Por Paulina Tarantino
A. no se arrepiente aún hoy, 37 años después. Ni del primer ni del segundo aborto, porque en aquel momento no quería ser mamá. Quería entrar a ese consultorio de Barrio Norte y pensar que estaba eligiendo lo que deseaba y lo que no para su vida. Pero no fue así.
En la Argentina del ´80, el aborto era ilegal. También en la de los ´90, e incluso en ésta no existe un derecho que ampare la decisión de interrumpir un embarazo no deseado. Y en ese marco de clandestinidad las mujeres sufren todo tipo de violencias. Como le ocurrió a A. “El médico que me hizo el segundo aborto me violó”, cuenta.
Ha pasado mucho tiempo desde la tarde en que su novio de aquel entonces la acompañó hasta el lugar donde atendía el médico ginecólogo, en ese barrio de la Capital Federal. No había celulares ni existía el impulso de registrar todo, como ocurre ahora. Sin embargo, A. no consigue olvidar. Ni el rostro de facciones eslavas del doctor, ni su cuerpo fornido, ni que ahora tendría unos 74 años. Ni que sigue vivo y continúa atendiendo.
“Tengo un problema y es que la anestesia no me toma rápido. Hasta ese momento no lo sabía porque sólo había experimentado una sedación local con una muela”, recuerda. “Este hombre me puso la mascarilla, después una inyección y aún así yo estuve despierta varios minutos y pude ver y sentir que el tipo estaba encima de mí”. A. tiene imágenes difusas y la sensación de haber atravesado el miedo: “¿Viste cuando estás soñando un mal sueño y querés escapar, pero no podés aunque hagas fuerza? Bueno, así”.
La práctica del aborto ha variado a lo largo del tiempo y las anestesias que se han utilizado también. Al respecto, la ginecóloga Gabriela Luchetti, docente e investigadora de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional del Comahue, explicó: “Hace 40 años muy probablemente la sedación era total. Hoy, con el uso de la píldora abortiva, ni siquiera es necesaria la intervención quirúrgica, pero de mediar una puede realizarse con anestesia local, lo que confiere a las mujeres un cierto dominio sobre su cuerpo durante la práctica”.
A. cuenta que salió de la sala médica mareada y con la sensación de haber tenido relaciones sexuales por molestias en la zona genital. “La intervención se da dentro del útero, por lo que si la mujer experimenta dolores suelen ser en el vientre y los ovarios”, explicó Luchetti.
Promediando el año 1981, durante esa tarde fría de invierno, A. no se animó a contarle a nadie lo que le había pasado. “Si yo no hubiera estado haciendo algo penado por la ley, me habría ido directo a la comisaría a hacer la denuncia”. Tampoco le dijo a su novio y se guardó la amargura todos estos años. “No me tuve que poner una aguja de tejer, ni tomar un yuyo, ni acudir a un lugar sin condiciones de higiene y salubridad garantizadas; me pagué mi aborto porque podía y sin embargo las consecuencias fueron terribles”, reflexiona. “Mientras el marco esté librado a la ilegalidad van a seguir pasando estas cosas”.
Ahora A. tiene hijos. Puede hablar, quiere hacerlo. No renuncia a la posibilidad de ser una mujer enteramente libre contando su historia. Y todo el tiempo se pregunta si esto le pudo haber pasado a otras.
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