“Quiero pedir el cese inmediato del arresto domiciliario de Juan Miguel Wolk, que vuelva a la cárcel común”, exigió Marta Úngaro cerrando su testimonio. “Aquí nada es gratis, todo se consigue con la lucha. Ellos fueron arrancados de sus domicilios cuando estaban durmiendo, quedaron ahí, eternamente jóvenes, en una foto blanco y negro, pidiendo que no olvidemos, que no perdonemos y que no nos reconciliemos con los asesinos”
En la audiencia 26 del juicio unificado por los crímenes de lesa humanidadcometidos en Pozo de Banfield, de Quilmes y Lanús, Nora y Marta Úngaro detallaron los días de Septiembre y Octubre del ’76 en La Plata durante La Noche de los Lápices. El juicio se lleva a cabo a a través del Tribunal Criminal N° 1 de La Plata y es transmitido en vivo por La Retaguardia y Pulso Noticias a través de www.juiciobrigadas.wordpress.com
En la audiencia 26 testificaron Marta y Nora, hermanas de Horacio Úngaro secuestrado la madrugada del 16 de septiembre de 1976, cuando también fueron detenidos otros y otras jóvenes militantes secundarios de 17 años en La Plata. Nora realizó una intensa y emotiva introducción antes de contar los detalles de su propio secuestro, 15 días después del de Horacio.
La noche que lo secuestraron Horacio estaba con Daniel Racero, se había quedado a dormir en su casa. “Eran muy amigos así que era frecuente que se quedara a dormir”, dijo Nora. Los dos tenían 18 años. Pero no fueron los únicos adolescentes secuestrados la Noche de los Lápices en La Plata: además de Horacio y Daniel, los grupos de tareas se llevaron a Claudio de Acha, María Clara Ciocchini, María Claudia Falcone, Francisco López Muntaner, Gustavo Calotti, Pablo Díaz, Patricia Miranda y Emilce Moler.
“Fue algo muy doloroso para mi familia, mi madre pidió por ambos. Sobretodo que no se llevaran a Daniel, que solo estaba de paso en el departamento, pero le dijeron que también estaba en la lista”, explicó Nora, una vez más después de haber testificado otras veces en estos 45 años de los sucedido. “La señora Olga comenzó a moverse aquel mismo día, no solo por su hijo sino también por su amigo”, agregó. “Los chicos no son un número, tenían sueños y proyectos de vida”, dijo y va a repetir la idea durante todo su testimonio, emocionándose profundamente.
Horacio cursaba el último año en el Normal 3 y Daniel terminaba el secundario en el Colegio Industrial: “Daniel era muy amigo de mi hermano, quería ser abogado, siempre le hacia chistes, venían a casa, jugaban, se hacían cosquillas, se empujaban. A él le encantaba molestar a Horacio porque él se ponía colorado siempre. Después de los juegos venía la merienda, panqueque con dulce de leche, tostadas con manteca y azúcar, y ahí ya empezaban con sus charlas de política”, relató Nora con minuciosidad yendo de los detalles más íntimos de la amistad y la adolescencia, al compromiso político. ”Otro común denominador era la solidaridad: Daniel compartía todo lo que tenía, era hijo menor, su papá era marino y había fallecido poco tiempo antes”, agregó Nora, que fue testigo de varias charlas con Daniel y su hermano menor Horacio.
“Detrás de cada historia hay una mamá, hermanos, sobrinos. Daniel tenia dos hermanas y él tenia una admiración por Silvia, que era profesora de danzas. Ella siempre lo retaba por su participación política, pero a la vez lo ayudaba a organizar los volantes, tenían un amor especial”, agregó Nora sobre la historia de Daniel.
También recordó a Maria Claudia Falcone: “Su mamá conservó las hojas Canson de dibujo de su hija. Tenía una producción artística impresionante para su edad. Esos son proyectos de vida truncados”, agregó. También reconstruyó la historia de María Clara Chiochini, novia de Horacio: “Aunque ella no quería irse de Bahía Blanca, había venido desde allí porque ya la habían querido secuestrar y pensaban que la iban a poder preservar en La Plata”.
