Para conocer al triunfador tuvimos que esperar casi un mes. En el camino, muchos perdimos el interés
Lo de esta tarde fue apenas un capítulo más de una final interminable, que entre la ida y la vuelta duró casi un mes. Es cierto, esta historia cinematográfica tuvo un desenlace épico: remontada, expulsiones, suplementario, jugadores acalambrados, la lesión de Gago, Andrada de arquero volante cuando todavía faltaban cinco minutos para que terminase el alargue, un palo de Boca sobre el final y la contra de Pity Martínez a los 120 minutos para sellar el tres a uno y alzar así la tan ansiada Copa Libertadores. En lo deportivo, impecable. El tema fue todo lo otro…
Si duró lo que duró fue porque el acontecimiento más importante de la historia del deporte argentino no podía resolverse en 180 minutos. Ante la mirada del mundo entero había que dar un espectáculo extraordinario. Algo que nos pintase de cuerpo entero. Algo que quedase grabado en la memoria de los fanáticos, pero también en la de aquellos a los que no les gusta el fútbol. Con tanta expectativa, por más que se esforzaran y dejasen todo en la cancha, veintidós tipos corriendo detrás de una pelota no iban a poder lograrlo nunca. Este suceso ameritaba algo más: un guión con escenas memorables, momentos emotivos, picos de violencia explícita, algunos gordos gánsteres, mucha rosca, escritorio, y una locación insólita.
Si esta historia quería ser hollywoodense necesitaba un desastre natural. Y lo tuvo: los 80 milímetros de agua que cayeron aquel sábado 13 de noviembre (que lejos quedó el primer partido), le dieron una buena dosis de dramatismo, con las plateas del estadio inundadas, pedazos de tribuna caídos, e hinchas cantando bajo la lluvia, y otros miles queriendo sortear las anegaciones de La Boca para llegar a la cancha. En simultáneo, millones de espectadores estaban prendidos a la tele para ver si el partido se jugaba o no. Más allá de la postergación, vendidos los PNT y con el rating por las nubes había que estirar. Y vaya si se estiró…
Nos embobaron con esta final: TyC Sports hizo transmisiones de 24 hs y los periodistas deportivos se pasaron una noche entera hablando pelotudeces. Los de Fox fueron más moderados en las horas de aire, pero no tanto en el mensaje. Hablaron de “La Final del Mundo”, cuando la que estaba en juego era la de América. Así como se presentó, para el derrotado representaría el apocalipsis.
Mientras esperábamos la revancha, se aprobó el Presupuesto 2019, con fuertes recortes en salud, educación, cultura, obras públicas y vivienda. También, durante un desalojo policial en La Matanza, una bala de plomo mató a Rodolfo Orellano, militante de la CTEP. Con represión en las calles, la legislatura porteña aprobó la creación de la Universidad para la Formación Docente, poniendo en peligro 29 profesorados. La nueva ley de Profesionales de la salud precarizó a los enfermeros. Los trabajadores aeroportuarios hicieron paro y Aerolíneas Argentinas suspendió a 376 trabajadores por participar de una asamblea. Encontraron al submarino Ara San Juan, pero se dijo que la nave no podía reflotarse por falta de tecnología y porque costaba mucho dinero. La titular de la oficina anticorrupción, Laura Alonso, fue imputada por haber desvinculado a la familia Macri de la causa del correo. El presidente se refirió al partido, dijo estar estresado, y propuso que se jugase con hinchadas visitantes, ignorando, una vez más, la idiosincrasia del pueblo. Lo apoyó la ministra de Seguridad, Patricia Burlich, que aseguró que este acontecimiento deportivo era algo menor en comparación con el G20, que tuvo militarizada y sitiada a Buenos Aires durante un fin de semana. Mientras todo esto pasaba, nos preocupábamos por si jugaba Wanchope o Benedetto, o si Scocco llegaba para la revancha.
Para eternizar este partido se necesitaba una tragedia. Algo importante. Más de cien muertos. Y desde la dirigencia de Boca hicieron lo imposible para que sucediera. A dos días de que se jugase la vuelta en el monumental, invitaron al 46.8 % de la población de la Ciudad de Buenos Aires a un entrenamiento a puertas abiertas. Acá parecería que nunca sucedió un Cromañón. No se necesitaban entradas para ingresar a la Bombonera, sólo la voluntad de despedir y mostrarle apoyo al equipo antes de la batalla final. La cancha se desbordó en menos de dos horas. Una mujer colgada de un paredón de los accesos cayó al vacío mientras otros cientos la filmaban desde abajo. No murió de casualidad. Afuera, otros miles pretendían entrar. Lo quisieron hacer por la fuerza y la policía reprimió con gas pimienta. Hubo Niños llorando, y no porque no pudieron ver a Carlitos Tévez o a Pavón. Lloraron por los gases, porque los ahogaron. Después del caos, clausuraron el estadio.
No alcanzó. Se necesitó más. Faltaban pasajes de violencia extrema. Y ahí apareció la agresión al micro de Boca, la zona liberada y el ojo de Pérez. Mientras tanto, en el Monumental 60.000 hinchas esperaron una tarde entera para ver si se jugaba o no. Se postergó. Dijeron que se disputaba al otro día. La gente volvió a la cancha el domingo, pero tampoco se jugó.
Después el escritorio y las pocas ganas de Angelici de jugar el partido. No lo consiguió. La Conmebol confirmó que iba a disputarse fuera de Argentina y esperamos otros quince días. Se dijo que iba a ser en Dubái, en San Pablo, en Medellín o en Miami. En cualquiera de estas ciudades hubiese sido un disparate, pero no un crimen como el hecho de que haya sido en el Santiago Bernabéu. Pobre San Martín: la Libertadores de América se disputó en España.
Cuando ya todos nos hartamos de este partido, River se coronó campeón.
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