Esta semana, en las reseñas de Pulso Noticias, leemos este diario de natación del poeta, ensayista y crítico literario inglés Al Alvarez: un tratado sobre el proceso de envejecer y la percepción del encanto de la naturaleza en medio de Londres
Por Juan L. Delaygue
Fue como sumergirse en el elixir de la vida:
entré viejo, quejoso y dolorido; al salir me
había sacado de encima un par de años
¿Puede la decadencia del cuerpo agudizar la percepción de la belleza del mundo? Ésta es la pregunta que se le presenta al lector de En el estanque (Entropía, 2018). El autor, Al Alvarez (5 de agosto de 1929), es un poeta, ensayista, periodista y crítico literario inglés que ha dedicado su vida en partes iguales a los libros y a deportes extremos como el montañismo. Llegado a la vejez, con un tobillo comprometido que le impide continuar escalando, se dedica todas las mañanas a la natación en los estanques de Hampstead Heath en Londres como una actividad que le restituye a su cuerpo la vitalidad del pasado: “Empecé a darme cuenta de que la vejez no implicaba -necesariamente- una existencia póstuma: se trataba tan sólo de una vida distinta, y más me valía aprovecharla mientras durara. Sí, puede que el cuerpo se me estuviera cayendo a pedazos, pero en cierto modo nunca me había sentido más vivo, ni el mundo me había parecido un lugar más lindo, más deseable, más conmovedor”. En el estanque es una crónica de esas mañanas de natación, el diario de un poeta empeñado en no dejar de vivir sobre el final de su vida.
Al Alvarez escribe como si se estuviese preparando para despedirse del mundo de un momento a otro. Lo anuncia desde el comienzo: “Por los motivos que fueran, jamás creí en mi propia inmortalidad”. Su prosa tiene la cadencia y el tono de quien se ha reconciliado con la idea de su propia finitud después de toda una vida de emperrarse en habitar con intensidad el mundo. Así, en el estanque donde va a nadar retrata a los distintos personajes que frecuentan ese ecosistema, “ex atletas soñando que todavía ejercen, tratando de lidiar con la vejez pero sin ceder a la queja. Todo es relajado, informal, discreto, triste”. Pero -fundamentalmente- la atención de su prosa está depositada sobre los elementos de la naturaleza: el agua, su temperatura y textura; la floración de las plantas en el pequeño paraíso de los estanques de Londres; los animales que habitan el lugar (peces y aves); el estado del clima y, sobre todo, las derivas del cielo londinense: “La belleza del lugar, la frescura y el silencio son una forma inmejorable de empezar el día. Me restituyen el alma -si es que tengo-”.
Casi como los esquimales, que -se dice- tienen decenas de palabras para nombrar la nieve, Al Alvarez parece estar queriendo inventar una variante de la lengua para hablar del agua y, a través de su experiencia en ella, poder nombrar con calma aquello que lo conmueve: la naturaleza, la decadencia del cuerpo, la vejez y su aceptación silenciosa, como un largo poema de tono reposado. Sobre todo se trata de esto último: el proceso del envejecimiento y los nuevos modos de lo cotidiano que esto posibilita. Allí emerge como una constante la idea de la ‘humillación’ que el diarista siente por la decadencia del cuerpo: “Lo que me pregunto ahora es cuánto tiempo más lo voy a poder disfrutar antes de que este tobillo insufrible me impida llegar hasta ahí. Así que lo que empezó como un diario sobre natación se está convirtiendo en una crónica sobre el trance de envejecer”. Pero esto también abre nuevas dimensiones de la percepción que redirigen la escritura hacia la belleza del paisaje, haciendo emerger imágenes de una altura lírica que pone la lengua del diario al borde del poema: “Un martín pescador pasa como un rayo cerca de la orilla, a unos treinta centímetros del agua. Parece una perdigonada de zafiros. Una mancha azul, un fogonazo eléctrico que brilla y desaparece en un instante. Un milagro en el medio de Londres”.
Finalmente, merece una mención aparte la excelente traducción de Juan Nadalini: es un hallazgo infrecuente y feliz una traducción a la variedad rioplatense en la que las expresiones no suenan forzadas, y la cadencia cristalina de Al Alvarez calza a la perfección.
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