Todos los jóvenes secuestrados aquella noche militaban en la Union de Estudiantes Secundarios, expresión del peronismo en las escuelas secundarias.
En ese sentido, Nora contó diversos detalles y hermosas anécdotas sobre la relación de noviazgo entre el joven Horacio y María Clara, almuerzos juntos, regalos, sorpresas, bromas: “Se querían mucho y se tenían mucho respeto”, sintetiza. Tanto María Clara como Horacio pensaban estudiar medicina.
El pibe Horacito
“Horacio era el menor de 4 hermanos, fue muy amado, era esperado por todos, tenemos a nuestro hermano mayor, mi hermana, yo y luego venía él”, dijo Nora respecto al bebé nacido en el Sanatorio Argentino de La Plata.
Sobre esa niñez en la casa donde el padre era contador y la madre profesora, Nora detalló: “leíamos mucho a Emilio Salgari, a Julio Verne. A Horacio también le gustaba mucho Álvaro Yunque”, dijo y explicó que su mamá tejía pulóveres y que su hermano era muy solidario: “era muy común que donara los pulóveres”. Horacio hacia trabajo barrial en la zona e 122 y 80: “juntaba cosas y las llevaba a los barrios. Pero no sólo lo hacía él; todos hacían eso. Los chicos daban todo lo que tenían y lo hacían por una sociedad más justa, para que todos tuvieran las mismas posibilidades”, agregó Nora. “A muchos les llama la atención que los chicos secuestrados en la Noche de los Lápices, los que pedían por el boleto de colectivo, eran el hijo de ingeniero y la contadora, la hija de un médico. Pedían cosas que no necesitaban, porque lo hacían por los otros, era una generación solidaria”.
En ese momento, todos en la familia de Nora eran militantes: “empezamos con la sensibilidad y después nos dimos cuenta que hay que transformar las cosas y nos vamos agrupando donde nos gusta, donde nos sentimos cómodos”, dijo sobre la puerta de entrada a la militancia de miles de personas: “Nuestra familia era una familia politizada: mi hermana y yo empezamos a militar a los 14 años y lo digo con mucho orgullo”.
“La primer palabra que Horacio dijo cuando empezó a hablar fue Marta, por su hermana. Creció tan rápido que cuando nos quisimos acordar tenía 17″, recordó Nora con íntima tristeza en su introducción. “Somos familias que nos han destruido, hemos salido adelante y peleado por Justicia, pero todo esto es tan injusto”, dijo. Al momento del secuestro Horacio se preparaba para rendir el ingreso a medicina, estaba leyendo “Principios elementales de filosofía marxista” de Georges Politzer y “El ser nacional” de Hernández Arregui. Además de terminal el secundario se estaba por recibir de profesor de Francés y era un gran jugador de ajedrez.
A dos semanas del secuestro de Horacio, cae Nora y vive el cautiverio
La tarde del 30 de septiembre, Nora fue a la casa de Daniel Recero, en 13 y 38, para pedirle el documento a la madre. Habían pasado 14 días desde la el secuestro de los chicos e intentaban presentar habeas corpus, ir a hablar con instituciones y personas que pudieran ayudar: “Su mamá estaba destruída, con la presión alta”, explicó y contó que, en el momento de tranquilizarla, ingresaron a la casa y por la fuerza un grupo de hombres de civil y que traían a la otra hija que justo había bajado a hacer una compra: “Me vendaron los ojos, me tiraron al piso, me esposaron, me bajaron por las escaleras y al piso de atrás de un amplio auto”, recordó Nora sobre su propio secuestro. Allí le robaron una pulsera veneciana, todos los anillos y collares “También escuché el cierre de la billetera donde llevaba algo de plata”, recordó sobre aquella tarde.
