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jueves 25-04-2024

Luchá como Abuela de Plaza de Mayo: “Inventábamos formas de buscar”

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Delia Giovanola contó cómo fue el secuestro de su hijo y su nuera, la crianza de su nieta, la fundación de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y le restitución de su nieto. 95 años de una tremenda historia colectiva, relatados en un testimonio de casi 3 horas, en el juicio unificado por Pozo de Banfield, Quilmes y Arana

Por: Ramiro Laterza | Edición: Julia Varela

Pareciera que las oscuras historias que surgieron durante los años de genocidio en nuestro país son inagotables. Son miles y miles y cuando alguien cree que las conoce a todas, siempre aparecen nuevas. Además obviamente están interrelacionadas unas con otras generando un mapa impresionante de secuestros, torturas, compañeros y compañeras, amistades, contactos, familiares, encuentros y desencuentros. 

El juicio que se viene realizando en La Plata, aunque de manera virtual, sobre las causas unificadas por los crímenes cometidos durante el genocidio en el Pozo de Banfield, el de Quilmes y el de Lanús, es una muestra de esto. El martes 18 de mayo se realizó la audiencia número 27 y a Delia Giovanola le tocó el turno de contar su historia: durante casi 3 horas detalló diferentes momentos de sus 95 años de vida. 

De todo su duro pero constante caminar durante sus 95 años, Delia decidió empezar su testimonio invocando a su nieta Virginia Ogando que, en agosto del 2011, decidió quitarse la vida tras una intensa y dolorosa búsqueda de su hermano Martín, un nieto apropiado por la dictadura: “Para comenzar quisiera aclarar que me siento acompañada por Virginia, que fue una víctima más de este genocidio, está conmigo en todo momento, estuvo conmigo durante sus 35 años acompañándome en todo lo que ocurrió el 16 de octubre de 1976”, dice respecto al secuestro y desaparición de su hijo Jorge Ogando y su nuera Stella Maris Montesano

El día que los llevaron, Jorge tenía 29 años y era empleado del Banco Provincia. Stella, de 27 años, abogada. La otra víctima, Virginia, tenía 3 años: “la dejaron solita durmiendo en la cuna. A partir de ese momento, mi vida cambió totalmente”, agregó despacio y contó que hasta entonces era una persona común: “una maestra de grado, viviendo una vida serena, tranquila. Cuando nació Virginia yo tenía 47 años y me convertí en abuela, pero cuando se llevaron a ellos dejé de ser abuela para ser papel de madre de Virginia”, reconoció. 

Durante la audiencia, Delia se interesó en contar esa nueva vida junto al calvario de Virginia. “Ella bajó una cortina para nunca más de hablar de su madre y padre, pero yo me encargué de que tuviera conocimiento de lo que había pasado”, hasta que Virginia tomó la decisión empezar a conocer: “recién lo pudo hacer a los 18 años cuando inicia la búsqueda”, que luego relatará. 

Para el día del secuestro del matrimonio, Delia era directora de una escuela en Villa Ballester, donde residía junto a su segundo marido. “En esa época ya era común que desaparecieran personas, ya empezaban a pasar, pero yo no me enteraba, no tenía la menor idea de lo que estaba ocurriendo”, reconoció y agregó que, al enterarse por teléfono a través de Liliana, la hermana melliza de su nuera Stella, viajó a La Plata para ver lo sucedido y encontrarse con su nietita que ya estaba con sus abuelos maternos. Pero, además, Stella estaba embarazada de 8 meses: “yo pensé que por eso la iban a devolver enseguida, que solo la habían llevado para que declare”. 

Al cabo de unos días decidieron que la niña se quede con Delia en su casa en el Partido de San Martín, también a pedido de los abuelos, que ya eran mayores, y Liliana se había tenido que ocultar. 

Desde esos primeros días, Virginia “tomó con naturalidad la ausencia de sus padres, le decíamos que habían ido a declarar, así que ella repetía eso, pero dentro de ella había algo”, explicó. Pero algunos años después, en un viaje a la costa en el rastrojero de Delia y su marido, pasó algo: “era la primera vez que salíamos de viaje, íbamos los tres en el asiento de adelante cantando que el elefante trompita mueve las orejas llamando a su mamita, y cuando Virginia dijo mamita se largó a llorar con un desconsuelo tremendo, no podíamos calmarla”.

