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Dulce condena: una golosina por un verso

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Dulce condena: una golosina por un verso

Pulso Noticias dialogó con Soledad Barruti acerca de qué comemos (y cuáles son sus efectos) cuando ingerimos chocolates, caramelos, alfajores y todo tipo de objetos comestibles que se nos ofrecen como parte de la “semana de la dulzura”. Publicidad, marketing, malnutrición, obesidad y nuestra relación con la comida

Por Walter Amori

Cuando Soledad Barruti decidió investigar y escribir sobre cómo nos alimentamos, entendió que debía ir hasta las entrañas más profundas del sistema productivo, que el camino era sinuoso y que, como ella afirma, se transformaría en un “paseo por el infierno”.

En ese recorrido, que se tradujo en su primer best seller, “Malcomidos: Cómo la industria alimentaria argentina nos está matando”, encontró zonas rurales arrasadas por la soja transgénica; poblaciones, verduras y frutas envenenadas con herbicidas; pollos, vacas y peces cargados de químicos y drogas para resistir condiciones de producción extremas.

Además, sus consecuentes efectos: la malnutrición y obesidad, junto a un abanico de afecciones que van desde lo cardiovascular hasta lo psicológico. El fortalecimiento de las bacterias que esa forma de producir genera, hoy podemos vislumbrarlo en las enfermedades de características mundiales que vimos florecer en las últimas décadas (gripe aviar, gripe porcina, coronavirus).

El camino de Soledad continuó en el supermercado, con el objetivo de quitarnos las anteojeras con las que recorremos los pasillos y las góndolas, siempre repletos de colores, carteles, y “superofertas”. En “Mala leche. El supermercado como emboscada”, nos cuenta que lo que nosotros creemos que son alimentos (yogures, postres, galletitas, jugos, cereales, entre otros), no son más que una acumulación de productos que nos enferman y hasta causan la muerte.

La periodista e investigadora señala que lo que a menudo comemos son productos ultraprocesados, con químicos, saborizantes, colorantes y aromatizantes. Todos con una bajísima cantidad de nutrientes, pero con la cantidad suficiente de azúcar, sal y grasas como para volvernos adictos. Su trabajo incluye un viaje a la International Flavors & Fragances (ubicada en Garín), un laboratorio que fabrica sabores y olores para los ultraprocesados.

En este marco, dialogamos con Soledad Barruti para que nos cuente qué es lo que nuestro cuerpo y nuestras neuronas están recibiendo en esta semana que comercialmente, desde el año 1989, se ha dado en llamar la “semana de la dulzura”.

“Si uno piensa en las golosinas piensa en algo que se consume de manera ocasional, y en ese caso no tendría un mayor problema más allá de eso. El problema mayor es que la golosina es lo que hoy invade nuestra alimentación. Comemos más que nada azúcar y comemos todo tipo de aditivos, que antes estaban sueltos en algunos caramelos, pero ahora lo hacemos de la mañana a la noche”, señala Soledad en el inicio de la charla con Pulso Noticias.

“Es terrible pensar que nuestra alimentación hoy tiene excepciones, y que cuando se habla de una semana solamente pensando en el marketing de un grupo de productos, como si estuviésemos viviendo un evento particular, en realidad hay todo un consumo orientado hacia la misma forma de comer”, explica.

La publicidad y el marketing manipulan nuestros deseos como consumidores

Un codazo más que un beso

La “semana de la dulzura” surgió en el invierno de 1989 de la mano de la Asociación de Distribuidores de Golosinas y de una empresa en particular, Arcor, con el objetivo de aumentar las ventas. La estrategia comercial incluyó el eslogan “una golosina por un beso”.

Este año los cuidados necesarios para evitar el contagio de coronavirus pusieron en crisis aquel lema original. En ese contexto, desde la Asociación de distribuidores de galletitas, golosinas y afines (ADGYA) optaron por cambiar a “un beso virtual por una golosina real”.

Lo cierto es que más allá de lemas y contextos, lo que siempre está operando sobre nuestros consumos es la publicidad y el marketing. “Este año decidimos que haya menos publicidad en la vía pública y reforzamos la comunicación directa al consumidor en espacios virtuales para incentivarlos a que no dejen de comprar los productos”, reveló descarnadamente esta semana Ariel Korin, gerente de gestión de ADGYA al diario Clarín.