En un viaje no muy largo la llevaron secuestrada al predio policial de 1 y 60: “Reconozco que era la caballeriza por el olor de los caballos”. Nora es veterinaria y durante sus estudios había realizado prácticas universitarias con equinos. “No sé cuánto tiempo quedé ahí tirada, no me quería mover del miedo que tenía”.
La peor oscuridad y, de pronto, el compañerismo
Luego la trasladaron en un vehículo con dos personas más: “al llegar escuché un portón de metal”, detalló y supo que había sido trasladada al Pozo de Arana: “Nos tiraron en un pasillo, nos golpearon unas trompadas que te tiraban al piso, patadas”.
“Me llevaron a una habitación donde me quitaron la ropa. Escucho ‘dame más voltaje’. Me ataron a un elástico, como eran las camas antes, me golpearon y me pasaron una picana eléctrica”, expresó con dolor pero con tranquilidad de más de 30 años de lucha por Memoria, Verdad y Justicia: “Con la electricidad, aparte de arquearse el cuerpo y el dolor tan intenso, quema, se siente el olor a carne quemada. Uno se ahoga en sus propios gritos, es terrible, quedé muy lastimada. En el diccionario nos faltan palabras para describirlo”, continúa y detalla que mientras la torturaban salvajemente, escuchó que un policía le pedía mayonesa a otro: “Yo tenia 22 años, mientras ellos me picaneaban, comían”.
Durante ese terrible momento le hacían preguntas, nombraban diferentes agrupaciones políticas, órganos de prensa: “Tiraban cosas al azar”.
Cuando terminó la sesión de tortura, Nora recuerda que le corría la sangre hasta los tobillos. Sin embargo eso no es todo cuando se trata de los verdugos de nuestro país: “Así y todo te venían a toquetear, manosear, ¿quién hace eso? no puedo decir que son animales porque soy veterinaria y los animales muestran amor todos los días, entonces ¿qué son? ¿quién los formó para hacer eso?”, pregunta al tribunal.
De regreso a la celda escucha la mejor noticia para su secuestro de unos 18 días: “La persona que habían trasladado conmigo a Arana, escucho que es Ana Diego, estudiante de astronomía, que yo ya la conocía desde hacía un tiempo”, explicó con mucho cariño. También escuchó la presencia de Carlos Schulz, a quien también conocía un poco menos, que estudiaba medicina.
“Era una época que un grupo de jóvenes nos reuníamos en el bar de Exactas al mediodía porque tenía unos sánguches de milanesa impresionantes”, explicó respecto a la coincidencia, de la que nadie que vive en La Plata se sorprende: “a Ana la recuerdo muchísimo”, dice al pasar como detenida en el recuerdo.
Después las llevaron a otra celda y es tan intenso el deambular de los cuerpos que Ana reconoce cada espacio; explicó que el plano de Arana que reconstruyeron los sobrevivientes para la investigación y los juicios, fue dibujado por ella.
También menciona que había más compañeras en la celda donde la llevaron: Ángela López Martín, profesora de geología del Colegio Nacional y Amelia “Eliana” Acosta, ambas eran más grandes que Nora y Ana. “Ellas estaban muy mal, muy lastimadas y así y todo ambas trataban de protegernos, darnos ánimo. Nos explicaban que no tomemos agua, ya que por la corriente eléctrica de la picana se descompensa todo el organismo con el agua”, siguió Nora entrando en cada detalle de su memoria.
“Eran tan especiales” agregó y se decidió a contar que Ángela, en el medio de esa oscuridad y dolor les decía:”las voy a hacer viajar” y relataba su viaje por las Cataratas “haciéndote sentir por un ratito que estabas ahí”.
“Si ellas tuvieron esa sensibilidad de ocuparse de nosotras estando tan golpeadas, qué personas, ¿no?, qué personas hemos perdido como sociedad”, pregunta a los integrantes del Tribunal y a quienes miran la transmisión y relata: “nos contábamos todo lo que podíamos, había un compromiso: el que sobreviviera tenía que avisarle a la familia que nos había visto”, explicó sobre esa actitud que generó que muchos y muchas conozcamos al detalle lo que sucedió y que gritemos fuerte que no nos olvidamos, no nos reconciliamos y no perdonamos.
