El avance de un acuerdo para que nuestro país produzca 9 millones de toneladas de cerdo destinadas a China despertó la alarma de un conjunto de organizaciones ambientalistas y se viralizó en las redes sociales un pedido para que el gobierno argentino de marcha atrás. Pulso Noticias analizó las implicancias del posible tratado a través de la voz de especialistas
Por Walter Amori
“No queremos transformarnos en una factoría de cerdos para China, ni en una fábrica de nuevas pandemias”, bajo ese título advierten desde la plataforma Acciones Biodiversidad sobre el acuerdo que avanza entre Argentina y China para producir en nuestro territorio 9 millones de toneladas de cerdos destinados a la alimentación del país oriental.
Acciones Biodiversidad es una espacio colectivo que reúne a organizaciones latinoamericanas y movimientos de la región que trabajan en defensa de la biodiversidad, y desde ese lugar comenzaron con una campaña de concientización y de adhesiones para tratar de evitar que ese tratado se lleve adelante.
Rápidamente distintas organizaciones de investigadores, científicos, defensores de la agroecología y de la soberanía alimentaria, pero también escritores, artistas y miles de ciudadanos de a pie se plegaron a la advertencia, señalando que este tipo de hacinamiento de animales para su producción industrial es uno de los factores claves para la generación de desastres socioambientales que desembocan en las pandemias a las que asistimos en los últimos años, incluida la de la covid-19.
“En los criaderos industriales, los animales son sometidos a aplicaciones de una cantidad de antibióticos y antivirales para prevenir las enfermedades y engordarlos rápidamente. Por ende, estos centros industriales se convierten en un caldo de cultivo de virus y bacterias resistentes. Una vez que un microorganismo muta, se fortalece y puede provocar nuevas infecciones con daños incalculables. Como consecuencia, hay que tomar medidas como el confinamiento de una gran parte de la población mundial o la matanza de miles de millones de animales”, explican.
Relaciones tóxicas
El pasado 6 de julio un comunicado de prensa del Ministerio de Relaciones Exteriores informó que “el canciller Felipe Solá mantuvo una constructiva entrevista telefónica con el ministro de Comercio de la República Popular China, Zhong Shan” en la que dialogó sobre “el avance en un proyecto, ya conversado entre el gobierno argentino y el Ministerio de Agricultura de China, sobre producción de carne porcina de inversión mixta entre las empresas chinas y las argentinas”.
“La Argentina podría producir 9 millones de toneladas de carne porcina de alta calidad y le daría a China absoluta seguridad de abastecimiento durante muchos años” dice el comunicado, y resalta que “ya llegaron a un acuerdo sobre este proyecto la Asociación China para la Promoción Industrial y la Asociación Argentina de Productores Porcinos”.
Las tratativas se desarrollan en el marco de acciones de la República Popular China para erradicar la Peste Porcina Africana (PPA). Se estima que allí se habrían sacrificado entre 180 y 250 millones de cerdos de forma totalmente cruel, como quemándolos o enterrándolos vivos. Además, el gobierno chino autorizó a las empresas de ese país para la inversión de criaderos en otros territorios, y se considera que la importación de carne de cerdo aumentará un 75% en China.
Según el comunicado difundido desde los grupos ambientalistas, 9 millones de toneladas de carne representarían 14 veces el total de lo producido por el país en todo el 2019. “No podemos aceptar que, en nombre de la reactivación económica o en el altar de las exportaciones, la Argentina se convierta en una factoría de cerdos para China”, indican.
La periodista Soledad Barruti, autora del libro “Malcomidos”, difundió un mensaje a través de sus redes sociales (que tiene más de un millón de reproducciones), en el que así describe lo que sucede en una granja industrial de cerdos: “Es un lugar infernal. Cuando nacen los animales se les extraen los colmillos sin anestesia y se les corta la cola, porque es tal el estrés que les va a provocar la vida que les espera en estos corrales de engorde, que van a empezar a comerse unos a otros. Para evitar eso no se crean mejores condiciones de vida sino que se les arranca los colmillos y la cola que es lo primero que se mastican entre sí”.
