Este fin de semana se jugó en La Plata uno de los torneos de bochas más importantes del país. La cita sirvió de excusa para conocer un deporte que requiere una destreza inigualable, y que tiene entre sus adeptos a personajes dignos de conocer. Sumérjanse en este increíble mundillo
Por Ezequiel Franzino
Intuyo que cuando García Márquez dijo que el periodismo era el mejor oficio del mundo se refería a esto. Si no hubiese sido para escribir esta crónica, jamás se me hubiese ocurrido venir a este evento. Menos un domingo a la tarde. Sin embargo estoy acá, en el corazón de barrio Hipódromo, adentrándome en el fantástico mundo de las bochas. ¿Aburrido? No se vayan, háganme caso. Esto es espectacular.
En el Club Ateneo Popular se están disputando las instancias decisivas de un torneo que convoca a los mejores jugadores del país. Son las seis de la tarde y las más de 250 personas que colmaron el galpón de calle 39 e 115 y 116 ya se tomaron todas las cervezas y botellas de vino de ¾ que la cantina tenía para ofrecer. También saquearon la parrilla, en la que descansan dos chorizos chamuscados.
El evento es un éxito. Vino gente de todas partes de la provincia para ver a los mejores en esta disciplina. Los viejos del club, que conocieron las épocas doradas de este deporte que muere en una lenta agonía (en la ciudad quedan apenas dos clubes y en Berisso y Ensenada otros cuatro), se entusiasman con que esto puede ser la resurrección. José Luis Tranquilini, un referente del deporte en la zona, se gastó un dineral para organizar este torneo, costeando los aéreos, la estadía y los viáticos de jugadores que llegaron desde Chaco, Entre Ríos, Córdoba, Santa Fe y Bahía Blanca. Con la alegría de un padre que le organizó el cumpleaños a su hija me dice que “este es un sueño que tenía desde hace quince años. Empecé a ver que se caía las bochas en La Plata entonces pensé en hacer algo para poder reflotarlo”. Según dicen los que saben, Córdoba es el único lugar del país donde todavía hay renovación de jugadores de este deporte.
Al menos hoy, el escenario dista mucho de ese panorama desolador del que hablan todos. Para mí, que es la primera vez que veo bochas en mi vida, esto es un boom. Es cierto, en las tres filas de tablones que hay de tribunas apenas se ve un puñado de jóvenes, dispersos entre un mar de hombres sub 70 y de algunas mujeres, también de entrada edad, que intentan paliar el calor con abanicos.
El gimnasio es un hervidero. La parrilla todavía prendida y el calor que absorbieron las chapas del tinglado durante esta jornada soleada hacen que la mayoría tenga que secarse gotas de sudor de la frente. Hay encendidos tres ventiladores de techo que tiran más calor. Y no cabe una persona más. Hay gente que está colgada en los alambrados de los extremos de la cancha.
El público está acá desde el mediodía. Ya perdieron la cuenta de la cantidad de partidos que se vieron. Y también perdieron la cuenta de los puchos que se fumaron. Tan en el tiempo parecen haber quedado las bochas, que este sigue siendo uno de los pocos lugares en los que se echa humo en un lugar cerrado. La mayoría de los presentes anda con un cigarro en la boca, y algunos otros le hacen a la pipa.
Un muchacho que para la gran cita se vino desde Chivilcoy me cuenta que entre los 16 jugadores que están disputando este torneo hay 5 que fueron campeones del mundo. Todos vinieron a llevarse los 20.000 pesos que hay en premios para el triunfador. Hasta hace unos años, las estrellas de las bochas eran jugadores profesionales que se dedicaban exclusivamente a entrenar el arrime y los bochazos. Pero según Tranquilini “hoy ya no es así. Ahora apareció la figura de los “Patrones”, personas que les bancan las inscripciones a los torneos, los viáticos, y no mucho más”. Para intentar coronarse, cada uno de los participantes pagó 2.500 pesos de inscripción.
Todos aseguran que en este deporte los de afuera también juegan por plata. Sin embargo, no alcanzo a ver a nadie que esté levantando apuestas. Eso sí, hay un joven que recorre el gimnasio con unas tablitas de madera que tienen cinco números escritos con fibrón. Son rifas que tienen un valor de 50 pesos, y que el ganador puede llevarse hasta 500. El sorteo es un éxito tan rotundo como el torneo: muchos de los presentes andan con la maderita de un lado para el otro.