Un tiempo después, conoció a otras personas secuestradas y compartieron información. Las volvieron a trasladar en un auto alto, donde también aparece la voz de Osvaldo Busetto, un militante del PRT, estudiante de Arquitectura y aún desaparecido, que al momento de su secuestro tenía una herida de bala. Estaba en pareja con Ángela, con quien se reencontraron en ese momento de traslado sin verse, solo a través del sonido: “el amor con que se hablaban me emocionó, se preguntaban cómo estaban”, salta de la memoria de Nora otro recuerdo limpio entre tanta suciedad.
Allí fueron trasladados al pozo de Quilmes. Los separan en celdas. En el segundo piso estaban los hombres y debajo las mujeres, a Nora la encerraron junto a Ana Diego: “Nos pegaban y nos manoseaban mientras subíamos escaleras”, recordó y agregó que allí quedaron un par de días.
En cierto momento los detenidos se envalentonaron y empezaron a gritar por nombres: “se escucharon gritos, nombres de personas. Yo grito el nombre de mi hermano y me responde Emilce Moller, diciéndome que lo conocía a mi hermano y que sabía que lo habían trasladado a otro lugar”, recordó sobre otra de las secuestradas en la Noche de Los Lápices y que sobrevivió.
Y allí hace otro hermoso paréntesis donde explicó que, así como Emilice iba al colegio de Bellas Artes, igual que Falcone y Horacio iba al Normal 3, y otros a otro colegio: “se iban a reunir siempre en la plaza donde está el Jacarandá, frente a Bellas Artes”.
Un respiro, un trago de agua frente a la cámara y Nora regresa al pozo de Quilmes con otra imagen: “Con Ana nos conocíamos de antes, teníamos mucho para compartir, ella tenía 21 años, estaba muy golpeada, nos poníamos cabeza con cabeza y cantábamos muy bajito canciones de la Guerra Civil Española”, relató como otro escape mental del infierno. Y cuenta que hay un asteroide que le pusieron de nombre Ana Diego en homenaje: “me emocioné, porque ella hubiera sido una gran astrónoma y una docente excelente, no tenía techo de lo inteligente que era, Ana no es un número, es mucho mas que eso”.
Con esa frase vuelve a evocar a sus verdugos: “son todos culpables, nadie los podía obligar a hacer las cosas que hacían” dijo y agregó que no todos tenían el mismo rol durante el secuestro, y allí menciona que en Arana había un médico que cada tanto visitaba la celda.
Regreso a Arana, el recuerdo de Nilda y el reencuentro
Después de unos días en Quilmes Nora fue nuevamente trasladada a Arana: “yo en ese traslado pensé que me iban a asesinar, tenía terror, pánico. Un miedo que no se puede describir, todo mi cuerpo temblaba muchísimo por el miedo. Uno de los tipos me dijo que yo iba a salir, pero no le creí”, relató.
En Arana también se encuentró con otros prisioneros con los que a veces pudo hablar, muchos muy lastimados, contó que con algunos había mucho más ensañamiento. Y relató que estuvo con un grupo de varones en una celda, Mario Salerno, Rodolfo Torresi, Bernardo Cané y explicó que a alguno lo conocía de la facultad y a otros no.
Luego es trasladada a otra celda, junto con Nilda Eloy
“Nos presentamos, charlamos un montón. Ella estudiaba Medicina, era egresada de bellas Artes, tenía 19 años en ese momento”, empezó a comentar y enseguida evocó a esta referente de los derechos humanos fallecida en La Plata en noviembre de 2017. “Lamento tanto que no pueda estar acá, le conocí la cara bastantes años después cuando le dieron la libertad, ya que en cautiverio estábamos vendadas”, describió y agregó: “Nilda era una gran persona, dedicó la vida a la solidaridad, a testificar, a acompañar a la familia”.
