Rocío denunció penalmente al cura y capellán de Gendarmería por los abusos que sufrió de los 11 a los 14 años en el colegio San Vicente de Paul de La Plata. Este miércoles, antes de declarar en la causa, decidió contar su historia públicamente
Por Daniel Satur y Estefanía Velo*
Rocío (se preserva su identidad) tiene 27 años, cursó desde el jardín de infantes hasta casi terminar el secundario en el Colegio San Vicente de Paul del barrio Hipódromo de La Plata, donde sufrió los abusos sexuales -entre sus 11 y 14 años- del cura a cargo de esa institución: Raúl Anatolly Sidders.
Vale recordar que el sacerdote hoy espera la aprobación del Ministerio de Seguridad de la Nación para ser ungido con el cargo de capellán del Escuadrón de Gendarmería de Puerto Iguazú, puesto para el que lo propuso el exobispo auxiliar de La Plata y actual obispo de la diócesis de esa ciudad misionera, Nicolás Baisi, y que le daría varios miles de pesos extra de ingreso de parte del Estado.
Después de trece años, Rocío pudo superar los miedos impuestos por la cultura e ideología eclesiástica (y patriarcal) y puso en palabras lo sufrido por el cura Sidders en su preadolescencia. Este miércoles, luego de haber radicado su denuncia penal por abuso sexual agravado, da su primera declaración testimonial ante el fiscal Álvaro Garganta, titular de la UFI 11 de La Plata. Horas antes de la audiencia, contó a Pulso Noticias y La Izquierda Diario lo que ampliará en sede judicial.
Encubrimientos
Una vez más el Arzobispado de La Plata en el centro de las denuncias de abusos sexuales eclesiásticos. Tras el fatal desenlace del cura abusador Eduardo Lorenzo, muerto con impunidad en diciembre de 2019, ahora la curia debe dar explicaciones por Sidders, quien estuvo a cargo del colegio San Vicente de Paul desde el año 2002 hasta principios de 2020, momento en que fue trasladado a Puerto Iguazú.
Sidders estuvo casi dos décadas a cargo de la institución escolar, con las referencias ya conocidas entre gran parte de la feligresía platense: “al cura le decían Frasquito, porque incitaba a los niños y adolescentes a masturbarse y guardar el semen en un frasco para dárselo a él”, contaron a estes cronistas familias religiosas de la ciudad.
En todos estos años ni el arzobispo emérito Héctor Aguer ni el actual Víctor “Tucho” Fernández hicieron algo para alejar al cura del contacto con niños y niñas. Todo lo contrario, celebraban fiestas religiosas juntos. Es más, hace algunos años (2010-2011 y 2014-2015) dejaron que condujera el programa televisivo “Ave María Purísima” en el canal local Somos La Plata, con auspicio y financiamiento del Gobierno de Daniel Scioli y de la Arquidiócesis. Ni siquiera lo apartaron del ciclo cuando fue condenado por el Inadi en 2013 por “violencia simbólica y mediática” y “discriminación contra las mujeres”.
Llamativamente, hace tres meses se conoció la llegada de Raúl Sidders a la diócesis de Puerto Iguazú, donde rápidamente fue rechazado por la comunidad al tomar conocimiento de varias denuncias públicas contra él. Según la curia platense, Sidders fue llamado como secretario del exobispo auxiliar de La Plata, Nicolás Baisi, para acompañarlo en su nuevo puesto en esa ciudad litoraleña.
Ahora Sidders y las máximas autoridades eclesiásticas de La Plata deberán dar respuestas ante el Poder Judicial. El 20 de agosto se radicó la denuncia por abuso sexual agravado en el Juzgado a cargo de Agustín Crispo. La investigación la conduce el fiscal Garganta. Ambos funcionarios judiciales ya le prohibieron la salida del país a Sidders por peligro de fuga. Y solicitaron al Arzobispado el expediente canónico realizado por el Tribunal Eclesiástico sobre el comportamiento de Sidders. Luego llamaron a declarar a la joven denunciante y, por el momento, a dos testigos más.
En esta conversación Rocío asegura que no se calla más y quiere alentar a que todos los jóvenes que sufrieron abusos por parte de este cura -se calcula una docena de casos pero podrían ser muchos más- puedan hablar sin miedo y romper el silencio instalado por la curia. “No quiero que le pase a nadie más todo lo que sufrí, ya basta”, sentencia.
¿Cómo era el trato de Sidders con las y los estudiantes?
– Él estaba en todas, era como una plaga. A cualquier lugar que ibas en la escuela te lo encontrabas. Siempre irrumpía en las clases para dar explicaciones, para llamarnos a misa o para confesarnos. Muchas veces entraba de manera prepotente, sin pedirle permiso al profesor o profesora que estuviese, y nos daba explicaciones sobre “lo que quiere Dios”, porque se considera un enviado de Cristo.