Se trata nada más y nada menos que de un círculo vicioso, que es conocido en nuestro país: incluye producciones arrasadas para la implantación de soja transgénica y poblaciones enteras contaminadas con herbicidas, cuyo objetivo es alimentar a cerdos producidos en condiciones extremas bajo los efectos de medicamentos y drogas que, a su vez, generan la resistencia de bacterias que luego se desplazan al cuerpo de humanos. Un combo letal, que hoy mantiene confinada a buena parte de la población mundial.
Déjà vu
En el documento se afirma que “el riesgo para la salud colectiva es innegable, pero corre el peligro de ser desatendido, como lo fue en 1996 con la introducción de soja transgénica”. “Entonces Felipe Solá era Secretario de Agricultura, Ganadería y Pesca y aprobó la introducción de esas semillas que solo crecen en combinación con un paquete de venenos aumentando el uso de agrotóxicos en un 1400 % en casi 25 años de agronegocio transgénico”, reseña.
En diálogo con Pulso Noticias, Matías Blaustein, Coordinador del Grupo de Biología de Sistemas y Filosofía del Cáncer e investigador del CONICET, señala que si se concreta la medida “sentaría un precedente nefasto”.
“Venimos de los ‘90, cuando durante el gobierno de (Carlos) Menem se firmaron los acuerdos para introducir el paquete de soja transgénica con la resistencia a herbicidas. Eso generó la desertización, el monocultivo, los desmontes, los grandes movimientos de gente que se tuvieron que trasladar desde distintos lugares a vivir en los grandes cordones de los conurbanos, el desplazamiento de animales y las fumigaciones con herbicidas que se han aplicado por millones de toneladas”, detalla Matías.
“Lo que en su momento el investigador del CONICET, Andrés Carrasco, denominó como un ‘experimento masivo’, con toda la generación de malformaciones y de casos de cáncer”, agrega.
Para el abogado ambientalista Enrique Viale, el avance de esta iniciativa sería como “pasar de Vaca Muerta a Cerdo muerto”. “Es otra historia ‘eldoradista’, donde el progreso se convierte en un fantasma que nunca se atrapa y con gravísimas e incalculables consecuencias sociales, ambientales y sanitarias”, expresa a este medio.
La leyenda de El Dorado, la ciudad perdida hecha de oro, data del siglo XVI y llevó a muchos conquistadores a emprender una búsqueda inútil, y muchas veces mortífera, a través de las selvas y montañas de Sudámerica. Ese lugar no existía.
En carne propia
Leda Giannuzzi tiene un largo recorrido en la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria de la Universidad de La Plata. En la misma línea de Enrique Viale, señala a Pulso que este tratado “va en contra de los principios que nosotros tenemos, creemos en una forma de producción totalmente diferente, que no es este tipo de producción intensiva. El sistema de producción intensiva de soja y maíz se va a profundizar, no sólo para exportar, sino ahora para que coman los chanchos”.
“Acá lo que hay es una pérdida de soberanía, se privilegia lo que el mundo está queriendo que produzca Argentina. El mundo te dice ‘ahora haga esto, ahora haga aquello, que la Argentina produzca chanchos ahora, antes que produzca soja’, y hacemos todo lo que nos dicen. ¿Dónde está la decisión de los pueblos?”, reflexiona Leda.
Pese al panorama sombrío que podría representar el avance de la medida, Soledad Barruti afirma que “estamos a tiempo de poner un límite, a tiempo de decir que no se haga con nuestro país cualquier cosa, a que no sigamos entregándonos a un agronegocio que es suicida”.
“Se necesita que estos temas sean debatidos públicamente, sean parte de la agenda y que no sean directamente implementados desde arriba, en un acuerdo entre Estados y grandes empresas, sin involucrar al resto de la población y sobre todo de las y los trabajadores, que son los que terminan sufriendo más fuertemente en carne propia los efectos colaterales”, manifiesta en tanto, Matías Blaustein.
En el comunicado movilizado desde Acciones Biodiversidad se indica también que esta medida económica sería un nuevo paso atrás de cara al intento de alcanzar la Soberanía Alimentaria. “En estos tiempos de pandemia, desigualdades y crisis socioecológica, resulta fundamental avanzar en un pacto ecosocial y económico, a través del aprovechamiento del enorme territorio nacional, realizando una mejor y más justa redistribución de la tierra, de la riqueza, de los medios de producción y la comercialización, de la mano de un modelo sano, agroecológico, solidario y soberano”, concluye el documento.
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