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miércoles 04-12-2024

Bon Odori, o cuando Japón no queda tan lejos de casa

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En su edición número 20, el ritual de la comunidad japonesa dejó en claro que ni la globalización ni la distancia pueden romper una tradición que palpita en el interior de una cultura

Por Paulina Tarantino  

El sol ya cayó sobre los campos de flores de Colonia Urquiza. Las chochin, en realidad las luces, ya están señalando el camino para que los ancestros sepan adónde es la celebración. Entonces los taiko -los tambores- arremeten el primer pulso desde la torre o yagura, comandados por cinco adolescentes que se han preparado durante meses para la ceremonia. Son cuatro segundos de suspenso tamboril y llega la música. El Bon Odori o “el baile con los antepasados”, ha comenzado. Y para muchos de los integrantes de la comunidad japonesa radicada en estas tierras, es vivir Japón en su otra casa.

La celebración data de 1999

“Nosotros somos primera generación nacida acá en Argentina, y muchos hemos vivido un Bon Odori por primera vez acá en este país; nuestros padres que son inmigrantes han tenido la preocupación por conservar las raíces aunque vivamos en otro lugar y es por eso que Bon Odori es tan importante para la comunidad japonesa estemos donde estemos”, dice Fabiana Suzuki, a Pulso Noticias. Ella colabora en el tradicional festejo del predio de 186 y 482 organizado por la Comisión de padres y madres de la Escuela Japonesa de la Colonia, desde hace diez años. “Aunque mis hijos ya egresaron de la institución yo sigo participando, me encanta bailar y poder traspasar el saber a otras personas”, cuenta.
Alrededor de la yagura se está dando un baile sincronizado que involucra a más de 12 mil personas. La mayoría de ellas no pertenecen a la cultura nipona y han venido a vivir este culto milenario por una razón muy sencilla: fueron invitados.

Este año asistieron más de 12.500 personas

Destacadas apenas por un atuendo colorido (el kimono), medio centenar de mujeres de ascendencia japonesa ofician de guía a los participantes. Danzar el Bon Odori es pispear qué están haciendo ellas e imitarlas. Los pasos se repiten una y otra vez en cada coreografía para facilidad de los invitados. “El sentido es mostrar nuestra cultura, por eso hay guías, para que todos puedan disfrutarla y bailarla”, replica Fabiana. El Bon odori implica movimientos medidos con brazos y pies asociados con las mímicas de la gratitud, el rezo y el cultivo de la tierra. La danza es elegante y – salvo algunos giros o aplausos- no es acelerada.

No cabe ni un alfiler, son las diez de la noche y ya se acabaron los helados Melona en la mayoría de los puestos. “Por la crisis, compramos el producto con cierto resguardo porque como es importado es bastante caro”, explica Cristian que se dedica a la floricultura junto a su novia Mika. “El año pasado nos sobraron, entonces éste fuimos más precavidos”, explica.


El método nipón

En su edición número 20, el festejo incluyó el trabajo coordinado de más de doscientas japoneses y descendientes de la comunidad que están todo el año proyectándolo mediante reuniones en la escuela y el Club japonés, otro de los pilares nipones en Colonia Urquiza desde 1967. Gracias a ello, el Bon Odori de la región es reconocido por el mundo entero, y otras comunidades viajan desde lugares muy lejanos para visitarlo. En sus comienzos en 1999, los japoneses que se anclaron en la localidad situada a 20 kilómetros del casco urbano platense, supieron unir una tradición a una necesidad: el tributo ancestral a la supervivencia de la Escuela Japonesa en Colonia Urquiza, que necesitaba mantenimiento.


“Con los 20 años de Bon Odori logramos construir un polideportivo para realizar las actividades deportivas de la escuela y comprar un terreno de dos hectáreas para el Club”, explica Victor Mizuta, organizador de la edición 2019. Él también nació en Argentina y se recibió de Arquitecto en la UNLP y aunque sus hijos ya son egresados, sigue formando parte de la comisión de padres y madres de la escuela. Por que Bon Odori es más que un baile. Es pertenecer aunque los rasgos faciales te vinculen a un punto en el mapa.

Los fuegos artificales colman el cielo. No es capricho: en la creencia milenaria ha llegado la hora de guiar a los ancentros que han bajado a compartir Bon Odori de vuelta al cielo. Como todo es tan organizado y metódico, el mejor destello de luces es el final.

El Bon Odori lo organiza la comunidad de la Escuela Japonesa

En el predio, hay tachos de basura cada treinta pasos. Y ese prolijidad que tratan de garantizar los japoneses no es casual, se gesta en cada una de las comisiones organizadoras.

“Para que te des una idea, hay más de quince comisiones que trabajan con mucho esfuerzo durante todo el año en la escuela, cada una tiene una misión; por ejemplo hay una específica integrada por cuatro personas que se encarga de que todos los que trabajamos hoy en el evento tengamos nuestra comida”, cuenta Mizuta.

Por el parlante, una tímida voz anuncia que el micro Oeste comienza a salir para asegurar el regreso a casa “con servicio ininterrumpido cada diez minutos hasta la una”.

La gente va a seguir bailando hasta esa hora aunque se repitan las canciones: parecen no querer abandonar el césped hasta que se apague la luz. O las chochin.

Víctor me dice que eso es el efecto Bon Odori y que a ellos también les pasa. Que cuando todos se vayan y se pongan a desarmar,  ya van a estar imaginando Bon Odori 2020.

Fotos: Hernán Fouillet


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