Envuelta en dolor y en un balance de vida, en este momento tan importante de volver a testificar por lo que pasó ella, su hermano y toda su familia, explica: “Esto de ser sobreviviente nos va a acompañar toda la vida, uno sigue su vida, trabajo, familia, pero tenemos una obligación” dijo. Recordó a Nilda “con muchísimo cariño y muchísimo dolor que ya no este”.
“Hemos guardado con dolor cada uno de los recuerdos, cada detalle y por eso me extiendo, ¡Qué calidad de seres humanos! Pienso en Busetto con una pierna agusanada teniendo esa capacidad de brindarle el amor a su pareja, nos dábamos ánimo, qué personas valiosas se han perdido”, reflexionó.
Nora va llegando a sus 18 días aproximados de terrible cautiverio. Contó que cada tanto aparecía un cura que hacía recitados bíblicos y que un día apareció el “Coronel Vargas” y le dijo que la iban a dejar en libertad.
El 20 de octubre de 1976 la trasladaron y la dejaron parada frente a una pared de barrio hipódromo, cerca de su casa. Le arrancaron la cinta adhesiva de los ojos y las esposas. “No te des vuelta, no digas nada”, le dijeron. “Yo me quede esperando los tiros, estaba paralizada. No sé cuánto tiempo estuve ahí y al rato empecé a caminar para mi casa”.
Su padre, luego del reencuentro, la emoción y los abrazos, le pidió un momento para que le diga todos los nombres de los compañeros y él los anotaba en una lista. Fue a avisarle a todos. También le contaron que habían pasado sus dos excompañeros de celda, por separado, a avisar que habían estado secuestrados con Nora y que ella estaba viva.
Finalizado el relato cronológico, Nora destacó que, de esos 18 días aproximados, una sola vez los dejaron higienizarse en unos piletones en Arana, con jabón blanco. También resaltó la falta de comida: “Yo nunca fui delgada, pero el día que me liberaron pesaba 52kg. La otra vez en mi vida que tuve ese peso fue hace poco cuando tuve cáncer”, compara entre infiernos Nora durante sus casi 2 horas de testimonio emotivo y memorioso.
Su familia no querían que se quedaran en La Plata, así que se mudó a Rosario. Solo dos meses, hasta que decidieron volver para acompañar a sus padres, ya que Horacio seguía desaparecido. El 9 de mayo de 1985 en el “Juicio a las juntas”, fue la primera vez que testimonió.
“Nos falta ese Horacito del que estábamos tan orgullosas. Le encantaba debatir política, ¡cómo discutía con mi papa, que era cercano al PC!”, recordó y describió el dolor de la desaparición, de la ausencia, de que no se supo dónde quedaron los restos del pibe Ungaro: “Es algo cultural, nos tenemos que despedir, un lugar para ir a recordarlo, poner una flor”. Pero resalta: “lo más terrible es que le quitaron sus sueños, sus proyectos de vida, mi hermano es el médico que falta en algún hospital, porque no tengo duda que iba a dedicarse a la salud pública”. Horacio había nacido el 12 de mayo de 1959, y que el día siguiente a la audiencia, este miércoles, hubiese cumplido 62 años.
Respecto a quiénes fueron quienes secuestraron a Horacio, Nora respondió que se trataba de una banda civil de la Corriente Nacional Universitaria (CNU), donde estaba el “Indio” Castillo y un profesor del Industrial de apellido Broch: “Fueron los propios represores los que le pusieron de nombre ‘La Noche de los lapices'”, rememoró.