“Lo que hay es una artillería pesada, creada y diseñada para condicionar nuestros gustos. La publicidad funciona muchísimo, más y mejor de lo que nosotros creemos. Y por eso las empresas gastan más plata en hacer la publicidad de los productos que en los productos en sí mismo”, afirma Soledad Barruti.

En la misma línea expresa: “La publicidad y el marketing son los que generan, básicamente, la única información que nosotros recibimos sobre alimentación. Nosotros confundimos publicidad con información y vamos como conduciendo nuestras búsquedas en el supermercado a partir de eso”.

Por otra parte, advierte: “me parece que una de las cosas más importantes es pensar que este tipo de campañas, con este tipo de ideas de ‘date un gustito con una golosina´, en un contexto de pandemias gravísimas como la que estamos viviendo, de enfermedades no transmisibles como las que transitamos hoy, están acompañadas por la Sociedad Argentina de Nutrición y en eso es en lo que tenemos que poner el foco”.

Etiqueta negra

En referencia a lo que se puede hacer desde el Estado, Barruti destaca lo realizado en Chile, donde se promulgó una ley que advierte sobre el contenido de los productos ultraprocesados. La norma prohíbe, entre otras cosas, que el packagging de los mismos contengan imágenes de dibujos animados o superhéroes.

Productos bajo la ley de etiquetado de Chile

“La erradicación del hambre en el mundo ya no puede ser nuestra única preocupación. La obesidad y sus complicaciones, incluidos los infartos, los accidentes encefálicos, el cáncer, la hipertensión, la depresión y la diabetes, es otro de los mayores desafíos a los que se enfrenta la humanidad en materia de salud y de gasto público”, señala la Organización de la Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en su informe titulado “La ley chilena de etiquetado de alimentos” (2018).

“La iniciativa chilena, en marcha desde 2016 tras años de negociación y de férrea oposición de la industria, incluye una innovadora medida concreta, que los propios niños ayudaron a diseñar: unas etiquetas en forma de disco negro que indican los niveles de azúcar, grasas, sal y calorías de los alimentos y hacen más comprensible para los consumidores las cualidades nutricionales de lo que eligen”, resalta el documento.

Respecto a ello Soledad Barruti le dice a este medio, “mientras Arcor saca acá que hay que consumir la porción justa de chatarra, esos mismos productos en Chile están rotulados con sellos negros que evitan su consumo”. Desde la aplicación de la ley en el país trasandino, el 90% de los consumidores manifiesta que se fija en el etiquetado al adquirirlos, y el 70% señala haber modificado sus hábitos de compra. La clave es contar con información.

El vínculo con lo que comemos

El senador Guido Girardi, promotor de la ley de etiquetado en Chile, indica que “el problema del siglo XXI no va a ser el hambre, va a ser la malnutrición”. En nuestro país, la tasa general de obesidad es la más alta de América Latina y el 60% de la población nacional tiene sobrepeso según datos del Ministerio de Salud. Además, Argentina se ubica en primer lugar en el continente, con un 9,9% de niñas y niños obesos, y un 30% con sobrepeso.

Cuando le consultamos a Barruti si se podría pensar en promover una “semana de la dulzura” alternativa o saludable, es contundente en su negativa. Así lo explica: “Yo no creo en el marketing de la alimentación de ninguna manera, creo que la alimentación tiene que estar fuera de un evento comercial. No creo en que se marketinice la manzana, creo que hay que recuperar con la alimentación otros vínculos, que estén por fuera de las lógicas del mercado. El marketing y la publicidad es, en todos los casos, algo que nos hace mal como sociedad, entonces por qué lo vamos a usar en pensar o para resignificar algo que supuestamente nos haría bien”.

“Es mejor pensar que no está bueno manipular los deseos de consumo de nadie, ni sugestionar a las personas a que compren cosas que en el fondo no desearían comprar. Y permitir que los vínculos con los alimentos nazcan desde una relación más natural, más sana, más desde el deseo real y no desde el deseo inducido. Vamos a poder comer mejor en la medida en la que nos reconectemos de verdad con la comida”, concluye Soledad.

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