Está pronta a cumplir 70 años y baila en las escolas más importantes de la ciudad carioca. Lo hace desde hace trece años, y a la gran cita viaja con tres meses de anticipación para ensayar con las diferentes comparsas. En Brasil trabaja en un colectivo en el que cobra los boletos. La historia de una mujer que sabe vivir la vida. Pe, pe, pe, pe, pe, pe
Por Ezequiel Franzino
El balanceo de Beatriz Gaspari es todo un poema. Tanto que pareciera que Vinícius se inspiró en ella para componer Garota de Ipanema. Y eso que aunque esté llena de gracia no es ninguna “menina”. Es una jubilada platense de 69 pirulos, que desde hace 13 años viaja ininterrumpidamente desde La Plata hasta Brasil para ser protagonista del carnaval más importante del mundo. Sin lugar para la improvisación, llega a las tierras cariocas con tres meses de anticipación a la gran cita y ensaya alrededor de diez horas por día. Para esta edición que se viene, se propuso desfilar con ocho escolas distintas. En una rutina demencial, el próximo marzo bailará durante cuatro días consecutivos, casi tres horas por jornada.
Con una jubilación de docente que alcanza para poco, para poder costear esta aventura que tanto le apasiona ahorra todo el año, compra el pasaje en 12 cuotas, y viaja en micro 42 horas. Allá vende brazaletes y vinchas con lentejuelas, colabora en el armado de las carrozas a cambio del almuerzo, y trabaja en unos mini bus, en los que avisa desde la ventanilla los destinos y cobra los boletos.
“Antes venía por quince días y luego me volvía a Argentina para trabajar. Cuando me jubilé dije basta. Me voy a Brasil, vivo tres meses allá, y empiezo a ensayar con las escolas”, dice Beatriz desde la habitación en la que se hospeda, en un hotel ubicado a tres cuadras del sambódromo.
En Río de Janeiro son las siete de la tarde y Beatriz acaba de llegar de uno de los ensayos. Para soportar el calor se metió en la pileta y ahora toma tereré. Este es su pequeño descanso. La chica de 69 años en una hora volverá a ensayar con la escola de Tiyuca, y bailará sin parar hasta las cuatro de la mañana.
“Saqué una residencia provisoria y me inscribí en varias escolas”, cuenta esta mujer que viajó a Río por primera vez en el año 1986, embarazada de uno de sus hijos. Aquella vez se prometió volver, y se juró que algún día iba a recorrer esos 700 metros del sambódromo, danzando con una fantasía puesta, ante la atenta mirada de las multitudes. Fiel a su palabra, desde 2006 hasta acá no faltó nunca.
“Escuchar una batería, que son 400 personas haciendo percusión, te pega en el alma, se te sale el corazón del pecho”, dice Beatriz y agrega “cuando termino de desfilar termino agotada y pienso que no voy a poder hacerlo de nuevo. Me como una banana, me cambio, doy toda la vuelta para arrancar con la otra escola, escucho la batería y se me pasa todo. Es una alegría enorme que te brota y que se contagia”.
Aunque parezca que lleva la samba en la sangre, lo cierto es que esta danza la conoció recién a sus 56 años. Después de de haber practicado durante 3 décadas atletismo en el club Estudiantes de La Plata y en el CEF Nº2, le dijeron que no iba a poder seguir corriendo por problemas en los meniscos. “Ni loca iba a ponerme a tejer, así que empecé a bailar”, dice Beatriz. Probó de todo: folclore, flamenco, árabe, contemporáneo y jazz. En esa búsqueda se topó con el samba brasilero y fue un viaje de ida. “Esto es lo mío. Por qué no lo hice antes”, se pregunta todavía.
Pero Beatriz no puede reprocharse nada. Vive cada minuto al máximo y en cada baile deja todo. Más todavía cuando pisa el sambódromo, y siente que “la gente se levanta para aplaudirte y una piensa que es Maradona entrando a la cancha”, dice Bea y aclara “sos una en mil, pero cuando se agitan las banderitas de tu escola se te pone la piel de gallina. Es una sensación inolvidable que querés repetir y bueno, yo la repito”.
En sus largas estadías en el país tropical no sólo mueve las caderas: el año pasado también aprendió a tocar el tamboril de batería. “Me agarré tendinitis porque me pasaba horas en la plaza tocando”, dice Beatriz, que Junto a su grupo se presentó para el cumpleaños número 80 del cantante y compositor brasilero Martinho da Vila. “Estaba desfilando y se me caían las lágrimas de emoción”, recuerda.
Carnaval toda la vida
Cuando termina el carnaval en Río, el regreso a City Bell demanda cierta adaptación. “Durante un mes no hago nada y tengo que volverme formal de golpe. Vestirme de Marrón, no puedo andar desvestida, y tengo que andar con mucha educación”, asegura Beatriz.
Más allá de lo que dice, no crean que en La Plata anda como una señorona. Acá también vive su carnaval: tiene su grupo de percusión, con quien toca en cumpleaños, bares y casamientos. Además se baila todo en cada una de las presentaciones de los grupos de samba de nuestra ciudad, como Carinhosos da Garrafa, O Quilombo da Mulherada, Mais Uma o Bagunca. “Mis amigas de mi edad se juntan para comer o para ir al teatro. A mí me gusta, pero llega un momento que me pudre estar ahí sentada hablando”, dice Beatriz.
Esta garota que fue profe de Educación física en la Media Nº12 de City Bell, en San Cayetano, en el Albert Thomas, en la Escuela Especial Nº 527 y en un secundario de Arturo Seguí jura que “mientras me dé el cuero voy a seguir haciéndolo. No dejo de hacer abdominales y actividad física. Mis hijos dicen que estoy loca. Me dicen que Brasil es peligroso, pero yo les digo que más peligroso y más triste es morirse en una cama”.
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