El valor del compromiso y la militancia
Nora, luego de responder las preguntas de las querellas y la Fiscalía quiso dejar algunas reflexiones más: “Han tardado tanto que hemos perdido muchos compañeros, ¿cuánto tiempo tenemos que esperar?” preguntó al Tribunal y agregó: “Pasaron 45 años de todo esto, de todos los sobrevivientes y familiares, nunca fuimos por venganza, siempre nos movió la justicia, sin embargo nosotros sí hemos recibido llamados telefónicos por esta lucha, pero nunca nos dejamos caer, ni con la ley de obediencia debida”.
“No quiero que nunca más se persiga a un joven porque participa, porque tiene una idea de justicia, porque necesita ser solidario, o ese chico que tiene una inquietud, que se acerca a un centro de estudiantes, o porque hay un caño roto en el barrio”. Y en ese puente al presente agregó: “Me sigue doliendo la desigualdad, que no haya alimentos suficientes para la población”.,
“Fue el estado el terrorista. Pasamos por la ley de obediencia, tuvimos juicios a cuentagotas, ¿saben todo lo que pasó en ese tiempo? mis padres no están, mi hermano mayor tampoco, además de Horacio, les pido Justicia”.
Marta Ungaro: el trabajo de investigación y la lucha
Ni bien finalizó el testimonio de su hermana, pero desde otra casa, Marta dio su testimonio un poco más breve, sin haber sido ella secuestrada, pero con fuertes pedidos de Justicia y con profundo conocimiento de la causa de su hermano.
Al comienzo Marta deseó hacer un recordatorio por Virginia Ogando: “no llegó a este juicio y no pudo abrazar a su hermano Martín, identificado en el pozo de Banfield”, y también recordó a Adelina De Alaye y “a todas las madres, a Adriana Calvo, Nilda Eloy y los compañeros muertos recientes por Covid-19, como Juan Scatolini”.
“Horacio tenía 17 años, estudiaba y hacía muchas actividades, ajedrez en el Club Estudiantes, nadaba para el Club Universitario, estudiaba francés, quería estudiar Medicina” describió al iniciar y coincidió con su hermana: “Me lo imagino ahora trabajando contra el Covid”.
Respecto al contexto Marta destaca que “ya se vivían muchas desapariciones y asesinatos, ya se vislumbraba antes de la dictadura que los secundarios ya perdían compañeros”. Y también resaltó que el boleto universitario se había conseguido en 1975 y la dictadura militar lo sacó: “por eso los chicos hacían una resistencia a la dictadura”.
Marta vio a Horacio la noche anterior a su secuestro. Recordó que en su mesita de luz tenía el “El Diario Del Che” y un manual de Filosofía. Marta y Nora no vivían en ese departamento sino en otro monoblock en Barrio Hipódromo y ya estudiaban en la facultad. “A las 4 de la mañana mamá nos tocó el timbre para avisarnos del secuestro de Horacio y de Daniel Recero, fuimos y el departamento, en un quinto piso, estaba todo dado vuelta, habían robado todo lo que habían podido”, recordó.
Allí hace una pausa y contó que fue hasta el balcón y vio que estaban todos los libros tirados por allí: “Qué fuerza habrá tenido Horacio que cuando escuchaba que venían por el, intentó preservar los libros”, dijo y mostró a cámara el libro de Politzer que había mencionado anteriormente su hermana: “todavía los conservo, con sus 17 años a este ya lo había leído y marcado. Yo no lo he podido terminar aún”.
Allí llamaron a su papá que vivía en Gonnet y comenzaron el “periplo” de búsqueda. En el intento de presentar un Habeas Corpus necesitaban un abogado que lo redacte: “La semana anterior habían asesinado a Domingo Teruggi y a Sergio Karakachoff, dos abogados populares, del peronismo y del radicalismo que trabajaban juntos”, recordó. Sin conseguir un doctor en leyes, terminó firmando y presentándolo su padre.
En esos primeros días del secuestro, se contactaron con la familia de Maria Claudia Falcone, también con la de López Montaner: “hicimos muchos pedidos y actividades conjuntamente, íbamos a ver los resultados de los Habeas Corpus” y fue en ese tramiterío que su hermana, Nora, es secuestrada en la casa de la madre de Daniel Recero.
