El padre del joven trans desaparecido desde marzo del 2021 no participó ni siguió los últimos alegatos judiciales contra uno de los dos únicos imputados del caso. Confiesa que se siente “estafado” por los derechos humanos y el poder judicial. “Siempre la buscaron muerta y eso no se los perdono”.
Por: Facundo Lo Duca / Edición: Mariana Sidoti Gigli
Foto: Rodrigo Ruiz para Revista Cítrica / Cobertura Colaborativa
“Sos periodista, hermano. ¿Qué haces vos para que las cosas mejoren? ¿Qué haces para que los derechos humanos se vayan a la concha de su madre? ¿Dónde está Tehuel? ¿Encontraron a Tehuel? ¿Están buscando a Tehuel? El país está destruido, hermano. Hay mucha delincuencia gracias a los derechos humanos. Porque los derechos humanos defienden eso. No a la gente de bien. ¿Vos sabes dónde se fundaron los derechos humanos? Se fundaron el 10 de diciembre de 1946 en París. Tres o cuatro organizaciones se pusieron de acuerdo y sacaron esta mierda. Se metieron a donde no se tienen que meter. Defendieron a los delincuentes. Ponete a revisar tu ideología y vas a ver que están totalmente equivocados. No soy especialista, pero gracias a los derechos humanos uno de los delincuentes del caso de mi hija volvió a delinquir. Ahora los pantalones largos los tienen los delincuentes”. Audio de WhatsApp enviado por Andrés De la Torre a este cronista, miércoles 17 de julio.
Andrés De La Torre, 70 años, jubilado y padre de Tehuel ─el joven trans de 21 años desaparecido desde el 11 de marzo del 2021 en San Vicente, provincia de Buenos Aires─ está sentado en el comedor de su casa de Tristán Suárez, mientras acaricia en su regazo a su perra Mailén, un caniche blanco e inquieto. “Abajo, abajo”, le dice Andrés. Viste una camisa negra a cuadros y una gorra del Club Atlético Tristán Suárez. Es un sábado de julio. En su televisión hay nadadores de diferentes países compitiendo en los Juegos Olímpicos. No le interesa específicamente lo que sucede allí, pero lo entretiene. “Andan para atrás nuestros deportistas”, desliza Andrés.
Detrás suyo hay una bandera blanca colgando con el dibujo de un pulpo sonriente en el medio que dice “Escuela de deportes de Olavarría”. “Era de mi viejo, se lo dieron cuando murió”, cuenta Andrés. “Un estandarte en su honor. Nosotros somos de Olavarría, pero ya no me quedan muchos familiares allá. Solo tengo a mis hijos. Menos a una”, dice. La pesca es el único deporte que lo atrae. La tranquilidad de la laguna de San Blas en Bahía Blanca, por ejemplo. Allí, sobre el agua espejada, confiesa, se siente “pleno”.
Andrés no solo hablará de ríos y lagunas. Opinará también sobre el juicio que empezó contra uno de los dos sospechosos por la desaparición de Tehuel (“No estoy a favor. Ojalá se pudran en la cárcel, pero nadie me devuelve a mi hija”); sobre el caso de Loan, el niño de cinco años desaparecido en Corrientes (“pasó lo mismo que con Tehuel. Al pedo hacen los rastrillajes. Me da bronca”); sobre los 24 tomos de 400 páginas cada uno que tiene la causa (“leí todo. Solo sirven dos tomos, el resto es basura”); sobre los viajes en soledad que hace al interior del país para buscar en parajes perdidos, en casas y boliches sombríos al costado de la ruta, alguna señal de su presencia (“ningún juez o diputado quiere enfrentar a la trata de personas porque no les conviene. Yo sí estoy dispuesto).
Pero ahora, mientras la luz entre por la ventana del comedor y recorta su figura, Andrés habla sobre un sueño. Uno que tuvo a la semana de la desaparición de Tehuel, a mediados de marzo del 2021. “Estaba en un rincón sola, vestida con una chomba blanca y el cuellito rojo”, cuenta el padre. “Y me miraba fijo”.
Tehuel De La Torre nació y se crió con sus cuatro hermanos en la calle Aráoz de la Madrid del barrio Luján, en Tristán Suárez, una cuadra de tierra mullida con árboles largos y frondosos. La primaria la hizo en la Escuela n° 23, a siete cuadras de la casa de Andrés. También la secundaria. “Jugaba a la pelota con sus hermanos en la calle todo el día”, cuenta Andrés. Con su hermana Ailén tenía más afinidad. No se despegaban nunca. “De acá para allá andaban esas dos”, recuerda el padre.
Durante su adolescencia, Tehuel tenía facilidad para hacerse amigo de la gente mayor del barrio. Su padre siempre lo veía charlando y ayudando a diferentes vecinos. Algunos con bastón. Con una en particular, cuenta el padre, generó un vínculo especial. Delia, de unos 70 años, vive a pocas cuadras de lo de Andrés. “La invitaba a pasar a nuestra casa siempre que se la cruzaba”, rememora De La Torre.