¿Cómo expresaba su machismo, misoginia y homofobia?
– Sus charlas eran casi todas misóginas y homofóbicas. Una vez nos habló en contra de la homosexualidad haciendo un dibujo de un camino hacia las puertas del cielo y en el medio un abismo. Nos decía que los homosexuales se iban a caer en ese abismo para entrar al infierno, porque no eran personas normales. Y que Dios no los iba a aceptar nunca. Lo escuché hablar despectivamente de compañeras, les decía “yeguas”, “zorras” si estaban maquilladas o tenían pollera corta. Nos decía que las mujeres solo sabíamos “comer, cojer y cagar”.
¿Usaba esas palabras?
– Sí, palabras textuales.
Muchas y muchos afirman que él aprovechaba los momentos de la confesión para abusar
– Sí, porque a veces nos hacía confesarnos a solas. En la capilla o en algún aula vacía. Hay que aclarar que en ese momento la capilla era cerrada y con una puerta muy muy pesada de madera. Sé que hace no mucho tiempo la cambiaron por una puerta de vidrio. Pero esa puerta de madera impedía ver qué pasaba adentro de la capilla. Sidders ahí tenía un espacio aparte, con un ropero y una cama. A todos nos parecía raro que hubiera una cama, si nadie vivía ahí. A ese espacio nunca me llevó él. Pero yo lo vi cuando me metía en la capilla, a escondidas, a chusmear en los recreos. Era una nena.
¿Cuándo empezó a abusar de vos?
– Yo fui al San Vicente desde el jardín de infantes, pero hasta los once años no había tenido problemas con el cura. A esa edad me empezó a llamar a solas, a la capilla. Nos sentábamos en un banco, los dos solos.
Hasta donde quieras relatar, ¿qué alcance tenían esos abusos?
– Primero empezó preguntándome si había visto alguna vez a mis papás tener relaciones sexuales, si había visto a mi papá desnudo, si sabía lo qué era un pene. Al otro año yo ya estaba en sexto y empeoró. Me preguntaba si sabía masturbarme y hasta me explicó con sus dedos, sin tocarme, cómo tenía que hacer. Pero me sugirió que lo hiciera pensando en él y que luego le contara. En la siguiente confesión me preguntó si lo había hecho. Le dije que no y me preguntó por qué. Respondí “no sé”. Se enojó y me dijo “¿por qué no lo hiciste si yo te dije que lo hagas? Vos tenés que estar preparada porque la mujer tiene que complacer al hombre siempre. Y preservativos no hay que usar, porque el fin de las relaciones sexuales es procrear y complacer al hombre”. También me decía que (si llegaba a casarme) no me podía negar a mi marido por más que yo no quisiera. Y que como tenía que complacerlo al menos tenía que saber hacer una felación. Hasta me explicó con su lengua y su mano cómo hacerlo. Eso no me lo pude olvidar nunca más.
Además de todo, un manipulador de conciencias
– Ese mismo año nos dio una charla en la capilla, donde explicó quién es Dios. Y armó un concurso entre los tres cursos de sexto grado. Teníamos que escribir todo lo que él había dicho en esa charla. Quien escribiera mejor ganaba un premio en el buffet. Gané yo. Me llevó al buffet. Yo elegí unas galletitas y una gaseosa, pero me dijo que no, que podía llevar una sola cosa. De ahí me llevó a la capilla y volvió con lo de la masturbación y las felaciones. Lo peor es que me propuso enseñarme a mí y a un compañerito a tener relaciones sexuales, que nos iba a indicar todo mientras lo hacíamos.
¿Cómo reaccionaste?
– Me largué a llorar y le pedí que por favor no lo hiciera, que mis papás no lo iban a permitir y que yo no podía vivir una cosa así. Quiso tranquilizarme, me pidió que no dijera nada y me dijo que cuando fuera el momento lo iba a hacer.
¿Siguió molestándote después de eso?
– Por un tiempo dejó de molestarme. Pero siempre me buscaba. A mí y a mi mejor amiga nos ofrecía llevarnos a McDonald’s. Mi amiga por odio y yo por miedo, nunca aceptamos. Me acosaba mucho en las confesiones. Yo le contaba cosas personales, de situaciones que pasaban en mi casa, y él me terminaba diciendo que todo era culpa mía, porque no estaba cumpliendo lo que Dios quería para mí. Yo ya le tenía miedo, por su idea de hacerme tener relaciones con un alumno. Así que una vez, en otra confesión, cuando me preguntó si tenía novio le dije que había conocido a un chico. Ahí me dijo que tenía que tener relaciones o hacer una felación, pero pensando en él. Si no, Dios me iba a castigar a mí y a mí familia. Ese día sufrí mucho. Hasta que un día, en el recreo, con la excusa de que yo tenía las manos frías me hizo meterlas en su sotana, todo para hacerme sentir su erección.