La final
Para aquel desprevenido, las reglas de este deporte son parecidas a las del tejo. Se juega a quince puntos, y en cada ronda los participantes tienen cuatro bochas que podrán convertir en anotaciones en la medida que logren dejarlas más cerca del bochín que su rival. La cancha puede ser de tierra o de sintético, como lo es la de Ateneo Popular, la primera en la ciudad en contar con esta superficie en donde la bocha viaja más rápida y pareja.
Son las 7 de la tarde y el partido definitorio está por comenzar. Si pudiera apostar, lo haría por Daniel Vitozzi, un joven que tiene una brisa al actor Jude Law, y que viste pantalón de Jogging negro con vivos rojos, zapatillas blancas y una remera del Club Hospital de Bahía Blanca. No la tiene fácil. Deberá ganarle a Ismael Antivero, retacón y poca pinta de deportista, pero que acaba de eliminar a una gloria mundial: Raúl Basualdo.
Antivero lanza la primera bocha de la final y el público revienta en un aplauso. Inmediatamente después, al igual que en el tenis, todos enmudecen. El arte de arrimar y bochar demanda silencio y concentración. Para los fanáticos de este deporte, poder estar presenciando esta final representa lo mismo que ver en vivo a Messi o a Roger Federer. Con la diferencia que ellos tienen a sus ídolos a 50 centímetros de distancia. A un viejo le suena el Nextel y la tribuna se crispa. “Silencio”, gritan un par, enojados.
Para sacar la bocha de Antivero -que está pegada al bochín- Daniel Vitozzi toma envión, corre unos metros, y antes de llegar a la segunda línea de la cancha hace volar por el aire su bola verde, que conecta con la de su rival y la aleja del objetivo más de cinco metros. Con esa jugada magistral se pone arriba en el tanteador. “Qué epetáculo”, grita una señora que no puede creer lo que está viendo.
Un viejo que viajó desde Mar del Plata, y que comenta cada uno de los tiros, dice que el bochador es como el goleador en el fútbol, que es el encargado de hacer explotar las gargantas en las tribunas. Yo no dejo de asombrarme con los tiros de arrime. Con una técnica exquisita, los tipos dejan caer la bocha como un barco de papel en el agua, y la misma viaja tan lenta que durante todo el trayecto uno piensa que en cualquier momento se frena. Sin embargo, como una babosa, en los 28 metros que tiene que recorrer, la bocha avanza moviéndose entre las bandas de la cancha – los entendidos le dicen las lomas – hasta llegar al lugar deseado, pegadita al bochín.
Tiro a tiro, el árbitro va marcando con tiza el destino final de cada una de las bochas. En algunas ocasiones, cuando a simple vista no sabe cuál de las dos bochas está más cerca del objetivo, saca una vara para medir. Cuando las distancias a calcular son más largas, entonces lo hace con un centímetro. Como el que le acaban de pasar ahora para corroborar que Antivero metió tres puntos, para ponerse 10 iguales.
Los fanáticos me cuentan que una de las cosas más lindas de este deporte es que el partido no está perdido hasta la última bola. Todos alguna vez fueron testigos de remontadas épicas. “Se puede estar 14 a 0 abajo y lo podés terminar ganando. Eso es lo más hermoso”, dice el viejo de Mar del Plata que en una hora me dio una clase avanzada de este deporte.
Pero en esta final la paridad dura hasta el diez iguales. De acá en adelante, Antivero se agranda y se convierte en un jugador endemoniado. Arrima todo lo que tira, y cuando Vitozzi asoma con alguna buena jugada, le arremete con bochazos implacables. Cuando tira, se queda con un pie en el aire, haciendo equilibrio y siguiendo con la cabeza el trayecto de su bocha. Parece que la maneja con la mente. Al final, el tablero luminoso – y ochentoso- marca el definitivo 15 a 10 para Antivero.
El presidente del Ateneo Popular, Jorge Llompart, dice que “para nosotros fue algo extraordinario, algo soñado. Esto es una manera de fortalecer el deporte”.
El campeón festeja con su bebé en brazos.
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