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jueves 17-07-2025

Cuando lo veía me sonreía hermoso: a un mes del asesinato de Pablo Mieres ¿qué dicen quienes lo conocieron?

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Hace un mes mataron a Pablo Mieres dentro de su casa, a la vuelta de la Facultad de Ciencias Exactas de la UNLP, donde trabajaba. Pablo cantaba en una ópera. Participó de las Brigadas Sanitarias durante la pandemia. Sus amigues, sus conocides y familiares lo recuerdan, construyen su vida más allá de la muerte, y también más acá: porque es necesario contar quién era, decir que mataron a una marica de la ciudad


Conocí a Pablo Mieres en Laberinto Casa Club. Un espacio cultural autogestionado por amigxs y activistas de la disidencia sexual y de género. La mayoría de los que participabamos del proyecto éramos travos afeminados, desviados o por lo menos bastante homosexuales. De hecho, el chiste interno era que, cuando entrabas en Laberinto algo pasaba; salías travo (asi nos nombramos algunos varones trans reivindicativamente).  Disfrutamos mucho ser nostres, ahí adentro de esas paredes enroscadas que nos abrazaron a diario: en ese lugar no solo producimos y sostuvimos contenido cultural disidente (saberes valiosísimos) sino que también albergamos distintos proyectos artísticos, recreativos, de deporte y del orden de la salud integral de putos, tortas, mariconas, travestis, locas y un gran y múltiple etcétera. 

Cuando llegó Milei al gobierno y se cambió la ley de alquileres nuestras prioridades se volvieron más hacia las urgencias, profundizando lo que comenzó en pandemia con Alberto: el higienismo social. La mayoría de los travos autogestivos no tenemos herencia familiar y dependemos de los alquileres; ahora la mayoría de nostres apenas -y con suerte- puede pagar su techo y comida. 

Con el giro económico Laberinto Casa Club cerró. Muches de nosotres seguimos haciendo cosas pero en otros espacios físicos y con otras estrategias, ni siquiera perceptibles desde la heterosexualidad. La casa que nos guarecía ahora está alquilada como local para Guillermo Moreno; un peronista derechoso horrible. Pero en aquel entonces, cuando Laberinto estaba vivo y desbordado de homosexualidad, llegó Pablo. Era la cita de un amigo mío. Recuerdo que eran sus primeros encuentros y que alquilaban muy cerca de un reconocido parque de la ciudad. Además de coger se hicieron amigos cotidianos. 

Unos días después del asesinato de Pablo, mi amigo se acercó a casa y charlamos mucho de su historia y travesuras juntos. Me contó que mientras salían había adoptado a Ventu (su gatita) y que al vivir en una casa tan grande la gatita se había perdido unos días haciendo que ambos la busquen desesperadamente. 

Me lo cruzaba en la entrada de la oficina de mi travajo porque nos mudaron de edificio cerca de la Secretaría de Asuntos Estudiantiles de la Facultad de Ciencias Exactas, que era donde él trabajaba. Cuando lo veía me sonreía hermoso. Recuerdo que le pregunté a mi compañera de trabajo dónde trabajaba él para poder ir a cruzarlo más seguido.  La sonrisa complice y amistosa, la mirada, es clave en un lenguaje corporal homosexual. 

A Pablo me lo volví a cruzar en marzo de este año en la presentación del disco de un amigo y me sonrió y saludó con su sonrisa hermosa. No fui amigo de Pablo, pero conociéndolo luego de muerto (como a veces nos conocemos los putos) puedo decir que teníamos muchos gustos en común y que quizá, si su vida continuara, nos hubiésemos cruzado un millón de veces más en distintos lugares. 

Cuando voy al trabajo las personas bajan la cabeza, la giran y/o hacen alguna mueca de desagrado o sorpresa incómoda. Como si enfrente estuviera un fantasma que saben que existe pero que de golpe está ahí. Ni siquiera se dan cuenta pero una sabe cuando está incomodando. Ser puto visible me ha llevado a agudizar mi lectura corporal de las situaciones por supervivencia: subirse a un transporte público, transitar la vereda, hacer un trámite, cruzarse con fanáticos del fútbol. No es lo mismo para alguien heterosexual que para un puto afeminado, o una travesti, o cualquier forma de vida que escape al binomio de la norma: la violencia expulsiva hacia nuestros cuerpos está cada vez más legitimada. Por suerte he aprendido a reparar en otro tipo de miradas que también están por ahí, miradas dulces y de ternura cómplice como era la de Pablo. 