¿A qué edad fue eso?
– Ahí yo ya tenía 14 años, estaba en octavo. Y mi noveno año escolar arrancó con Sidders haciéndome lo mismo, poniendo mis manos en su sotana. Ahí decidí no ir nunca más a la escuela. Me hice la rata todo el año. Me iba al centro o a estar sola en una plaza.
¿Cuándo decidiste contarle a tus padres?
– Después de ese episodio. Les dije que no quería ir más a ese colegio porque el cura era un hijo de puta. Esas fueron mis palabras.
¿Qué te dijeron en ese momento?
– Primero me dijeron que era como mi hermano, que buscaba cualquier excusa para no estudiar. Pero jamás me había llevado una materia hasta ese año. Cuando decidí contarle todo a mí mamá le mandé un mensaje de texto (no había WhatsApp), diciéndole que quería hablar con ella porque no había estado yendo a la escuela. Y mí mamá en vez de esperar a hablar conmigo fue al colegio a hablar con la directora, Mabel Ieno, que le dijo que yo iba a calentar la silla y a molestar a mis compañeros. Una mentira, porque yo no entraba más, me rateaba. Y Mabel le dijo “o la saca usted o la sacamos nosotros y no la toman más en ninguna escuela”.
¿Y tu mamá qué hizo?
– Apenas nos vimos ella estaba re enojada conmigo por lo que le había dicho Mabel. Tenía que buscarme una escuela nueva. Así que decidió castigarme sacándome el celular, prohibiéndome hablar con mis amigxs, sin computadora, sin nada. Me dio miedo y decidí callarme. Encima, como había prometido la directora, no me tomaron en ninguna escuela de La Plata y terminé yendo a una de otra ciudad. Me levantaba a las 5 de la mañana y no podía volver después de las 18.
¿Te sirvió para estar lejos de Sidders?
– Sí. En esa escuela traté de empezar una vida nueva, tapar todo lo que había vivido en el San Vicente, buscar nuevas amistades, olvidarme de todo. Y pensé que lo había logrado.
¿Cuándo volvieron esos recuerdos?
– En julio de este año, cuando vi una nota de un medio de Puerto Iguazú en la que se hablaba de la llegada de Sidders y en los comentarios vi que lo llamaban “Frasquito” por hacer masturbar a los varones y eyacular en un frasco para luego el conservarlos.
¿Qué te pasó cuando leíste eso?
– Me hirvió la sangre. Pero lo que no pude soportar fueron los comentarios defendiéndolo. Ahí decidí hablar. Me contacté con un grupo de gente que ayuda en estos casos de abusos eclesiásticos.
Sabemos que te comunicaste con Julieta Añazco (sobreviviente del cura abusador Héctor Gimenez). ¿Te sentiste escuchada?
– Me ayudaron muchísimo, me creyeron de una y me apoyaron en cada paso que di hasta radicar la denuncia.
¿Que te escuchen y te crean es fundamental?
– Yo sé que el silencio te mata por dentro, que el silencio es cómplice, que te lastima como a mí me lastimó tantos años. Y sé que no soy la única que sufrió abuso o acoso por parte de este sacerdote, si se lo puede llamar así. Pero cada quien es diferente, hace el proceso como puede y a las víctimas nos es muy difícil hablar.
¿Cuál sería tu consejo a quienes aún no pueden poner en palabras lo sufrido?
– Simple, que no se callen más. Que no tengan miedo. Primero porque somos un montón que les creemos sin tener que preguntarles detalles escabrosos o nada que no quieran contar. No están solos ni solas. Segundo por ustedes mismos, porque hablar después de tantos años de silencio es sanador. Y tercero por empatía con los demás niños, niñas o adolescentes que pueden sufrir el mismo abuso, acoso o maltrato.
*Una producción de La Izquierda Diario y Pulso Noticias.
Más conocida como “Tefa”, nació en Mar del Plata en 1989. Trabajadora de prensa, periodista y Licenciada en Comunicación Social (egresada de la UNLP). Buscadora de la aguja en el pajar: le apasiona el periodismo de investigación. Trabajó en prensa institucional, en diversos medios privados de La Plata, y colaboró en medios alternativos como ANRed. Actualmente escribe notas vinculadas a los derechos humanos, política y cada tanto entrevista a personajes de diversos territorios. También integra el área audiovisual, En Foco, como productora periodística. Siempre redactando con las gafas violetas puestas. Desde 2018 forma parte de la cooperativa Pulso Noticias, donde aprendió a vender publicidad, gestionar pautas y hasta armar un gran escritorio en madera.