Mariana De Marco declaró por primera vez ayer en la audiencia 6 del Juicio Garachico. Habló de su papá, Ambrosio De Marco, de su mamá, Patricia Dell Orto y de su abuelo y abuela a quienes nombra “mis viejos”: Alfonso Dell Orto y Pocha. “Siempre supe que me crié con mis abuelos y con mis tíos”.
“Se están juzgando algunos responsables de cometer delitos aberrantes, crímenes de lesa humanidad en el marco de un genocidio. Se desangran 45 años de historia, 45 años de vidas, para que algunos lleguen a recibir una sentencia y que les prestamos testimonio. Lo haríamos las veces que sea necesario sentarnos y desnudar nuestras ausencias. Se vuelve a poner a las víctimas en estado, en estado puro de vulnerabilidad. Se les pide que demuestren que fueron y son víctimas, que somos víctimas. Son víctimas los que fueron secuestrados y torturados, son víctimas quienes aún permanecen desaparecidos. Los que fueron fusilados y de los que no existe noticia de su destino son víctimas. Los que quedaron. Los que quedamos. Los que buscaron y obligaron destinos y respuestas durante años víctimas. Los que fueron vendidos con descaro y con impunidad. Somos víctimas los que armamos nuestra historia y nuestra identidad con recuerdos y vivencias ajenas. Son víctimas los que aún no conocen su identidad. Son víctimas los que pasaron años mirando para atrás en la calle, por si alguien lo seguía. Somos víctimas los que crecimos con el ruego de bajar el volumen de la música para que los vecinos no supieran que escuchábamos. Son víctimas los que no tuvieron un momento para llorar y debieron continuar conviviendo con su dolor y una ausencia inefable. Atravesar ese vacío en secreto y con miedo. Hacer presente una ausencia como definitiva, hacernos y construirnos desde esa ausencia. Aprender a sonreírles, incorporarlas como parte de nuestro ser. Les pusimos fechas, palabras y lágrimas en el 2006, cuando la Justicia llegó con 30 años de retraso, pero llegó, hubo una sentencia; se instaló la figura del genocidio, se dijo cárcel común, perpetua y efectiva. Hubo llantos y algo parecido a la alegría efímera. También hubo un desaparecido en democracia. Pasaron 15 años más y van 45, 45 años esperando y aceptando y respetando los tiempos de la justicia. 45 años a disposición de quien quiera escuchar, prestando declaración o acompañando y abrazando a quienes dan su testimonio. 45 años poniéndole el cuerpo a esas ausencias y a otras nuevas, dolorosas que sumamos a nuestras mochilas. Ausentes que siguen declarando en video y que conmueven como siempre. Ausencias en las distintas sillas vacías en este juicio que nos duelen, que no aguantaron y nos llegaron hasta acá, hasta hoy. Adriana Calvo, Nilda Eloy, Julio López. Mi abuelo Alfonso, mi abuela Pocha, mis viejos. Son muchas más, pero una sola de esas, ya es mucho. Entonces, no sólo declaramos exigiendo justicia, declaramos necesitándola, necesitamos justicia. Por los siete casos del juicio. Por los que no llegaron hasta hoy, por los que quedamos y por los 30000. Nada más.”
Carta de cierre de la declaración de Mariana De Marco en el Juicio Garachico.
-Vos sabés que en este juicio dos de los casos son el de tu papá Ambrosio y tu mamá Patricia. Te quería preguntar cómo fuiste conociendo lo que les había pasado a ellos, lo que había pasado a partir de noviembre de 1976 -pregunta una de las voces de la querella por la Liga Argentina por los Derechos Humanos y Unión por loz DDHH, la abogada Guadalupe Godoy. El 5 de noviembre de 1976, cuando secuestraron a su mamá y a su papá, Mariana De Marco tenía 25 días de vida. Ayer, fue la segunda persona en declarar en la sexta audiencia del Juicio Garachico. Antes habló su tía, Cecilia Dell Orto y, después, su tío, Gerardo Dell’Oro.
Los testimonios van a complementarse: aportarán pedacitos de una historia que empezó hace mucho y que Jorge Julio López supo relatar con firmeza y determinación en 2006 en el juicio a Etchecolatz, cuando ubicó al genocida como el principal responsable del fusilamiento de sus compañeros de militancia en Los Hornos, Ambrosio y Patricia, en el Pozo de Arana.
El juicio Garachico empezó hace un mes y contó con varios testimonios audiovisuales, registros de otros juicios. Como dijo Mariana, ahora hay nuevas ausencias: un mes después de su muerte el TOF 1 de La Plata transmitió el testimonio que Alfonso Dell’Orto, su viejo, dio en 2006. Hoy, mientras aportan sus voces, se cumplen dos meses de su muerte.
