En medio del caos social y la muerte sembrada por el gobierno de Daniel Ortega, hoy se cumplen 39 años del triunfo de la Revolución Sandinista. Un festejo cargado de reminiscencias de un pasado autoritario al que pocos quieren regresar
El 19 de julio de 1979, las tropas del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) tomaban las calles de Managua poniendo fin a 40 años de tiranía de Anastasio Somoza. El triunfo guerrillero significó en un primer momento la esperanza de un futuro esperanzador para el país centroamericano, ya sin una dictadura que había originado miles de muertes por la tortura y la violencia callejera.
La victoria sandinista, que fue el faro para muchos movimientos revolucionarios en el mundo, hizo posible llevar adelante un proyecto humanista basado en la alfabetización casi total de su pueblo, una reforma agraria que alcanzó al interior profundo y olvidado, en tratar de erradicar la pobreza a través de planes sociales tendientes al trabajo y que ningún chico más muriera por hambre en el país. Para ello debió sortear una guerra sucia llevada adelante por los Estados Unidos, que apoyando a los “Contras”, le hizo la vida imposible sembrando la furia y los excesos como una postal cruel del país.
Hoy, 39 años después, la imagen de violencia vuelve a repetirse en Nicaragua, donde insólitamente el gobierno de Daniel Ortega, histórico referente del FSLN, ha salido a reprimir ferozmente las protestas de los sectores más humildes en contra del proyecto de reforma previsional consensuado por su administración con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Lejos de sus postulados históricos, el FSLN se ha lanzado de lleno a ejecutar un ajuste clásico recomendado por el FMI, con el apoyo de la banca nacional e internacional, afectando sobremanera a su principal electorado: los más humildes. Para ello, Ortega no dudó un segundo en mandar a reprimir y matar opositores, cayendo en los mismos errores que hicieron posible que hace 39 años su espacio llegara al poder al mando de una insurgencia que hizo visible los graves daños que hacía el autoritarismo a la vida de un país.
Dejando atrás los colores rojo y negro de las banderas sandinistas, Ortega, junto a su mujer y vicepresidenta Rosario Murillo, se ha refugiado en el poder económico concentrado para tratar de sortear la crisis económica que vive el país, lo que ha originado que los reclamos se hayan multiplicado por miles con la principal consigna de acabar con un régimen político corrupto que se ha beneficiado del Estado para provecho propio, olvidándose de solucionar los problemas sociales que vive el pueblo nicaragüense.
Este aniversario del triunfo sandinista se ve manchado de rojo profundo de sangre, con una dirigencia política que no duda en apuntar a su pueblo las balas para mantenerse sea como sea en el poder. Los muertos por las fuerzas de seguridad y las bandas creadas por el oficialismo nicaragüense se acumulan de a cientos, superando ya los 350 asesinatos.
Ortega, que busca consolidarse como una dinastía en su país, tiene a todo el Poder Judicial y comunicacional a su favor. Su manejo de la Justicia le ha permitido valerse a través de espurios tratos con el expresidente Arnoldo Alemán (que recibió alivio en sus penas por corrupción y quedó libre de la condena que purgaba en la cárcel) y presentarse a elecciones para un tercer mandato cuando la Constitución lo prohibía, rompiendo con las reglas propias de la democracia.
El viejo sueño de un proceso revolucionario que encarnara la igualdad y peleara contra la injusticia queda 39 años después trunco de cualquier especie, producto de un autoritarismo encarnado por Ortega, que apela al poder de las armas para acabar con las resistencias al modelo económico diseñado por el FMI que busca implantar en el país, y que ha logrado la cohesión de un colectivo altamente heterogéneo, donde además de la clásica oposición al FSLN, se ha sumado toda una gran masa de sandinistas opuestos al danielismo, que luchan y denuncian los desmanes de un régimen cada vez más corrupto y opresivo.
Como puede observarse, el de este año será un festejo cargado de reminiscencias de un pasado autoritario al que pocos quieren regresar, y que ven en la figura de Ortega y su mujer una imagen cargada de odio y revancha, que sólo llevará a Nicaragua camino a un precipicio.
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