay anotaciones de cada destino de cada detenido. “Graselli decía que a él los militares le decían a qué familiares había que seguir buscando y a cuáles ya no había que buscarlos más”, en clara señal de muerte. Emilio Graselli era ayudante del fallecido vicario castrense monseñor Adolfo Tórtolo.
Con todos los reclamos presentábamos tres Habeas Corpus mensuales: uno en San Martín, otro en Morón y otro en Capital, porque La Matanza no tenía todavía tribunales. “Uno de ellos tuvo respuesta y nos convocaron de la comisaría de San Justo que un poco más nos retaron y argumentaron que no habíamos hecho la denuncia, cuando en realidad no nos la habían tomado”.
Íbamos a la puerta de la ESMA donde no nos dejaban entrar, nos atendían con armas y presentábamos notas, cartas; fuimos a puertas de cárceles, donde los familiares nos juntábamos, fuimos a Campo de Mayo nos reunimos con el capellán de ahí en el año 77 quien reconoció que ahí había un campo de concentración donde tenían a la gente enumerada.
También el segundo allanamiento del 24 de marzo del 77, “una o dos horas se quedaron, fue siniestro”. Recordó, ya 2011, la lucha también para que les permitan declarar en los Juicios por la Verdad y el encuentro con Nilda Eloy a través de Chidichimo y Pérez Linardo y cómo compartieron cautiverio en “El Infierno”, Avellaneda. Ella también recordó “un hombre muy grande que se presentó como El Abuelo”, mientras estaban todos apretados durante mucho tiempo. “El destino hizo que Nilda y Horacio Matoso pudieran salir y en el 2011 contarnos, donde se nos abrió un panorama”.
Resaltó cuando “El abuelo” le dijo en cautiverio a Matoso, que avise en la capilla que estaba bien, para que se entere su familia sin darle su domicilio. “Cuando Horacio nos dijo eso, no dudamos más que se trataba de nuestro padre” Jorge Luis Congett.
“Es muy difícil ser un familiar de desaparecido que a uno no le digan dónde están los restos de su familia” dijo. Allí le pidió a los genocidas “a alguno de ellos que quizás se arrepientan, que nos digan dónde están”, y también criticó la lentitud de la justicia. Sin embargo resaltó “el orgullo que tengo de ser hija de desaparecidos, aunque yo no lo quisiera, y tampoco quisiera ser hijo de un genocida, yo puedo reivindicar que mi papá fue un hombre de bien”.
También, en el marco de las preguntas, reconoció que se sintieron amenazadas cuando pasaban autos con patentes tapadas, con no poder dormir en su casa, y la amenaza del Señor Graselli con su gesto. También la amenaza en la Iglesia Santa Cruz, donde se juntaban las Madres de Plaza de Mayo y donde Astiz, disfrazado, tuvo en brazos a Florencia.
“Si la justicia no entiende que mi padre era “el abuelo”, me sentiría desilusionada y que lo están desapareciendo de nuevo”, dijo mientras mostraba una foto de Jorge Luis. Tez trigueña, pelo negro, lacio, peinado para atrás, la foto es más cercana al 76, delgado de cara, nariz aguileña, ojos rasgados y oscuros. “Con certeza pasó por la Brigada de San Justo y por la Brigada de Lanús”.
También habló del panteón de la policía del cementerio Avellaneda, o sector 134: “no tengo certeza pero por testimonios, allí hay restos, y si es mi papá o no lo importante es que se investigue”.
“Ya llevamos dos cadenas perpetuas de injusticia, yo ya tengo muchos años más que los que tenía mi papá cuando lo secuestraron, es muy difícil, con nuestros hijos, nietos”, dijo y pidió para terminar leer un correo que le envió Horacio Matoso en los últimos días. Para pedirle al tribunal leerlo aclaró: “Nosotros los hijos buscamos además de justicia, buscamos encontrar un poquito de paz y de sanación a todas estas cosas que nos han pasado y que no fueron nuestra responsabilidad”.
Email de Horacio Matoso a Patricia Congett, que leyó en el testimonio.
“Hola Patricia, una alegría este contacto que se encuentren bien vos y tu hermana. El fallecimiento de Nilda me generó un gran aislamiento de todo aquel dolor y al mismo tiempo, amor, era mi nexo y mi confianza, el empuje de ella hacia mí, hoy ustedes siguen esa lucha, ese combate, por mantener las ideas y no solo el recuerdo en sí mismo, así que todos ustedes son mis energías, que también llevan las de Nilda están con ustedes.
Con esas vivencias que construyeron una parte de tu ser y que ahí puedas expresar, por qué no olvidar, y seguir pidiendo justicia en términos de sostener las ideas amorosas de aquellos viejos, para evitar lo que aquel genocidio hizo llegar hasta estos días, aunque parezca una anacronismo para estos tiempos, pero hoy tan necesarias”.
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Es melómano y amiguero. También es periodista, docente, trabajador cultural y militante. Nació y se crió en Necochea y ahora hace más de 15 años que corta por diagonales.
Su vicio lo lleva a la sección Cultura de Pulso, pero también se puede mover por Política, Interés General y Derechos Humanos. Hace trabajos radiales para la cooperativa y da una mano para la cuestión de recursos, suscripciones, cocinar para todxs o lo que pinte. Su moto y su ansiedad lo llevan a ser de lxs más puntuales del emprendimiento.