La escena fue la siguiente: trabajadorxs de prensa avisándole a la guardia de prensa del Ministerio de Salud y al municipio que hay un colectivo que viene desde Brasil y quiere entrar a La Plata lleno de turistas. ¿Con fiebre? ¿Con síntomas? ¿Que necesitaban un respirador artificial? No se sabe. Sólo con turistas. Circuló la patente y el nombre de la empresa. “¿Quién está en la CNRT? Tal vez pueda tomar cartas en el asunto”, “Los frenaron en Quilmes”, “No les importan los controles”, “Si sabemos que está pasando, denunciemos”.
Ayer lo vimos todxs: alguien, tal vez asustadx o tal vez inconsciente, se fue de un hospital, se tomó un Buquebús y entró al país. Su foto -sólo a veces blureada en el contorno de la cara- circuló por todos los medios. También el documento, su nombre y apellido completo. Si tuvimos la televisión prendida y estábamos conectadxs a alguna que otra red social, sabemos qué hace en el tiempo libre y a qué escuela fue. Sabemos también de quién es hijx, qué hace su padre para aportar a la economía familiar y podemos intuir una clase social: “un cheto rugbier, era obvio”. Y otrxs colegas reforzaron: “es un bobo que se escapó de un hospital”, “un infectado”, “un inconsciente, un egoísta, se merece lo peor”.
¿Desde cuándo el periodismo de crisis se convirtió en esto? ¿Alguien se puso a pensar en el después? ¿En qué momento el periodismo se convirtió en ese terreno macartista que habilita a transmitir minuto a minuto la violación de la privacidad y pasa por arriba todos los derechos personales conquistados? ¿Cómo volvemos a construir intimidad cuando todo esto pase? ¿Alguien se puso a pensar en qué va a pasar con la vida social de esa persona, tal vez asustada, después del 31 de marzo o qué es lo que le está pasando ahora?
Y no es que no haya leyes ni trabajo desde el Estado: la defensoría del público difundió, hace unos días, un decálogo con recomendaciones a la hora de comunicar y armar las coberturas en torno a la pandemia.
“En la difusión de casos representativos priorizar el trato respetuoso. Evitar centrarse en las historias más dramáticas. En todos los casos, respetar los derechos personalísimos. En particular, no afectar la dignidad, el derecho a la imagen, así como la intimidad de las personas afectadas, o involucradas en las coberturas”, dice el punto cuatro.
Pero mucho antes, desde hace casi diez años, la ley nacional de SIDA sostiene lo mismo: hay protocolos enteros que dicen que no se puede exponer la intimidad de las personas que viven con una infección, mucho menos degradar su dignidad. La 23.798 es una ley vieja, que hace más de tres años las organizaciones de personas con VIH necesitan que se apruebe un nuevo proyecto que piense la situación de las personas desde una mirada integral. Pero el derecho a la privacidad con los diagnósticos es un derecho conquistado y algo que no se negocia.
¿Por qué piensan que no se hacen análisis de sangre cuando nos contratan en un trabajo, que no hay que presentar certificados que visibilicen los estados serológicos, que vivir o no con VIH se transforma en una condición para poder trabajar? ¿Dimensionan la discriminación, el estigma y la persecución que se vive? ¿Qué nos hace pensar que en estado de pandemia lxs trabajadorxs de prensa pueden pasar por arriba los derechos de cada unx en pos de la primicia, la espectaularidad, el color de una nota o la construcción cercanía e intimidad con quien lee?
Eso es punitivismo: “Pensar que todos los problemas de todos los órdenes de la vida se resuelven con más castigo, más pena, más reparto de dolor”, dice Claudia Cesaroni. ¿Y los medios? ¿Qué poderes construyen, sostienen y refuerzan? ¿Acaso no es punitivismo mediático? “El ‘infectado irresponsable’ vendría a ser un nuevo enemigo. O el que no toma todas las precauciones. Yo creo que hay que cumplir las indicaciones del aislamiento, pero me alarma el modo en que se desatan las bestias del linchamiento mediático, de la demanda de castigo brutal, etc”, agrega Cesaroni.
“Estamos preparándonos con todas las alternativas y la gente lo tiene que saber: esto es una guerra”, dijo Claudio Belocopitt, el presidente de la Unión Argentina de Entidades de Salud y director de Swiss Medical Group.
Y ahí lxs trabajadorxs de medios: ¿para quiénes están trabajando?
Tenemos transmisión en vivo y a cuatro cámaras de lo que pasa en Las Grutas, Bariloche, Puerto Madryn y Mar del Plata. Pero ¿qué está pasando en los barrios pobres? ¿Tenemos transmisión en vivo de lo que está haciendo de la policía y las fuerzas de seguridad en cada barrio de los conurbanos? ¿No serán esos barrios los mismos que están sin agua y a los que ABSA no les da respuestas? ¿A nadie le preocupa?
En estos días lxs trabajadorxs de prensa y comunicación tenemos un rol clave: acompañar la cobertura de una pandemia. Ninguna facultad, universidad o taller nos preparó para eso. Como en cualquier oficio, muchxs aprendemos trabajando, en la calle. Todo lo que sabemos lo construimos a partir de los debates colectivos, de los encuentros entre pares, tratando de encontrar la manera más amable y feminista de ejercer y construir el oficio. Y leer. Escucharnos y leer.
Por eso las redes de periodistas feministas, por eso los encuentros, los espacios de debate, los encuentros de formación: necesitamos construir un periodismo que sirva, que reflexione, que pueda ser un servicio, un espacio para pensarnos y poder leer el mundo con otros ojos.
Traficante de stikers. Julia no se acuerda cuando decidió convertirse en periodista, pero a los 11 años escribió un cuento: un fideo de barrio armaba una revolución en la alacena para no morir en la olla. Ella cree que ahí empezó todo, y puede que tenga razón. Nació en Bahía Blanca, una ciudad donde hay demasiado viento, Fuerzas Armadas y un diario impune.
En 2012 recibió un llamado: al día siguiente se fue a Paraguay a cubrir el golpe de Estado a Fernando Lugo. Volvió dos meses después, hincha de Cerro Porteño y hablando en guaraní. Trabajó en varios medios de La Plata y Buenos Aires cubriendo géneros, justicia y derechos humanos. Es docente de Herramientas digitales en ETER y dio clases en la UNLP y en la UNLZ.
Tiene una app para todo, es fundamentalista del excel e intenta entender de qué va el periodismo en esta era transmedia.