“Para el caso de Nora conseguimos abogado y presentamos un Habeas Corpus y siguieron los trámites y penurias”, explicó y recordó sobre su familia, que ya contaba con 2 personas secuestradas el mismo septiembre del ’76.
“Cuando la liberaron a Nora conocimos los centros clandestinos”, explicó Marta respecto a los detalles contados por su hermana a fines de octubre. “Durante años buscamos la aparición con vida de nuestros desaparecidos, pero con el tiempo nos dábamos cuenta que no sucedía”, describió respecto a las sensaciones cuando empezaron a pasar las semanas y los meses.
La primera vez que escuchan sobre la presencia de Horacio con vida es cuando Pablo Díaz fue legalizado, años después y que su hermana Graciela le contó los detalles a la familia Falcone: “habían estado con los chicos, dijo que hasta diciembre del ’76 Horacio había estado vivo”.
Regreso a la democracia y la reconstrucción en los juicios
Luego Marta contó sobre el Juicio a las Juntas: un testigo describió el asesinato de muchos de los jóvenes en Banfield, “cuyo responsable era el mayor Juan Miguel Wolk”, resaltó y apuntó al genocida que en muchas de las transmisiones del juicio se lo ve desde su prisión domiciliaria.
“A raíz del juicio y de los testimonios de los sobrevivientes pudimos reconstruir los días que Horacio estuvo en Arana, del viaje del grupo que queda en Quilmes y que ellos siguen hasta Banfield”, expresa respecto a todo ese grupo de jóvenes secuestrados en septiembre.
Allí Marta también se tomó un tiempo para reflejar lo terrible del caso de La Noche de Los Lápices: “los que somos de La Plata ya saben mucho lo que fue, pero se conoce mundialmente y se conmueven mucho”. Y respecto a los propios militantes secundarios agrega que “muchos no tenían necesidad de tomar un boleto, pero había hiperinflación, aumentaban semanalmente los boletos”, recalcó.
Días después del secuestro de Horacio, Marta contó que sus amigos y compañeros se intentaban acercar para preguntar por él, “con muchos cuidados y peligrando su vida”. Y relata un viaje en tren con una amiga Inés Ortega, melliza de Susana: “nos contó que estaba embarazada y luego la secuestraron”.
Allí Marta regresó a la noche anterior de Horacio: “Se había quedado pintando el guardapolvo con ‘El ojo de Guernica’, dijo y mostró a la cámara el propio delantal con el dibujo y las lágrimas inconclusas del Guernica y el bordado del escudo del Normal 3.
También recordó el 21 de noviembre del ’77, cuando fueron a Buenos Aires a visibilizar los desaparecidos en la visita de un funcionario estadounidense y a hablar con la prensa extranjera, conoció a Azucena Villaflor.
También dedicó parte de su relato a señalar algunos curas cómplices con lo que sucedía, como Montes, el párroco Plaza y Astolfi “que presenció los fusilamientos en Arana. Quiero que la avenida 66 no lleve el nombre de él”, agregó.
Cárcel común para Wolk
El testigo que presenció los asesinatos en el sótano de Banfield también declaró que el asesino fue Wolk. “En el ’98, en los Juicios por la verdad, conseguimos que se lo cite. No eran juicios punitivos sino de declaración, pero Wolk figuraba como fallecido y así, bajo esa figura, estuvo 25 años en el padrón electoral” relató Marta sobre quién en aquel momento en realidad estaba prófugo de la Justicia.
La lucha por Justicia obviamente siguió. Marta presentó un pedido para ver quién cobraba la pensión de Wolk de la caja policial y un tiempo después llegó que la cobraba él mismo, aunque figuraba fallecido. “Ahí comenzó un periplo para que Wolk diera testimonio ante la justicia, primero ante el Dr. Corazza, en el Tribunal 3 que lo cita y le da el arresto domiciliario. Al tiempo Wolk se escapa de nuevo”.
