La semana pasada se realizó visita ocular al Infierno, el Pozo de Lanús, en Avellaneda. Estuvieron Horacio Matoso, Claudia Gorban y Miguel Prince, sobrevivientes. Los tres, reconstruyeron a través de sus recuerdos el ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio que funcionó en lo que era la Brigada de Lanús. El edificio fue una comisaría de la Bonaerense hasta 2016 y ahora es un espacio para la memoria
Por: Cobertura colectiva del juicio Brigadas entre La Retaguardia y Pulso Noticias
La movida empieza en la calle. Han pasado tantos años, que el edificio al que estamos por ingresar ha sufrido modificaciones en su fachada, entre otros lugares que ya no son como en aquella etapa del horror. En un semicírculo, ya explicó Ricardo Basilico, el presidente del TOF Nº1 de La Plata, que estamos por observar los cambios. “A partir de una de las declaraciones que nos formula Nilda Eloy, ella decía que nosotros aquí teníamos un portón, pero desconocíamos que ese portón que está al lado también era parte de lo que era el circuito clandestino, porque en este lugar ingresaban los vehículos de mayor porte. Cuando pudimos corroborar esta información, el Concejo Deliberante declaró Patrimonio Histórico, sujeto a preservación”. Quien habla es Claudio Yacoy. Es Secretario de Derechos Humanos de Avellaneda. Lo vemos en el juicio porque el municipio es querellante. Yacoy agrega un dato, tal vez anecdótico, tal vez lazo entre dos tiempos: “No sé si el detalle vale la pena, pero este inmueble pertenece a la esposa de José María Ribelli, comisario condenado por el caso AMIA”.
Ya del lado de adentro, quienes sobrevivieron son quienes comienzan a entregar sus recuerdos. Tras una recorrida por el antiguo garaje, que hoy tiene fotos de personas desaparecidas en las paredes, llegamos a la sala de torturas. “Después me enteré que Nilda también era llevada para generar un efecto sonoro, para que se sintiera como que se estaba torturando”, dice Horacio Matoso. Es la primera vez que vuelve al lugar. La referencia a Nilda Eloy aparecerá cada tanto. Está aunque no esté.
En el andar laberíntico les resulta difícil ubicarse, pero tanto Matoso como Claudia Gorban irán precisando qué sucedía en cada espacio de ese lugar que fue una comisaría de la Policía de la Provincia de Buenos Aires hasta 2016. Será una prueba más de que la dictadura no se fue de algunos lugares. Lo certificaremos al llegar a la zona de calabozos: “Esta metodología era que lo que estábamos en la celda pudiéramos escuchar los gritos de dolor de quienes estaban siendo torturados. Eso también nos pasó a nosotros. Escuchar desde la celda los quejidos de los compañeros”, extraen de sus memorias Matoso, Gorban y Miguel Prince. Reconstruyen entre los tres, ya que no estuvieron juntos durante el cautiverio.
En la celdas Gorban y Matoso abren puertas, miran en los minúsculos espacios en donde quedaban encerrados. Verifican los cambios, como el de la minúscula ventana en la puerta, que por supuesto solo se abría desde afuera, y que podía ser utilizado por los genocidas, pero también por Nilda. “Recuerdo que no estaban estos barrotes, porque Nilda tomaba algún zapato de la ropa que estaba en aquella esquina y nos pasaba agua por acá”. Tanto Gorban como Matoso recuerdan el gesto solidario de Eloy, cuya celda permanecía abierta para que los carceleros ingresaran cuando quisieran, no precisamente para tratarla bien.
Cada vez que se abre una puerta, la abogada Florencia Tittarelli revisa cada agujero de los marcos de las puertas. Lo hace obsesivamente. Hasta que apoya sobre una pared con barrotes trozos de un papel amarillo. Intenta juntar las partes como si se tratara de un rompecabezas. Son restos de un envoltorio de caramelos. También hay rastros de un saquito de mate cocido. Llama al juez, quien ordena que se preserve la prueba. Si se tiene en cuenta que hubo personas detenidas en paupérrimas condiciones hasta 2016, es más probable pensar en que se trate de huellas de detenidos en democracia más que durante la dictadura. Las pericias podrán develarlo. También hay un taper convertido en santuario. En esas condiciones, quizá sea más necesario buscar en qué creer que tener algo para guardar.
Dos horas después, el cansancio se hace notar en varios rostros. No es que hayamos caminado tanto. Es que transitar esos recuerdos, aunque sean ajenos, es demasiado. El lugar despide una densidad escandalosa. Es el pasado que regresa para ser revisado. Es la mismísima muerte que se cuela entre las imágenes. Es nuestra historia que está ahí, para quien quiera tomarla para hacer con ella algo parecido a la justicia.
Redacción: Fernando Tebele
Edición: Julia Varela (Pulso Noticias)
Foto de portada: Claudia Gorban en la antesala de la zona de calabozos
Fotos: Marly Contreras
Realización audiovisual: Marly Contreras/Fernando Tebele
Cobertura de la visita: Diego Adur/Fernando Tebele/Marly Contreras
Traficante de stikers. Julia no se acuerda cuando decidió convertirse en periodista, pero a los 11 años escribió un cuento: un fideo de barrio armaba una revolución en la alacena para no morir en la olla. Ella cree que ahí empezó todo, y puede que tenga razón. Nació en Bahía Blanca, una ciudad donde hay demasiado viento, Fuerzas Armadas y un diario impune.
En 2012 recibió un llamado: al día siguiente se fue a Paraguay a cubrir el golpe de Estado a Fernando Lugo. Volvió dos meses después, hincha de Cerro Porteño y hablando en guaraní. Trabajó en varios medios de La Plata y Buenos Aires cubriendo géneros, justicia y derechos humanos. Es docente de Herramientas digitales en ETER y dio clases en la UNLP y en la UNLZ.
Tiene una app para todo, es fundamentalista del excel e intenta entender de qué va el periodismo en esta era transmedia.