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viernes 22-11-2024

EEUU envió una flota militar a las costas de Irán y recrudece la tensión

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La semana pasada, los EEUU movieron hacia el golfo Pérsico, frente a las costas de Irán, buena parte de su poderío militar: dos portaviones, el USS Arlington (con capacidad para medios anfibios) y el USS Abraham Lincoln, a los que sumó una batería de misiles de defensa Patriot. Un grupo de bombarderos B-52 llegó el pasado domingo a una base estadounidense en Qatar, en la costa opuesta a Irán en el golfo. Y a este despliegue hay que sumar los 5200 soldados que EEUU aún tiene en Irak. Semejante muestra de músculo militar se debe al retorno de un clima de tensión alrededor del plan nuclear iraní y las relaciones entre el país persa y el resto del mundo.

Bajo el mandato del presidente Obama, en 2015 EEUU firmó en Viena, junto con Rusia, China, Francia, el Reino Unido y Alemania, el Plan de Acción Conjunto y Completo (JCPOA, por su sigla en inglés), con el cual Irán se comprometía a limitar su plan nuclear a cambio del levantamiento de las sanciones económicas en su contra. La sospecha de que los iraníes encubrieran desde hace décadas la fabricación de armas de destrucción masiva detrás de su plan de desarrollo de energía nuclear, fue uno de los puntos de mayor tensión internacional.

Con el pacto de 2015 se quiso poner fin a más de 40 años de tensiones, acusaciones y conflictos entre la República Islámica y el mundo occidental. Para Irán, las sanciones norteamericanas habían significado una pérdida aproximada de más de US$ 160.000 millones en ingresos por petróleo de 2012 a 2016, y la pérdida de acceso a más de US$ 100.000 millones congelados en depósitos en entidades extranjeras.

Sin embargo, el acuerdo fue fuertemente criticado por sectores políticos conservadores en EEUU, en Israel y en el mismo Irán. La llegada al poder de Donald Trump significó una gran victoria para esos sectores, al igual que el fortalecimiento de la figura del primer ministro Benjamin Netanyahu en Israel, mientras que los críticos iraníes fueron derrotados en las elecciones de 2017 por el actual presidente  Hassan Rouhani. Israel y EEUU hicieron todo lo posible para que el acuerdo de 2015 naufragara.

El 30 de abril de 2018, Netanyahu presentó al mundo supuestas pruebas que demostraban que Irán estaba violando el acuerdo y que estaba construyendo armas atómicas en secreto. Desde la firma del JCPOA, el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) ha certificado en 14 ocasiones que Irán cumple con sus compromisos.

 El 8 de mayo del año pasado, Trump anunció que EEUU impugnaría el acuerdo, lo que significaba renunciar a cumplir con sus obligaciones. Pocos días después, Washington reanudó las sanciones comerciales contra Irán, que en abril de este año llegaron inclusive a aquellos países que comprasen petróleo iraní. Trump también incluyó a la Guardia Revolucionaria Islámica iraní dentro de la lista de organizaciones consideradas como terroristas a nivel internacional por EEUU.

Ante la escalada de las sanciones norteamericanas, los países europeos que habían firmado el acuerdo de Viena anunciaron su intención de mantener las condiciones del mismo y sostener la relación comercial con Irán pese a las amenazas de Trump. Muy similar fue la posición de Rusia y China. Pero al cumplirse un año de la salida de EEUU del JCPOA, y ante la falta de acciones concretas por parte de la Unión Europea (UE), el presidente Rouhani anunció que su país iba a retomar algunas formas de enriquecimiento de uranio que habían sido suspendidas tras el acuerdo, y dio 60 días a Rusia, China, Francia, el Reino Unido y Alemania para que eliminen las restricciones al sistema bancario iraní y a la venta de su petróleo. Y es en este marco que las tensiones se volvieron a encender en el golfo Pérsico.

El fin de semana pasado, Arabia Saudita –principal aliado de EEUU en la región e histórico enemigo de Irán– denunció el sabotaje de dos de sus naves petroleras en el estrecho de Ormuz. Obviamente apuntó contra Teherán, que niega cualquier vínculo con el hecho. Y Trump suma la amenaza de intervenir, en caso de que Irán toque los intereses de su país en la región.

El ajedrez regional, sin embargo, hace muy complejo cualquier tipo de intervención militar. Irán cuenta con el apoyo, o simpatía más o menos explícita, de los gobiernos de Siria e Irak. El gobierno de Qatar sufre hace más de un año un fuerte embargo por parte de sus vecinos de la península arábiga porque se sospecha que están ligados a los intereses de Teherán.

Además, en caso de una escalada en el uso de la fuerza, Irán podría contar con el sostén de Hezbollah en el Líbano, la Jihad islámica en Gaza y las guerrillas de los hutíes en Yemen. A esto se le suman los contactos cada vez más intensos que Irán tiene con Turquía y Rusia. Moscú busca “sincronizar los relojes” con el gobierno iraní en el acuerdo sobre el posconflicto en Siria, los equilibrios del mar Caspio y del Cáucaso, las relaciones con China y hasta la crisis en Venezuela, en tanto que Putin como Rouhani son aliados internacionales de Maduro.

Ante esta situación, Israel, Arabia Saudita y EEUU se mueven con mucha cautela. No obstante, crece el temor internacional a que cualquier paso en falso pueda degenerar en un conflicto armado. El ministro de Asuntos Exteriores británico, Jeremy Hunt, hizo pública su preocupación por la posibilidad de que haya un conflicto “por accidente” en el golfo Pérsico. El secretario de Estado Mike Pompeo ya viajó de sorpresa a Bagdad y a Bruselas para sondar las opiniones de Irak y la UE ante la situación. Los ministros de Exteriores europeos le aseguraron que el bloque va a seguir teniendo relaciones comerciales con Irán sin miedo a las sanciones de EEUU, aunque aún no se sabe bien cómo se concretarían.


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