Silvia y Sebastián fueron abusados de niños. Ella fue víctima de su propio grupo intrafamiliar y él de un docente religioso. Tras años de silencio y de pobre actuación de la Justicia y de la iglesia respectivamente, conformaron una asociación para visibilizar este delito. En su paso por La Plata, hablaron con Pulso Noticias sobre sus propuestas y expresaron críticas a cómo la sociedad desatiende el abuso a niños y niñas
Por Ramiro Laterza
Múltiples injusticias existen en la vida del ser humano viviendo en sociedad. La violencia del poder, la miseria de la desigualdad, el silencio, el olvido. La historia humana nos ha dejado múltiples experiencias irrepetibles y diversos análisis sociológicos sobre la vida en sociedad. Contra toda adversidad, distintos grupos se organizan para denunciar y superar problemas que a primera vista parecen personales pero que la conciencia los transforma en colectivos.
Para el colectivo del que habla la nota, quienes se autodenominan “sobrevivientes”, el abuso sexual en la infancia es “el delito más invisibilizado del patriarcado”.
“Adultxs por los derechos de la infancia” es una asociación civil en defensa de los derechos humanos de los niños y niñas que tiene como objetivo dar visibilidad pública a estos hechos miserables de los adultos. Según estadísticas mundiales, uno de cada cinco niños es abusado, mayormente dentro del espacio familiar.
Sus referentes, Silvia Piceda y Sebastián Cuattromo, recorren el país hace unos seis años compartiendo sus testimonios. Previo a la tormenta del sábado, sentados en una plaza de la ciudad, fueron entrevistados y fotografiados por Pulso Noticias.
Luego de transcurrir el dolor, el silencio y la traición, salieron adelante organizándose en este espacio. “Que mi historia pueda servirle a los demás, entender que lo que me pasó no era algo privado y personal, sino algo colectivo. Conocimos la trascendencia en los demás para los demás, en lo colectivo, el sentido político profundo de la lucha contra una injusticia”, relató el hombre.
Abuso sexual en un colegio católico porteño
Sebastián y un grupo de compañeros fueron abusados a comienzos de los años 90 por Fernando Picciochi, de 26 años; un religioso y docente del colegio marianista, ubicada en Avenida Rivadavia al 5600 de la Ciudad de Buenos Aires. “Esto fue a mis 13 años, y me llevó 10 más poder hablar del tema”, resume, en pocas palabras, una adolescencia de reclusión y silencio: “Sentía que no tenía adultos confiables a mi alrededor ni contexto, ni en mi casa ni en el colegio encontraba espacios que me permitieran hablar y contar lo sucedido”.
Pasaron 20 años y llegó 2012, el abusador fue condenado a 12 años de cárcel por “corrupción de menores calificada reiterada”. Luego fue ratificado por la Corte Suprema de Justicia, sin embargo, el religioso logró que le aplicaran la ley del 2×1, vigente cuando cometió los delitos, y le otorgaron la libertad.
Padres que no hacen nada y volver al infierno como madre
Finalizado el juicio, Sebastián supo que la lucha contra el abuso infantil iba a ser un camino de por vida, y fue en esa huella que conoció a otra “sobreviviente”, Silvia Piceda, quien había sido abusada durante su niñez por un compañero de trabajo del padre y por un primo. “En mi casa nadie quiso hablar del tema ni hacer nada, y con los años pensé que lo había superado”, cuenta esta médica especialista en hígado, sentada en el banco de plaza junto a su compañero y este redactor.
La vida para Silvia siguió y en la década del 80 conoció a un expreso político del ERP, Dalmiro Suárez, quien ya tenía una hija de una pareja anterior. Tuvieron una niña entre ambos y años después se separaron. La médica se fue a vivir a una casa en el barrio platense de Abasto y su expareja, a escasos metros. En cierto momento comenzó a percibir, sin tanta trascendencia, que la pequeña no quería dormir en la casa del padre y sufría ataques de pánico. Pero no fue hasta que la hija anterior del exmilitante se acercó a Silvia y le confesó que había sido abusada por su padre cuando niña, que ella entendió lo que estaba sucediendo.