“Para muchos de nosotros, que no estuvimos presenciando aquel juicio, esa fue la primera vez que escuchamos el testimonio entero de él: la lucha que él narró con tanto dolor, seguramente, pero que nos narró con tantos detalles. Él era así. Su carpeta, en la que quería corroborar los datos que no se acordaba en ese momento. Su búsqueda. Y la de mi abuela, la de su compañera. Incansable, constante. La primera vez que me enteré de que existía esa carpeta fue para que supiéramos todo lo que habían hecho en esa búsqueda; que no quedaran dudas, habían agotado todos los recursos posibles. Y los otros también”, le contó Mariana a La Retaguardia en una entrevista unos días antes de declarar.
Pero el lunes Mariana declaró frente a la computadora en su casa y, ante la pregunta de Godoy sobre cómo supo qué le pasó a su papá y a su mamá, dijo:
-Bueno, fui conociendo. Siempre supe que me crié con mis abuelos y con mis tíos. De chica. Me lo explicaron como pudieron y a medida de mi edad, como yo podía entenderlo. La imagen que pude hacerme en la cabeza era la de mi mamá y mi papá yendo a una guerra; porque el discurso que tenía era que ellos no estaban porque “peleaban” por algo mejor para todos. Entonces, bueno, mi imagen era esa. Ellos están en una fila muy larga de gente que va a una guerra. A medida que crecía iba entendiendo las cosas de una forma un poco más acorde a mi edad. Pero saber que ellos no estaban lo supe desde siempre, me lo fueron pudiendo explicar de la manera en la que yo necesitaba entender en cada momento de mi vida. Siempre supe. Eran desaparecidos.
“En algún momento me explicaron y Pocha siempre fue muy sabia. Fue a la primera a la que yo le dije mamá. Ella trajo una foto de mi mamá y mi papá y me dijo: ‘mamá y papá son ellos; yo si querés soy mami’. Yo necesitaba esa estructura en mi vida, la respetaron siempre sabiendo quién era cada uno y de dónde venía. Esta posición de mi vieja, esa sabiduría para poder contenerme desde ese lugar fue fundamental”, agregó en la entrevista radial.
-¿Y en qué momento tuviste más certezas sobre lo que les había pasado? -quiere saber Godoy en el juicio.
-No sé en qué momento. En la adolescencia uno entiende quizás más los motivos de su ausencia, lo contextualiza, lo ponés en un marco, no en la mente familiar, sino social. Después, recabando datos o escuchando los datos que otras personas reclamaban, incluso vas haciendo la historia un poco más concreta.
–¿Y hay algún momento concreto en el cual eso que sabías sobre un genérico de lo que había sucedido se transforma en una explicación concreta sobre el momento de secuestro, dónde habían estado y qué había sucedido con ellos?
-Eso lo supe, lo supe siempre. Siempre supe que fue el 5 de noviembre de madrugada en la casa de Villa Elisa. Cuando supe el destino concreto fue con la aparición de la palabra de López.
-¿Cómo fue ese momento? ¿Cómo aparece López en tu vida?
-López aparece a través de Pastor (Asuaje). Pastor iba a ser mi padrino porque era muy amigo de mi papá. Compartía la militancia, compartían la básica. Él solía venir de vez en cuando a verme, a saludar. Y el día anterior a que cumpla 15, vino a mi casa. Me trajo un libro de regalo: “La vida es sueño” y nos contó a mi abuela y a mí que se había encontrado con un hombre que militaba en Los Hornos con mi mamá y mi papá, que había estado secuestrado y que había visto cuando los habían fusilado. Eso fue el 9 de octubre de 1991.
-¿Y qué pasó cuando supiste eso, cuando supieron?
-Yo no tenía la esperanza o la fantasía de encontrarlos, pero a partir de ese día ni siquiera eso pude tener. Me acuerdo que mi abuela lloró un montón y lo negó. El olvido lo borró de su cabeza. Yo tenía 15, así que fue una adolescencia como signada por eso. Siempre con esa mochila de los vacíos, de las ausencias, por saber quién los había matado. Cuando nos enteramos que fue muy próxima la fecha del fusilamiento a la del secuestro, te conformas con eso, con que el sufrimiento haya sido corto. Todo cambia en los juicios por la verdad. Hasta ese momento fue algo oscuro pero liberador.
–¿Por qué decís que todo cambia con los juicios por la verdad?
-Por el testimonio más ampliado, escucharlo a él, escucharlo a López. Poner a mi mamá en un lugar de mamá que no la había tenido nunca. Eso para mí fue fundamental. Creo que para toda mi familia fue vital escucharlo. Pero a mí, particularmente, me trajo esa imagen de ella como mamá. Yo tenía la imagen de ella como hija de mis abuelos, como hermana de de mis tíos. Hasta como amiga de algunas compañeras de Bellas Artes, pero como mamá no la tenía.
-Hay una pregunta que solemos hacer y que por ahí es muy genérica, pero que a la vez también permite que te puedas expresar sobre algunas cuestiones. ¿Qué efectos tuvo todo esto que estás relatando en tu vida y en tu vida familiar?