La sexualidad de Tehuel, por otro lado, nunca fue un problema para Andrés. “Le gustaban las chicas, nada más. Me molesta cuando le dicen varón trans. Nunca se definió así ella”, asegura. En marzo de 2021, Tehuel no pasaba un buen momento personal. Desempleado y viviendo en otra localidad, Andrés afirma que lo veía “vulnerable”. El 6 de marzo del 2021 hablaron por última vez por WhatsApp. Tehuel le contó que había conseguido un empleo como mozo ocasional los días sábados. Él lo felicitó. Luego, empezó el calvario.
“Siempre la buscaron muerta. Desde un primer momento. Hacían rastrillajes en pastizales. ¿Qué iba a estar haciendo ahí, Tehuel? ¿tomando sol?”, señala, irónicamente, Andrés respecto del inicio de las medidas para dar con su hijo. El último rastro que la justicia detectó de su paradero fue el 11 de marzo a las 20: 42 hs. Fue a través de una foto del peritaje al celular de Ramos. En la imagen, se ve a Tehuel con otros dos hombres, Luis Albero Ramos y Oscar Alberto Montes, ambos detenidos e imputados por su presunto homicidio agravado por odio a la identidad de género.
La hipótesis de que Tehuel fue asesinado en algún tramo de esa noche se funda en elementos hallados en los primeros días de la investigación: la foto del celular de Ramos, fragmentos del teléfono móvil de Tehuel tirados, además de retazos de su ropa y hasta gotas de sangre. Todo encontrado en las inmediaciones de la casa de Ramos, ubicada en la localidad de Alejandro Korn. La sangre fue cotejada con la de Andrés, su hermana Ailén y Norma Nahuelcurá, mamá de ambos.
“Pueden ser pistas falsas”, retoma el padre. “Y las gotas de sangre pueden ser porque se defendió. No porque la asesinaron”, insiste Andrés. “No sabemos lo que pasó. Para la justicia mi hija está muerta, pero no hay certezas de nada”, agrega. Hay otra causa judicial abierta en marzo del 2022, en la que querellan el CELS y la CIAV, donde se investiga qué pasó con Tehuel. Esa causa solo se cerrará cuando se sepa la verdad, es decir, cuando encuentren a Tehuel. Su resolución es independiente del resultado de los juicios penales contra Ramos y Montes.
“Si bien es cierto que no tenemos forma de determinar cómo y con qué se cometió este atroz crimen contra la humanidad de Tehuel, no tenemos ninguna duda de que el imputado ha llevado a cabo esta macabra empresa delictiva”, dijo el fiscal, Martín Chiorazzi, al inicio de los alegatos de la Fiscalía realizados en julio. En esa instancia, el fiscal se encargó de reconstruir las pruebas que para el Estado son fundamentales para pedir la condena del imputado por el delito de homicidio agravado por el odio a la identidad de género, correspondiente al artículo 80 inciso 4 del Código Penal, y que tiene una pena de reclusión perpetua.
Chiorazzi recuperó las cuatro pruebas que impulsaron a la Fiscalía a elevar la causa a juicio y habló de las salpicaduras de sangre en la pared de la casa de Ramos: “No tiene forma alguna de explicar cómo es que se encontró sangre, un pedazo de la carcasa del celular de Tehuel y tela quemada que también correspondía a Tehuel”, aseguró el fiscal.
También se refirió a las posiciones coincidentes de los celulares del imputado y de la víctima. “Las pruebas periciales obtenidas, datos de los teléfonos, testimonios y antenas constituyen una base sólida para acreditar el homicidio. Tehuel fue asesinado por Luis Alberto Ramos”, agregó por su parte Juan Pablo Caniggia, otro funcionario de la Fiscalía de Juicio nº19.
“Confié los primeros diez meses de búsqueda, después me di cuenta que me cagaron”, asegura Andrés. El último objeto que tiene de Tehuel en su casa, es una radiografía de cuando su hijo se rompió la rodilla jugando a la pelota.
Uno de los espacios de la casa donde Andrés pasa más tiempo es su taller, un cuarto enorme al fondo. Las paredes están revistadas con tableros desde donde cuelgan herramientas de todo tipo. Un acoplado para autos yace en el medio, entre mesas de maderas y placares. Sobre el techo de uno de los placares, atados con un hilo grueso, Andrés guarda los 24 tomos de la causa de Tehuel. “Todo basura. Solo sirven dos tomos. La empezaron a buscar tarde a mi hija. Desde ahí, todo fue una mentira”, dice el padre. También nombra los organismos públicos que intervinieron en la causa y que “no sirvieron para nada”: Ministerio de la Mujer de la Nación; Ministerio de Seguridad de la Nación; Ministerio de Seguridad de provincia; Procuración; Fiscalía General. Levanta un dedo por cada organismo. Son cinco justo. Con la otra mano hace un ademan de que no, nada sirvió.
El acoplado empolvado en su garage tiene una historia que a Andrés lo hace reír. Es así: siempre que viajaban en la ruta con un Renault 8 que tenía, le anexaba el acoplado detrás. Allí viajaban sentados sus cinco hijos. Pero cada vez que pasaba un auto, el padre veía por el espejo retrovisor como Tehuel le hacía fuckyou al resto de los vehículos detrás. “Vas a hacer que me vengan a buscar un día”, le decía Andrés. Él no respondía y se reía. La última que lo hizo, Andrés se rió también.
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