“Todo esto lo conseguimos los familiares, los compañeros, las madres. Todo este entramado de datos lo hicimos nosotros. Por casi 45 años, la Justicia no nos escuchó, no nos apoyó, o lo hizo a cuentagotas, “¿por qué alguien que ha asesinado, está prófugo, le dan arresto domiciliario y se vuelve a escapar?”, se preguntó Marta sobre este periplo de la justicia y de Miguel Angel Wolk, uno de los asesinos y torturadores de los pibes y pibas, que nuevamente fue hallado estando prófugo y nuevamente le dieron prisión domiciliaria, donde está hoy.
“Quiero pedir el cese inmediato del arresto domiciliario de Juan Miguel Wolk, que vuelva a la cárcel común”, exigió Marta cerrando su testimonio.
Marta también es veterinaria y tienen todas las muestras genéticas que se le entregaron al Equipo Argentino de Antropología Forense para que se pueda encontrar a su hermano: “el delito es permanente, hace 45 años que se está perpetrando, hasta que no lo encontremos, y allí tendrá que ser asesinato si lo encontramos. Pero la desaparición forzada es continua, nos tuvimos que armar como familia”, describió y agregó que tuvo varios intentos de suicidio en los primeros años: “cada uno tuvo que armarse como pudo durante la dictadura, nuestro hermano mayor se tuvo que ir al exilio y yo volví a la vida con la revancha de tener hijos y nietos que participan. Su tío Horacio vive en ellos en las historias. Fue el estado el que nos tenía que cuidar, protegernos, asistirnos, educación y salud”, protestó.
Marta consideró también muy importante hablar sobre lo acontecido en el Cementerio de La Plata e incorporar la causa donde los médicos firmaban como N.N y como fallecidos por problemas respiratorios a personas que tenían balazos en el cuerpo. Marta señaló que había 480 tumbas y que años después solo quedaban 70, con lo cual hubo 410 restos de las víctimas que fueron arrojadas al osario. “Esa causa tiene que prosperar”, pidió.
“Aquí nada es gratis, todo se consigue con la lucha, nosotros queríamos medicina popular, construcción de viviendas populares y eso todavía no lo tenemos, es la deuda”, dijo Marta para concluir sobre toda una vida luchando por justicia. “Ellos fueron arrancados de sus domicilios cuando estaban durmiendo, quedaron ahí, eternamente jóvenes, en una foto blanco y negro, pidiendo que no olvidemos, que no perdonemos y que no nos reconciliemos con los asesinos”.
Es melómano y amiguero. También es periodista, docente, trabajador cultural y militante. Nació y se crió en Necochea y ahora hace más de 15 años que corta por diagonales.
Su vicio lo lleva a la sección Cultura de Pulso, pero también se puede mover por Política, Interés General y Derechos Humanos. Hace trabajos radiales para la cooperativa y da una mano para la cuestión de recursos, suscripciones, cocinar para todxs o lo que pinte. Su moto y su ansiedad lo llevan a ser de lxs más puntuales del emprendimiento.
Traficante de stikers. Julia no se acuerda cuando decidió convertirse en periodista, pero a los 11 años escribió un cuento: un fideo de barrio armaba una revolución en la alacena para no morir en la olla. Ella cree que ahí empezó todo, y puede que tenga razón. Nació en Bahía Blanca, una ciudad donde hay demasiado viento, Fuerzas Armadas y un diario impune.
En 2012 recibió un llamado: al día siguiente se fue a Paraguay a cubrir el golpe de Estado a Fernando Lugo. Volvió dos meses después, hincha de Cerro Porteño y hablando en guaraní. Trabajó en varios medios de La Plata y Buenos Aires cubriendo géneros, justicia y derechos humanos. Es docente de Herramientas digitales en ETER y dio clases en la UNLP y en la UNLZ.
Tiene una app para todo, es fundamentalista del excel e intenta entender de qué va el periodismo en esta era transmedia.