-Muchísimos. Tuvo efectos en cosas chiquitas, como resignificar las palabras: la palabra proceso, la palabra desaparecer. Siempre tienen una connotación muy dura cuando las pronuncio. Trato de buscar un sinónimo, porque las asocio. No puedo hablar de un mago que hace desaparecer una paloma. No puedo no ir al lugar de mis papás. Un proceso en biología; no puedo no pensar en el proceso de Reorganización Nacional. Desde eso hasta no saber qué gusto de helado le gustaba cada uno. Dudas pequeñas. Vacíos que no voy a tener respuesta. Ni hablar de todo lo que es sentimental, de un abrazo, de un consejo. La sensación de siempre, sentirte diferente al resto. Yo crecí rodeada de amor, eh. Pero mis viejos, mis abuelos, eran más grandes que los padres de mis compañeros o de mis amigas. Teníamos tres apellidos distintos en la casa. Yo no contaba abiertamente porque fui criada con ese temor de quién sabe y quién no sabe qué. Para mí, un ejemplo de amistad enorme era, a los 12 años, contarle a una amiga que mi mamá y papá en realidad eran mis abuelos, porque mi mamá y mi papá eran desaparecidos. Cumplir 22 años y ser más grande que ellos. Eso fue re duro. Yo no sé cuántas personas llegan a ser más grandes que sus padres a los 22 años.
-Hablabas del testimonio de López en el Juicio por la Verdad. ¿Lo escuchaste?
–Sí, estuve. Me senté atrás con una amiga que me acompañó. Cuando declaró en el 2006 elegí no ir. Había sido madre hacía poquito y elegí no ir. En el ‘99 no quise verlo, no quise saludarlo porque sentía que no iba a poder. Después me enteré que él tampoco quiso verme ese día porque le habían dicho que era muy parecida a mi mamá y. Y él también prefirió no verme. Y en el 2006, el día de los alegatos iba a conocerlo. Y bueno. Todavía no sabemos nada de él.
-¿Querés compartir una semblanza de lo que hayas podido saber de tu mamá y de tu papá?
-¿Sabés lo que me pasa con eso? Siento que siempre es poco. Siempre me voy a quedar corta. ¿Que eran dos personas solidarias, comprometidas, empáticas, firmes, fuertes, leales? Eso está a la vista. Eso en las declaraciones de López quedó más que claro. ¿Que mi mamá tenía una cabeza con un vuelo zarpado? Se ve en los cuadros. Pero siempre siento que es poco lo que pude recabar. Anécdotas de otros. Una vez me encontré con una compañera de ella de Bellas Artes y en un momento me dice: llevás el cuerpo como tu mamá. Eso. Algo tan insignificante, es un mundo para mí. La sensación es como que siempre lo que una puede recabar es poco.
La declaración de Mariana terminó con una carta. Pidió leer un texto después de las preguntas del tribunal. Pero en la entrevista de La Retaguardia hubo una pregunta más: qué sensación le daba el juicio de 2006 y el de ahora.
“En el 2006 yo tenía 30 años, los cumplí un mes después de la sentencia. Mi hija mayor estaba casi recién nacida, tenía meses. Fue significativo por todos lados: era llegar por fin a un momento de justicia después de treinta años. Este juicio para mí es extraño cuando transmitieron el testimonio de mi viejo, hacía un mes y dos días que había fallecido. Es esa mezcla de todo, ver a Nilda. Esas ausencias nuevas que hay desde el 2006 hasta ahora. En un primer momento pensaba, ¿qué puedo aportar? Si no tengo hechos que mencionar. Yo sólo tengo sensaciones para compartir” Y finalizó su testimonio leyendo la carta, toda una declaración de sensaciones, dolores y exigencias.
La próxima audiencia seá el lunes 8 de noviembre a las 13 hs. Podés seguir la transmisión y cobertura colectiva entre La Retaguardia y Pulso Noticias en www.juiciogarachico.wordpress.com
Traficante de stikers. Julia no se acuerda cuando decidió convertirse en periodista, pero a los 11 años escribió un cuento: un fideo de barrio armaba una revolución en la alacena para no morir en la olla. Ella cree que ahí empezó todo, y puede que tenga razón. Nació en Bahía Blanca, una ciudad donde hay demasiado viento, Fuerzas Armadas y un diario impune.
En 2012 recibió un llamado: al día siguiente se fue a Paraguay a cubrir el golpe de Estado a Fernando Lugo. Volvió dos meses después, hincha de Cerro Porteño y hablando en guaraní. Trabajó en varios medios de La Plata y Buenos Aires cubriendo géneros, justicia y derechos humanos. Es docente de Herramientas digitales en ETER y dio clases en la UNLP y en la UNLZ.
Tiene una app para todo, es fundamentalista del excel e intenta entender de qué va el periodismo en esta era transmedia.