Escribo porque la muerte violenta de Pablo no debería haber sucedido, pero tampoco es obra trágica de un destino aleatorio. Entiendo su partida dentro de un complejo mundo de duelos, redes  y resistencias que es la realidad de numerosos grupos de personas que viven su vida de forma distinta al régimen heterosexual: muchisimos putos, travestis, trabajadoras sexuales, lesbianas marimachas, etceteras. Escribo sobre Pablo Mieres para recordar su sonrisa, su cara preciosa y para que no vuelva a suceder NUNCA MÁS. Escribo para que en mi espacio de trabajo haya putos visibles sin vergüenza y con más márgenes de existencia que la clandestinidad. Escribo porque cuando sos puto muchas veces cargás la tristeza ajena que significa decepcionar el linaje familiar de reproducir un apellido y no es justo. Escribo porque vivo como vivo, con el pesar de muchos. Escribo porque quiero más Pablo Mieres, aunque sólo hubo uno: que se multiplique su sonrisa cómplice, que se multipliquen las causas por las que vivía, para que haya cantos corales y musicales homosexuales. Escribo para que sus múltiples formas de afectarse y habitar lo colectivo sigan existiendo.

Anónimo

*

Lo conocí chateando en 2010, ahí tuvimos unos encuentros y desencuentros porque ambos éramos algo testarudos. A partir de ese entonces nos mantuvimos cercanos y coincidimos en distintos espacios como espectadores, en la Facultad o en el Hospital. Pero en cualquier lado hablábamos de música, él me contaba sus avances con los agudos -una de sus pasiones- o comentábamos alguna obra. Era apasionado, detallista y muy minucioso, cosa que me irritaba con frecuencia. Desde el comienzo de nuestra relación mantuvimos una complicidad para lo picante: Pablo tenía un humor muy filoso.

Fran

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Fui parte de las Brigadas Sanitarias Ramona Medina con Pabli. Era un ser de luz, este mundo tan cruel y tan injusto le quedaba demasiado grande a una persona como él.Desde el primer día puso el cuerpo para salir a ayudar a todo aquel que lo necesitara durante la pandemia. El miedo y el desconocimiento sobre el virus era mucho en ese momento, pero a él eso jamás le importó porque en sus 37 años de vida siempre pensó más en los otros antes que en él mismo. Dejó su vida para ayudar. Era un ser extremadamente solidario, empático y por sobre todas las cosas un gran amigo. Nos arrebataron a un ser increíble y único. No alcanzan las palabras para describirlo.

Juje

*

Qué inmensa tristeza Pali. El corazón con una bala de hielo negra nubló nuestras vidas. Qué inmenso dolor, qué profunda la herida. Fuiste todo vida. Eras un sol en la noche oscura, un abrigo del alma y una hermosa canción con tu voz dulce y tranquila. ¿Quién apagó tu luz? ¿Quién pudo cubrir de tristeza a todos los que te queríamos? Hay alguien que camina impune, que sigue su vida manchada de sangre y horror. 

Somos multitud buscando una verdad y una razón, que escapa a nuestro entendimiento y comprensión. Descansá dormido en ese sueño eterno. Con toda tu magia y con todo tu calor. Nosotros jamás te vamos olvidar y jamás vamos a descansar. Hasta que se haga justicia que será lo único que atenuará nuestro dolor .

Mirta

*

El crimen y su silencio. Descubrí la noticia por un mensaje que llegó imprevisto “Hallaron muerto a Pedro Pablo Mieres”. Como si alguien apagara de golpe la luz. No quise más detalles, sabía demasiados. Tenía 37 años, estudios en Ciencias Exactas, vocación de servicio, brigadas de vacunación en pandemia, cantaba en coros. No fue enfermedad. No fue accidente. Alguien tomó una decisión. Decidir sobre la vida de otro es un gesto tan aberrante como absurdo.

Esa tarde, en la marcha, frente a su puerta, la facultad lejana y el conventillo de años atrás, sentí el peso de esa ausencia, un hueco de aire que nadie respira. Y comprendí que no quería narrar el horror, sino visibilizar la rabia y el deseo de justicia. Ahí donde colgaban fotos impresas, velas y un pañuelo colorido, éramos colmena. Cada uno aportaba sin coordinador, como si un micelio invisible tejiera hilos subterráneos. Una vecina rompió en llanto al despertar a la idea de no volver a oír su voz pared por medio. No hubo consuelo, sólo presencia. Un cerco de manos la rodeó, una muralla de piel y silencio. El mural improvisado, un collage de cartón pintado con estrellas, soles y lunas, brillaba bajo el resplandor de decenas de velas. La luz parpadea en la vereda, como si el aire fuera un lienzo donde todas las presencias bailan juntas. Pablito no regresó en cuerpo, pero emergió en frecuencias compartidas.

Lo mataron en su casa, a pasos de la facultad donde era parte del aire mismo. A metros de los pasillos donde su voz, conocida por tantos, necesaria para otros, flotaba como el aire. Era uno de esos tipos que parecen siempre estar. Siempre dispuesto. Siempre alegre. Siempre en más de un lugar a la vez. Vecino, amigo, estudiante, cantor, militante de la esperanza. Por eso la ciudad entera cambió de color cuando supe que no estaba más. El crimen no dejó sólo un cuerpo ausente. Dejó un silencio espeso. Un lugar vacío en la brigada de vacunación. Un hueco sin nombre en la facultad.

