Julia Desojo, investigadora del CONICET en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la UNLP, lideró un equipo interdisciplinario que, tras cuatro años de intenso trabajo, descubrió un centenar de nuevos especímenes en el noroeste argentino. En esta entrevista con Pulso Noticias, brinda detalles de las expediciones y cuenta qué la llevo a explorar un territorio históricamente subestimado por la ciencia
Por Lautaro Castro
Hacía tiempo que la localidad de Hoyada del Cerro de Las Lajas, ubicada al oeste de la provincia de La Rioja, en el límite con el Valle de La Luna de San Juan, no era noticia. Lo fue en 1962, cuando el paleontólogo argentino José Fernando Bonaparte encabezó una expedición que derivó en el hallazgo fosilífero de dos especies hasta entonces desconocidas en la denominada Formación Ischigualasto: el Venaticosuchus rusconii, una especie carroñera de la familia de los cocodrilos, y el Pisanosaurus mertii, un dinosaurio herbívoro muy primitivo. Hoy, 58 años después, las miradas vuelven a apuntar a este territorio, gracias al trabajo de un equipo interdisciplinario encabezado por una investigadora platense del CONICET.
Julia Desojo, de ella hablamos, se desempeña en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata, donde además es docente. Su especialidad son los aetosaurios, ancestros de los cocodrilos muy comunes durante el Triásico, período al que también pertenece la unidad geológica que hoy comparten riojanos y sanjuaninos. Allí, donde las rocas tienen una antigüedad de entre 220 y 230 millones de años, Julia comenzó a trabajar hace casi una década, dispuesta a seguir los pasos de Bonaparte y escribir su propia historia.
“La primera vez que encontramos fósiles no estaban muy bien preservados, eran solo fragmentos. Así que decidimos dejarlos y volver más adelante”, dice Desojo a Pulso Noticias en relación a una breve visita a la zona, en 2013, luego de haber participado de las XVII Jornadas Argentinas de Paleontología de Vertebrados. Aquella vez, a pesar de que no eran más de cinco colegas y el viento zonda sopló con fuerza despiadada, igualmente se las arreglaron para identificar los restos de un Exaeretodon -de la familia de los cinodontes- y un Rincosaurio, ambos herbívoros cuadrúpedos.
Tres años después, mucho mejor organizados, Julia y compañía volvieron para llevar adelante su primera campaña paleontológica. De esta expedición, que luego repetirían en 2017 y 2019, participaron no solo investigadores argentinos de distintos puntos del país, sino también de Brasil y Estados Unidos. Los resultados fueron sumamente positivos: el descubrimiento de 100 nuevos fósiles de vertebrados, muchos de los cuales no se conocían en la zona.
“Estamos hablando de una misma cuenca, de un mismo ambiente. Así fue durante millones de años, pero si lo planteamos en términos de división geográfica podemos decir que es la primera vez que se encuentran especímenes de este tipo del lado riojano. La mayoría de los restos hallados hasta el momento estaban en San Juan”, señala la especialista. Es que, aún incluso después de aquella intervención de Bonaparte, Hoyada del Cerro de Las Lajas nunca despertó el interés del mundo científico, a tal punto de ser catalogada como “pobremente fosilífera”.
El equipo de Desojo, no obstante, se encargó de revertir esa histórica concepción a partir de múltiples y variados hallazgos. Entre ellos, se destaca el Teyumbaita, un rincosaurio de cráneo robusto y picudo de hasta dos metros de largo, que solo se conocía en Rio Grande do Sul (Brasil); también el reconocimiento del cráneo y esqueleto axial de otros tres animales emparentados con los cocodrilos actuales: el Proterochampsa, el Aetosaurorides y un paracocodrilomorfo que no pudo determinarse con exactitud.
Más allá de estas novedades, la especialista también pone en relieve otras acciones que formaron parte del proyecto y dan cuenta de su amplitud, como el hecho de retomar los descubrimientos de Bonaparte a fin de poder realizar nuevos aportes: “Vimos fotos de cuando él está sacando el Venaticosuchus, en las que además se aprecia la topografía. Contrastamos con una de nuestras imágenes y así logramos saber exactamente el lugar donde fue encontrado. En cuanto al pisanosaurus, a partir de las notas de campo de Bonaparte, analizamos el sedimento que acompañaba a ese hueso e hicimos un estudio químico. Entonces, de acuerdo a la composición, pudimos saber su procedencia. Confirmamos que pertenece al grupo de dinosaurios ornitisquios, lo que lo convierte –con 229 millones de años de edad- en el registro más antiguo del mundo”.