A partir de allí, las tres mujeres comenzaron una odisea judicial: denuncias archivadas, aceptación de denuncias sin medida perimetral, burlas, jueces de familia que no protegen. “Siempre recuerdo al juez platense Hugo Adrián Rondina quien actuó protegiendo a el padre de la nena constantemente”, denuncia Silvia mientras resume su tránsito por los pasillos judiciales.
Frutos de la lucha: la vieja casa de Abasto y una intervención de la comunidad
Ante tanto encubrimiento judicial, Silvia decidió autoexiliarse a la Ciudad de Buenos Aires abandonando su casa. Tras varios años, el próximo 19 de noviembre, que es el Día Internacional de Lucha contra el Abuso Sexual, la Asociación a la que pertenecen realizarán un acto de “recuperación”: Silvia y Jazmín retornarán a su casa, la cual tuvieron que abandonar para evitar la revinculación de la niña con su progenitor y presunto abusador.
Mientras tanto, Sebastián también trae sus buenas nuevas: tras 7 años de condena, su abusador había conseguido la libertad, pero la víctima ya había tomado un camino de visibilización y conciencia colectiva.
Hace un mes la pareja, que se encontraba de gira hablando de estas experiencias en Sierra de a Ventana, recibió un mail a la Asociación: una docente pampeana propietaria de un departamento de Mar del Plata les aseguraba que el abusador exreligioso, Fernando Enrique Piccioci, estaba trabajando de “portero” en un edificio de la ciudad costera.
En los tres días que pasaron hasta que el hombre pudo llamar a la denunciante, el abusador ya había sido despedido tras la denuncia de los habitantes del edificio una vez que conocieron la historia. “Esto sucedió sin intervención nuestra, fue una intervención colectiva pacífica y una clara protección de la infancia”, resume orgulloso Cuattromo.
El silencio en la familia
Respecto a los abusos que se producen dentro del seno de las propias familias, Silvia explica: “Hay que ver qué concepto de familia se utiliza, una cosa son los lazos de parentesco, sanguíneos y otros son los lazos de familiaridad, que debieran ser de respeto, amor y cuidado”. Agrega que “para los que fuimos víctimas intrafamiliares, nuestra familia finalmente son los buenos amigos y amigas, la viejita que nos daba la leche cuando no queríamos entrar a nuestra casa, ellos nos salvaron la vida, nos mostraron otros vínculos, otra manera de ser tratada”.
Tras su experiencia como víctima pero también como oyente y confidente de las múltiples experiencias que les cuentan en las reuniones abiertas de la Asociación, llegó a la conclusión que “a las víctimas nos duele más la protección de nuestras familias a los abusadores, que el abuso en sí. Cuando nos animamos a hablar a la sociedad encontramos empatía, solidaridad, pero cuando nos remitimos a nuestra familia seguimos sintiendo el mismo silencio y rechazo de siempre”.
El rol de la iglesia y el Papa
Cuando Sebastián se animó a hablar y realizó la denuncia contra su abusador, también quería que el colegio marianista aceptara su responsabilidad, sin embargo se encontró con una propuesta de dinero a cambio de silencio. Con esto, el hombre decidió dirigirse a la jerarquía eclesiástica de la Ciudad de Buenos Aires, encabezada por el entonces cardenal Jorge Bergoglio. “Quería que me dijeran si avalaban o desautorizaban a esta congregación que pretendía silenciar a víctimas de abuso sexual con un arreglo económico”, resume.