Leandro

*

Pablo tenía un espíritu colaborativo que salía de lo común. Corría entre bambalinas de un lugar a otro, cada vez que se necesitaba poner banderines, ahí estaba Pablo, si se necesitaba trasladar una cosa, ahí estaba. No sabíamos cómo hacía,  pero cuando estaba la necesidad, te dabas vuelta y ahí estaba, con su carita, con su sonrisa hermosa, ofreciéndose todo él para lo que sea. A veces, era hacer de figurante y aparecer en escena llevando un papel. Me gusta recordarlo así, en esas escenas cotidianas. Sembró mucho. Este mensaje viene a traerles a Pablito cantante, escenógrafo, maquillador, figurante, un compañero hermoso, tras bambalinas, en la Compañía itinerante de opera. 

En la última varieté lírica cada cantante decidió qué era lo que quería cantar. Pablo me dijo que le había sorprendido la propuesta, porque siempre le habían dicho qué cantar, y esta vez tenía que elegir algo. “Buscá dentro tuyo algo que siempre quisiste cantar y nunca pudiste”, le dije. Pasó el tiempo y me dijo: “quiero cantar El Arlequín, Norilla”.  

Nora


*

A Pablo lo conocí por medio de Grinder, la app de levante para putos, allá por el 2020. Nos encontramos en Parque Saavedra, a media cuadra de mi casa de ese momento. Pablo vivía por 12 y 34 y estaba buscando casa para mudarse. Menciono esto porque se terminó mudando a una cuadra de casa.

La noche que nos encontramos, charlamos un rato largo en un banco frente al Hospital de Niños, y Pablo llevaba puestos unos shorts muy, muy cortitos y andaba en bicicleta. ESA ES LA PRIMERA GRAN FOTO DE PABLO EN MI CABEZA PARA SIEMPRE. Shorts y bici. Nos frecuentamos un tiempo y ya luego nos volvimos amigos. Al ser vecinos tuvimos cierta cotidianidad.

Pablo era hermoso, a su rostro lo invadían los rasgos que la daban su descendencia mapuche. Ojos negros bien negros. Pelo negro. Un gesto no duro.
A Pablo le encantaba mostrar sus piernas y estaba muy bien que lo hiciera.
Pablo disfrutaba mucho de su sexualidad. Una vez, en una fiesta de putos, en El Olga, comenzó a señalar a todos con los que había garchado. Tenía una buena lista.
Pablo adoraba a Amy Winehouse.
Pablo era fan de El cuento de la criada.
Pablo se deshacía frente a una torta de chocolate.
Pablo era generoso por naturaleza. Su modo de estar era ése, no había otra manera.
Pablo era Pablo y Mishon, su gatita.
A Pablo le encantaba discutir y darle mil vueltas a los asuntos.
A Pablo le encantaba la ropa. Tenía mucha, muchísima y prefería usar estantes y percheros en lugar de ropero.
Pablo tocaba la guitarra.
Pablo coleccionaba camisas.
Pablo cantaba y le sacaba la ficha a los cantantes que lo habían influenciado. Luego explicaba. Era muy bueno observando. UN GRAN OBSERVADOR.
Pablo era un puto de yiro, le encantaba la calle, yirar por el Parque Saavedra, la avenida 66 o calle 1. La mirada atenta, la mirada en eso, la mirada pilla. El cuerpo entrenado.
Pablo trabajaba en la Facultad de Ciencias Exactas y el Hospital San Martín, de esas dos fuentes adquirió el dinero para vivir.
Pablo siempre mencionaba a su amigo Carlitos.
Pablo era fiel a sus ideas.
Pablo era lindo.
Pablo era un puto hermoso.

Pol

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Traficante de stikers. Julia no se acuerda cuando decidió convertirse en periodista, pero a los 11 años escribió un cuento: un fideo de barrio armaba una revolución en la alacena para no morir en la olla. Ella cree que ahí empezó todo, y puede que tenga razón. Nació en Bahía Blanca, una ciudad donde hay demasiado viento, Fuerzas Armadas y un diario impune.
En 2012 recibió un llamado: al día siguiente se fue a Paraguay a cubrir el golpe de Estado a Fernando Lugo. Volvió dos meses después, hincha de Cerro Porteño y hablando en guaraní. Trabajó en varios medios de La Plata y Buenos Aires cubriendo géneros, justicia y derechos humanos. Es docente de Herramientas digitales en ETER y dio clases en la UNLP y en la UNLZ.
Tiene una app para todo, es fundamentalista del excel e intenta entender de qué va el periodismo en esta era transmedia.

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