El músico, recientemente fallecido, habló con Pulso Noticias en junio de 2018 sobre el feminismo, sus búsquedas artísticas y su pasado hardcore: “Vivo todo con intensidad: cuando opino, compongo o amo”
Por Facundo Montiel
Frío, hace tanto frío, que no puedo más que arder, canta Gabo Ferro, y se funde en ese mar de fueguitos, en ese millón de mujeres de verde frente al Congreso. Hiela la noche del 13 de junio, la madrugada del 14 es una gran fogata, y ahí está él (único varón, plantado en el escenario), con ellas, en ese abrazo colectivo, reconocimiento de un trabajo que lleva ya 13 años indagando en “la clase, la raza y el género” y que comenzó con Canciones que un hombre no debería cantar.
Cantante, autor y compositor. Poeta, performer. Doctor en Historia y profesor. Escribió 6 libros y cientos de canciones, navegando entre el rigor científico de la investigación y la aventura de la literatura.
En 2005 se lanzó como solista: su voz y su poesía hicieron el resto. Editó 14 discos con su sello independiente, Costurera Carpintero, ganó un premio Gardel por La primera noche del fantasma (2013) y estuvo nominado a tantos otros. Fue reconocido con el Premio Konex como una de las cinco mejores figuras de la década 2005 – 2015 en la disciplina canción de autor. No está escrito en ningún lado, pero fue lo mejor que le pasó a muchos, y a muchas, que se convirtieron en un público fiel, íntimo y (un poco) atrevido. Pero eso es solo parte de la historia: antes, en los años 90, tuvo el pelo largo, rompió guitarras e irrumpió en la escena hardcore al frente de Porco.
–Si “muerte al macho” es la consigna, ¿hay (también) que matar al ídolo?
–Matar al macho, matar al ídolo, matar a los padres; en sentido metafórico, pero real. Te doy un ejemplo: cuando en los 80 empezamos con el hardcore, venían y nos hablaban del hipismo, o de ciertos fundadores del rock argentino, y nosotros teníamos bien claro que no podían ser nuestros referentes. Debíamos “matarlos” para poder fundar un aire nuevo. Yo creo que todo hijo debe “matar” a su padre, a toda esta idea del macho, del ídolo, del padre autoritario. Toda idea censora, represiva, que te enjaule, que te encorsete, sí: debe morir.
–¿Extrañás algo de esa época?
–No, ahora soy mucho más enérgico, más libre, más heavy. La soledad es bellísima, la soledad es libertad. Genera angustia, pero también tiene esa belleza, ese derecho y esa soberanía de llevarte a vos y tus cosas donde creas que es más conveniente. Y ese es, para mí, el mejor lugar.
Vicio de su disciplina, usa al pasado para hablar del presente. Intenso, maneja los ritmos, los tonos: un énfasis distinto en cada renglón, sutilezas de un trovador. A diez años de un disco bisagra, Amar, temer, partir, reflexiona: “Cada disco es la foto de una época. Son como síntomas de algo que me sucede. Por ejemplo, desde 2016 que no saco un disco solo, y este año y el pasado saqué materiales en colaboración. Desde que subió este nuevo gobierno no pude hacer nada en soledad, sí en compañía. Ya saldré de nuevo con la armadura, el pico y la espada”.
–¿Son tiempos de abrazarse?
–Sí. Días atrás, en los camarines antes de un concierto, estábamos todos los amigos abrazándonos mucho, y me di cuenta de que se sentía como el exilio, como estar en el país de alguien más, no en el nuestro. Pero me di cuenta, también, de que la potestad del abrazo los otros no la tienen, la tenemos nosotros. Como canto en El beso urgente: mi adversario no sabe besar. No saben besar, y esa potestad me llena de orgullo. Y en esto prefiero no hacerme el boludo, sé dónde me paro y lo manifiesto. No voy a dejar que yo, mis canciones y mis libros quedemos en un lugar supuestamente apolítico, supuestamente amoral.
–¿Cómo contará la historia lo que está pasando con el feminismo? ¿Cómo contarías vos lo que pasó frente al Congreso con el movimiento de mujeres?
–No lo sé, los historiadores no tenemos la capacidad de alejarnos de los hechos en el momento, para verlos en perspectiva. Sí hay algo que noté el otro día: veía nuestras manifestaciones generales, donde el machismo impera, y las veía agresivas, violentas. Frente al Congreso, sin embargo, las veía a ellas, cómo se cuidaban, donde toda manifestación era amorosa, por la algarabía, por cantar, por bailar. Era una revolución suave, pero no por suave menos revolución. Me cuesta usar esa palabra, los historiadores sabemos que implica un conjunto de hechos que hace que la historia no vuelva a ser igual. Hasta pongo en duda si el 25 de mayo de 1810 lo fue, pero sí estoy seguro de que lo que pasó el otro día fue revolucionario. Hay algo que no puede volver atrás. Aunque algunos lo intenten (y lo hacen), no se puede volver atrás.
–Parafraseándote: ese grito, ¿es todavía un grito de amor?
–Será siempre un grito de amor, porque hay un reclamo tan elemental: que las dejen en paz, a las mujeres, con sus derechos y su conciencia, ellas sabrán qué hacer. ¡Dejémoslas en paz!
A Gabo Ferro lo abruma la ciudad, pero en esa dualidad con la que siempre juega, también disfruta caminar por las avenidas, recorrer las librerías, ir de un teatro a otro, correr a algún concierto para no perderse nada. “Soy un apasionado, y me gusta serlo. Vivo con mucha intensidad todo: cuando opino, cuando compongo, cuando amo. Me gusta transitar las cosas con pasión, porque las leo como vida”.
–¿Hacés terapia?
–Hago terapia, aunque mi analista insiste en que no es necesario. Discuto con él todo el tiempo, me lleva siempre a un lugar de crisis y de pensamiento. Es estimulante, eso es la terapia para mí: ya no hablo de cosas superadas. Soy un buen tipo, soy leal, soy fiel; estoy seguro de que transito por el lado bueno de las cosas. No hablo de enojos con mi padre. Es un lugar crítico, político, erótico desde el eros que moviliza. Y a veces, está bueno tener una mirada técnica, clínica, sobre cosas que son pura pasión.
–¿De ahí te nutrís para componer?
–De todos lados. Cada canción es como una caja con materia, como si fuera plastilina, y según el día o el momento en el que la abra, puede pasar cualquier cosa: nunca es la misma versión, la misma canción, a veces estás más conmovido, a veces no te pasa nada. Y eso puede pasar en cada recital. No hay en esto ni fans, ni admiradores, ni palabras así, como muchas cosas en mi vida que no tienen palabras que lo definan. Me pasa como espectador también: me entrego al juego, hay que entregarse definitivamente. ¡Qué pena por quien no pueda hacerlo!
–Gabo, ¿hacia dónde vas con la música?
–¡Hacia el abismo!
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