Bernardo Pagliettini es uno de los pocos artesanos materos que quedan en la región. Desde su taller ubicado en barrio Hipódromo, en el Día Nacional del Mate cuenta los secretos de un oficio fascinante
Por Ezequiel Franzino
Entregarse a la bebida no necesariamente tiene que ser algo malo. Claro, depende a cuál. A contramano de las expectativas de un padre que halagaba sus cebadas eternas sin que se le lavase la yerba, pero que esperaba tener un hijo ingeniero o contador, con tan sólo 18 años Bernardo Pagliettini eligió el mate como modo de vida. Quiso ser artesano y a su familia no le quedó otra que apoyarlo. Mal no le fue: hoy es uno de los pocos materos que sobrevive en la región, y puede vender hasta 200 unidades por mes.
“Mi viejo creía que no se podía subsistir con un hobby, pero desde que elegí esto siempre tuve su apoyo. En los últimos cinco años el proyecto se potenció mucho”, cuenta Bernardo, dueño de Calabalumba.
Desde su taller ubicado en Barrio Hipódromo, Bernardo trabaja todas las variedades de la calabaza. Apenas los frutos le llegan desde Entre Ríos, este hombre de 36 años comienza un proceso artesanal que incluye ahuecarlos, quemarlos, pulirlos y engarzarlos en alpaca. A los más sofisticados, esos que puede vender en casas tradicionalistas o en negocios de diseño, le suma alguna piedra o monedas antiguas, para convertirlos en verdaderas obras de arte.
También confecciona bombillas, todas de caña con pico de alpaca, que según este experto hacen una combinación perfecta: “la calabaza al ser amarga y la caña dulce hacen una muy buena unión” dice Bernardo y agrega “nunca bombilla de metal. Con el agua caliente largan químicos y no es para nada recomendable”.
Las buenas ideas suelen surgir de manera accidental. Y la de Calabalumba no podía ser la excepción. Una prima de Bernardo que trabajaba la madera con gubias tuvo un corte importante en una mano, decidió abandonar su hobby, y le legó sus herramientas de trabajo. “Agarré las calabazas y se me fue convirtiendo en una pasión”, cuenta Pagliettini sobre sus inicios.
Con los primeros conocimientos sobre el oficio, Bernardo y su novia se mudaron a Capilla del Monte, Córdoba, donde definitivamente empezó a darle forma a este proyecto que está en asenso permanente. “Ahí arrancó todo. Gesté la idea y tuve más tiempo para crear y para mejorar la técnica. El lugar me ayudó un montón para abrir la cabeza y potenciar lo que más me gusta hacer”, cuenta Bernardo a Pulso Noticias.
Arraigado a La Plata y con dos hijos, atrás quedaron aquellos tiempos de hipismo en su máxima expresión. Sin embargo, generalmente a bordo de su camioneta y muchas veces en familia, hoy viaja por todo el país recorriendo el circuito de ferias de artesano. “Está bárbaro viajar en familia. Aprovechamos para conocer lugares, buscar nuevos puntos donde se junte mucha gente y donde haya eventos”, explica el Rey de la Calabaza.
Con su emprendimiento en alza y expansión, este hombre parece un salmón en un rubro que tiende a la baja. De hecho, el aumento desproporcionado de un 150% en las materias primas obligó a muchos de sus colegas a abandonar sus tareas. “El circuito se achicó bastante. Ya no se puede picotear como antes ni subsistir. Ahora es en serio o nada”.
Tan en serio se lo tomó, que en el último tiempo incorporó tecnología de punta, para poder producir a demanda. “compré maquinaria para adaptarme a cualquier producción”, asegura este hombre que se encarga absolutamente de todo en su emprendimiento: proveedores, confección de los mates, viajes, ventas. “Hay que laburar fuerte todos los días y meterle muchas horas de taller. Por suerte ahora aligero mucho de los pasos”.
Tanto lo moviliza lo que hace, que aunque el oficio se encuentre en caída libre, y más allá de que en la región apenas quedaron dos o tres materos, Bernardo no sé ve haciendo otra cosa en un futuro. “Este es mi estilo de vida. De grande me veo en el rubro. Fabricando o cortando cuero, pero siempre en este camino”.
*nota publicada el 30 de noviembre de 2018
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