Para determinar la edad de este espécimen resultó fundamental la confección de una columna estratigráfica, es decir, un gráfico que permite ordenar las rocas -por capas- según su antigüedad. Las más primitivas se ubican en la parte inferior y las más recientes en la superior, conformando una escala temporal de la formación geológica en la que se trabaja. “Es una tarea habitual entre los geólogos que participan de expediciones paleontológicas. A través de ella podemos ver cada nivel de roca, sus características sedimentarias, el ambiente que componía, cuáles contienen fósiles y cuáles no, entre otras cuestiones”, precisa Julia.
¿Cómo podrías explicar, en simples palabras, el proceso mediante el cual se establece la edad de un fósil?
—Un fósil, ya sea animal o vegetal, puede ser una parte corpórea, un rastro (como una pisada o una huella) o incluso un coprolito (excremento fosilizado). Estos fósiles están inmersos en una roca que los acompaña durante el proceso de fosilización, es decir, el cambio que se produce desde que la especie muere hasta que es encontrada. Lo que hacemos nosotros es estudiar la roca que acompaña al fósil y su sedimento, asegurándonos de que ambos se hayan formado en el mismo momento. Cuando la roca es ígnea o volcánica por naturaleza, tiene unos minerales (silicatos) que a su vez contienen uranio en su estructura molecular. Ese uranio es lo que se mide para saber la edad del fósil. Ante cada evento volcánico, la ceniza que se forma posee unos cristales muy pequeños llamados zircones, a partir de los cuales se realizan las dataciones.
Tras la realización de este trabajo, recientemente publicado por la revista especializada Scientific Reports, la actividad Desojo y su equipo en La Rioja continúa. El próximo paso será moverse un poco más al oeste, a la base del Cerro Bola, para buscar nuevos fósiles. “Siempre hay que seguir mirando”, dice Julia, con el convencimiento necesario para dejar traslucir esa tenacidad que todo/a paleontólogo/a debe tener en sus entrañas.
Esta profesión ha sido su vida. Por ella conoció países como India, Sudáfrica, Marruecos, Alemania y Estados Unidos, donde amplió su formación; también alcanzó un rol directivo, al ejercer actualmente como vicepresidenta de la Asociación Paleontológica Argentina; hasta debió adaptar su rol maternal, al llevar a su hija de nueve meses a la segunda de las expediciones, en 2017: “Me la cuidaban durante el día y después, cuando volvía del trabajo de campo, la pasaba a buscar y me encargaba de ser mamá”.
Le pregunto por la paleontología a nivel nacional, si se trata de una actividad que el Estado valora como tal. Dice que sí, que el interés está y se mantiene hace unos cuantos años, pero que para llegar a eso primero hubo que sufrir: “Yo empecé en el 2000, una época en la que nos mandaban a lavar los platos. De hecho, la mitad de mi camada vive en el exterior. Afortunadamente, hace más de 10 años existe una política de Estado que apoya mucho a la investigación, más allá de los gobiernos. La mayoría de las campañas se han podido llevar adelante con financiamiento argentino. Hay más becas, más investigadores paleontólogos que han ingresado al sistema. Eso también fue acompañado por la apertura de nuevas carreras y museos que requieren profesionales. El impulso de nuestra profesión se ha visto más plasmado en la sociedad”.
En ese sentido, el trabajo en Ischigualasto tiene su costado retributivo. Los nuevos descubrimientos fosilíferos representan ahora una gran oportunidad para el desarrollo del geoturismo riojano, con todas las posibilidades de crecimiento que ello conlleva. La reflexión final, a cargo de esta profesional hija de la Universidad Pública, no puede ir más en línea con esta idea: “Nuestro sueldo de investigadores viene de los impuestos que paga la gente. Entonces, de eso se trata: de que la ciencia básica también reditúe a la sociedad”.
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