Mientras despotrica contra el crecimiento del Estado y planifica ajustes con el FMI, desde el gobierno se solventa el gasto político para la militancia oficial. La doble moral que hace estragos en el macrismo
Por Rafael Tossi
“Haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”, reza uno de los dichos populares más arraigados en la sociedad. Nunca tan bien utilizada esta frase como para hacer notar la ambigüedad reinante en el discurso oficial, que mientras aboga por un ajuste que lleve a un Estado menos entrometido en los asuntos económicos, por el otro no para de aumentar el gasto público incentivando la llegada a cargos estatales de seguidores de la doctrina macrista.
El alto grado de doblez y de simulación que reina hoy en día en la clase dirigente nacional, que acostumbra a un doble discurso para captar el voto de argentinos desprevenidos, ha llevado a que la ciudadanía pierda la confianza en la política, y eso puede notarse con crueldad por estas horas en nuestro país.
Un informe realizado por el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec) evidencia cómo desde la llegada de Mauricio Macri en la Casa Rosada aumentó el tamaño de la estructura del Ejecutivo al tiempo que se multiplicaron los nombramientos discrecionales de funcionarios.
No solo los ministerios crecieron en la era Macri respecto al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner pasando de 17 a 21, sino también las Secretarías de Estado, que hace 3 años atrás eran 69 y ahora son nada menos que 113, es decir, en solo 31 meses de gobierno de Cambiemos existen 44 nuevas dependencias de este estilo ocupadas todas por gente que responde totalmente al oficialismo.
Lo mismo sucede con las Direcciones Nacionales, que en dicho lapso de tiempo pasaron de 291 a 313; las Direcciones Generales que crecieron de 141 a 143; así como también los cargos generales en otras áreas de gobierno, que de los 683 puestos existentes en 2015 se llega los 721 de hoy en día. Solo las Subsecretarías descendieron en número, de 165 a 131.
Un dato preocupante que marca la ascendencia de la conducción política actual sobre los cargos públicos, tiene que ver con el porcentaje de directivos públicos que cumplía con los requisitos exigidos por la norma para el acceso a cargos jerárquicos, que se redujo de 32% a 18% entre 2015 y 2017; así como también en 2015 el 72% del total de personas que componían la Alta Dirección Pública eran profesionales y en 2017 esta participación cayó al 66%.
Si la dirigencia argentina no cambia las maneras de llevar adelante sus acciones, la posibilidad de reconciliarse con la sociedad de cara al futuro será cada vez más lejana, porque sin este cambio la gente seguirá sumergida en el descreimiento generalizado y la posibilidad de que el país crezca estará condicionada por este escepticismo.
Esta constante doble moralina, este “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”, que es el motor de buena parte de la clase dirigente nacional, es una situación que ya ha quedado caduca, y si los políticos no afinan la puntería y empiezan verdaderamente a solucionar los problemas reales y más urgentes de la población, será muy difícil tener un futuro cargado de optimismo en la Argentina.
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