Por José Luis Carretero*, colaboración para Pulso Noticias
En apenas 24 horas se han sucedido dos importantes noticias en la vida política española: el rechazo del Parlamento a los presupuestos presentados por el gobierno de Pedro Sánchez y el inicio, en el Tribunal Supremo, del juicio a los independentistas catalanes que, en muchos casos desde las propias instituciones autonómicas, convocaron y llevaron a efecto el referéndum de autodeterminación del 1 de octubre del año pasado y la posterior declaración política de independencia de la República Catalana.
Ambos sucesos está íntimamente relacionados: el gobierno de Sánchez, en acusada minoría parlamentaria, no podía aprobar los presupuestos sin el apoyo explícito de los catalanistas, y estos no podían apoyar las cuentas de Sánchez mientras su base social se movilizaba en reclamo de la libertad de los independentistas encarcelados o exiliados. Esto ha provocado la convocatoria inmediata de elecciones generales para el 28 de abril.
En este escenario la situación política española amenaza con entrar en un nuevo ciclo de convulsiones: dos campañas electorales seguidas, de enorme trascendencia (el 28 de abril elecciones generales, el 26 de mayo locales, autonómicas y europeas), mientras transcurre el juicio más importante de la historia española (el proceso contra los independentistas catalanes), en un contexto de ralentización económica en Europa y ascenso de la ultraderecha, que puede dar el campanazo, tanto en las generales españolas como en las subsiguientes elecciones al Parlamento Europeo en toda la UE.
El partido del gobierno, el PSOE de Pedro Sánchez, tratará de alentar el voto del miedo entre el electorado de izquierdas con mayores tendencias abstencionistas. Recordemos que en las recientes elecciones autonómicas andaluzas, el PSOE fue expulsado del gobierno andaluz por vez primera en más de 30 años por la alianza vergonzante entre el liberalismo mas posmoderno (Ciudadanos), el conservadurismo clásico español (el Partido Popular) y la emergente ultraderecha (Vox). Este resultado fue el producto de la abstención de una gran parte del electorado que tradicionalmente había votado al PSOE ante el hartazgo generalizado por su dinámica amable con la corrupción y su creciente deriva social-liberal.
El agotamiento del ciclo de luchas que tomó el nombre del 15-M y que se expresó electoralmente en la emergencia de Podemos y las llamadas candidaturas del cambio a nivel local, agravado por los errores y las dinámicas cainitas de la dirección podemita, así como por la tradicional tendencia a la fragmentación de la izquierda sistémica española, provoca una enorme debilidad electoral en el espacio a la izquierda del PSOE. Todo ello pone en cuestión, a su vez, la posibilidad de que el inestable y contradictorio bloque de la “izquierda” pueda obtener por sí mismo la mayoría absoluta en las elecciones de abril.
El otro candidato a la mayoría absoluta es el recién construido bloque de la derecha, que abarca desde el liberalismo más europeísta a la emergente ultraderecha. Los trillizos reaccionarios (PP; Ciudadanos y Vox) empiezan a amagar un bloque articulado capaz de obtener la mayoría electoral, pese a sus contradicciones internas que quedan en un discreto segundo plano ante la posibilidad de conseguir el poder, como se ha visto en la reciente manifestación “por la unidad de España” convocada por los tres partidos, junto a diversas plataformas neonazis, Falange y otras hierbas del universo derechista en Madrid. El hecho de que el tripartito de derechas haya apostado por comportarse como los gremlins malos de la película de los noventa, amagando con extremar decididamente su discurso en una clara concesión ideológica a la ultraderecha más radical, tiene su explicación: no cabe duda de que quien ha dado agua al gremlin Casado (presidente del Partido Popular, conservador y puntal tradicional del régimen del 78) más allá de la medianoche, y le ha convertido en un agitador cuasi-mussoliniano, ha sido el eterno líder José María Aznar, mentor de todo lo que ocurre en el ala más derechista del PP desde que abandonó el poder. En todo caso, es previsible que tanto Ciudadanos como el propio PP intenten moderar su discurso de cara a la campaña electoral, procurando limitar el miedo que una victoria en la que intervenga el ultraderechista Vox va a provocar en amplios sectores de la izquierda desengañada o abiertamente abstencionista.
Aún así, si el discurso del miedo a la ultraderecha no vence a la ola parda, se pueden abrir dos escenarios postelectorales que aún permitan sostener (aunque dificultosamente) un gobierno del PSOE:
En primer lugar, que, aunque la izquierda no consiga la mayoría absoluta, pueda obtenerla con el apoyo de los grupos nacionalistas catalanes y vascos, es decir, una reedición de la situación actual, reproduciendo sus mismos problemas y su esencial inestabilidad. En ese caso se impondría como necesaria una normalización del catalanismo que probablemente gran parte del aparato político del mismo está ya deseando, pero que es de difícil puesta en marcha mientras continúe la represión contra los líderes y gran parte de la población catalana siga movilizada; o, a la contra, una apuesta decidida del PSOE por una reforma constitucional centrada en el tema territorial que difícilmente va a comenzar por la falta de la mayoría necesaria en casi cualquier escenario y por el simple hecho de gran parte del aparato del PSOE no sustentaría esa opción.
En segundo lugar, que PSOE y Ciudadanos, por si solos, sumen suficientes escaños para obtener la mayoría absoluta. Entonces sería posible un pacto que ahora parece contra natura, por la decidida apuesta de Ciudadanos por la opción derechista. pero que no lo es tanto. Al fin y al cabo neoliberales y social-liberales no están tan lejos unos de otros y ambos podrían presentar en sociedad la alianza (y muy señaladamente frente sus respectivos socios europeos) como un pacto contra los populismos (de derechas y de izquierdas) que, según la narrativa europeísta dominante, amenazan el corazón de nuestra inestimable democracia representativa.
Este es el mapa de las posibilidades electorales de aquí al 28 de abril. Victoria clara de las derechas, cada vez más extremadas, y deriva autoritaria. Victoria inestable de la izquierda gracias al miedo provocado por la emergencia de la ultraderecha, con tímidas reformas de lo peor del legado de Mariano Rajoy. Laberinto de alianzas entre la izquierda y el nacionalismo periférico, con posibilidades recurrentes de ruptura y adelanto electoral. Pacto omnicomprensivo entre liberalismo posmoderno y social-liberalismo con inicio de un experimento “a la Macron”.
En este escenario, sin embargo, los movimientos sociales tratan de reorganizarse y reconstruir sus tramas. La convocatoria de huelga general feminista del 8 de marzo está siendo una buena herramienta de construcción de pueblo en este contexto desfavorable. Las luchas por la vivienda, por una renta mínima de inserción o las crecientes actividades del sindicalismo combativo (luchas de las kellys -camareras de pisos de los hoteles-, movilizaciones contra las plataformas colaborativas o contra el amianto en lugares como el Metro de Madrid) son posibles etapas de generación de una alternativa que vaya mucho más allá de lo puramente electoral.
*Escritor y docente español. Miembro del Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión (ICEA).
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