“Me presenté en la sede del Arzobispado para hablar con Bergoglio y me citaron a la Vicaría Zonal de Flores. Ahí fui atendido por el ahora cardenal Mario Poli, quien tras tres largos encuentros me dejó claro que ellos avalaban la actitud y el procedimiento de la congregación marianista”, cuenta este activista por los niños. “Lo más inaceptable y doloroso fue que lo sustentaban con mucha arrogancia, poder y subestimación de la gravedad de lo que implica este delito y el sufrimiento que ocasiona en las víctimas”, describe.
Educación Sexual Integral para niños y ley para agresores sexuales en libertad
A la hora de pensar soluciones a este delito tan común y tan terrible a la vez, desde la “Asociación de Adultxs por los derechos de la infancia” proponen una visión ideal y, por lo menos, dos políticas públicas concretas y a la mano de la Justicia.
“Hay que poner a la infancia como objetivo primordial de todas las políticas, que en cada lugar se piense cómo protegemos mejor a los niños, así cambiarían todos los vínculos de la sociedad”, comienza respondiendo Silvia, y Sebastián añade: “Esta sería una sociedad y un mundo distinto”.
Pero además se detienen a pensar en la Ley de Educación Sexual Integral, aprobada en 2006 pero aplicada por una minoría de docentes. “La ley es absolutamente protectora sobre los niños”. Y añaden otra propuesta: “Cuando hay agresores sexuales que quedan liberados, ¿qué se hace con ellos?”, realizan la pregunta retórica. “Salen de la cárcel y, ¿qué trabajo podemos permitir y cuál no? Sabemos por estadísticas mundiales que los agresores sexuales siguen reincidiendo”, explican para retomar el despido del abusador en un edificio de Mar del Plata donde circulan estudiantes universitarios y niños.
La responsabilidad de cada uno de nosotros y cómo el discurso público lo refleja
“Necesitamos que los adultos hablen de su infancia. Los niños y niñas son víctimas como tales, no hay diferencias de clases sociales”, resume Silvia. Y retoma Sebastián: “En general, la sociedad subestima la profunda importancia política que todo esto tiene”. “Incluso todos los espacios que se comprometen por una sociedad mejor, incluso en esos espacios falta pensar el delito del abuso sexual infantil. Nos gustaría tener cada vez más eco, más convocatoria, no sólo de espacios ajenos, sino de los espacios afines, donde aún falta mucho asumir la enorme incidencia que tiene el abuso infantil”, apunta el hombre hacia el progresismo.
Sebastián en cada una de sus notas periodísticas utiliza un recuerdo muy fuerte de su adolescencia durante esos 10 años donde no pudo contar a nadie sobre los abusos que había sufrido junto a dos amigos por parte del docente religioso. Fanático de San Lorenzo, iba a la cancha y escuchaba cómo la hinchada cantaba reivindicando a Hector “Bambino” Veira por una particularidad: había sido condenado por el delito de tentativa de violación y promoción de corrupción de menor. “Ser víctima de abuso en ese mismo momento me daba la certeza de que si hablaba, la sociedad me iba a destruir”, resume. Esto no cambió mucho durante los últimos 25 años…
“A Veira lo ponemos como paradigma de todo lo que nos falta como sociedad si alguna vez queremos poner a la infancia y sus derechos en un lugar de jerarquía. Este violador pasó a ser una celebridad mediática después de haber sido condenado por abuso sexual”, aclara y cita que años después Mauricio Macri cita frases de este agresor y lo trata públicamente como un “amigo”. “Lo terrible es que no pasa nada”, prepara el terreno Sebastián para concluir.
“Si el presidente citara a Barreda o a algún genocida, afortunadamente no habría margen social, habría escándalo público, pero con un abusador de niños condenado, ni desde sectores conscientes, sensibles y comprometidos con otras vulneraciones de derechos dicen nada”, explica. “Esto es una muestra muy inquietante para nosotros, del lugar de último orejón del tarro que ocupan los niños en la sociedad y este crimen contra la infancia, que es el abuso sexual”.
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