Pablo Califano, el segundo marido de Delia, era “abuelo de amor”, ya que se había quedado viuda a sus 37 años luego del fallecimiento de Jorge Ogando. A los 43 años se volvió a casar, esta vez con Pablo y, a los cinco años de casados, se convierten en abuelos de Virginia: “Para él fue un regalo de la vida. La disfrutó a la nena, le costó la vida a los padres, pero fue un regalo de la vida para nosotros”, cuenta con dolor pero agrado de los años compartidos.  

A pedirle a los árboles 

En esos primeros meses, ya instalados en Ballester y como directora de escuela, logró empezar los trámites de la jubilación para dedicarse a cuidar a la nena y a buscar a Jorge, Stella y Martín, el bebé por nacer. El último día de escuela de 1976 una señora fue a buscarla: le contó que a ella también le habían llevado a su único hijo y la invitó a ir juntas a Plaza de Mayo. Había escuchado que allí se reunían otras madres: “Yo creí que era la única persona que le habían llevado un hijo, ¿a quién le íbamos a ir a pedir a la Plaza? ¿ a los arboles?”, se preguntó. “Le dije que no podía, que la escuela, que Virginia, no le di importancia”, recordó de esos días. 

Sin embargo, unos días después se decidió. Junto a Adela fueron un jueves de diciembre del ’76: “Había un ir y venir de gente que caminaba en todos los sentidos. Y por ahí alcanzamos a ver a las únicas 2 o 3 personas que estaban paradas: mujeres de nuestra edad, conversando. Instintivamente nos dirigimos a ellas”, dijo con solemnidad y tranquilidad ese gran momento de la historia argentina. 

Allí estaba, entre otras, Azucena Villaflor: “En sus manos llevaba una carpeta y nos dimos a conocer. Ella anotó nuestros datos, los nombres de Jorge y Stella y hablamos de nuestros casos”, describió respecto a ese primer jueves de todos los que se sucedieron entre la 15:30 y las 16 hs.: “Nos unía algo muy fuerte: los hijos e hijas que nos habían llevado. Creíamos que éramos las únicas pero el jueves siguiente había crecido el numero, se corría la voz: de ser 5 pasamos a ser 9 y así”.  

Uno de esos primeros jueves aparecieron un grupo de guardias de la Casa Rosada con armas largas: “como había estado de sitio, no podíamos estar quietas, nos obligaron a caminar”, recordó del pedido oficial. “Instintivamente nos tomamos del brazo y, en silencio, empezamos a caminar en contra del sentido del reloj, a girar alrededor del mástil de la plaza, hablábamos muy bajito”, dijo.

Como en una película, cada jueves las mujeres se contaban qué trámites habían hecho durante la semana en la búsqueda de información: “No había un método”, explicó y, por eso, iban ensayando formas y compartiéndoselas entre ellas. Algunas habían ido a la comisaría, otras iban a destacamentos, hospitales, “íbamos inventando formas de buscar a un hijo”, destacó. Durante las rondas empezaron a aparecer algunos cantitos, pancartas y consignas.

Es así que un día, una de las mujeres sale de la ronda y pide que si alguna de estas madres presentes tenían alguna hija o suegra embarazada entre las secuestradas: “Yo salí de la ronda y ahí conocí otras abuelas, ¿cómo se busca un nieto?”, se recuerda preguntándose ahora con otras y explica: “íbamos a casas cuna, a guarderías de bebes, a maternidades”. En ese momento recuerda que se contactó con una persona de Tribunales que la ayudó a redactar el primer Habeas Corpus y que luego presentó más de 40, tanto por Jorge como por Stella y que nunca tuvo ninguna respuesta. También iban a los Tribunales de Menores, pidiendo por los nietos.

“Pero claro, nuestras hijas y nueras parían en cautiverio, no en hospitales”, explica Delia 45 años después. “Íbamos encontrando más abuelas; nos cruzábamos en los lugares de búsqueda, empezamos a reunirnos. Llegamos a ser 12”. Así se fundó la institución que primero fue conocida como Abuelas Argentinas con Nietos Nacidos en Cautiverio y, en octubre de 1977, nació Abuelas de Plaza de Mayo. 

Años de lucha y organización 

Durante su testimonio cronológico y memorioso, a pesar de abrir subtemas por la imperiosa necesidad de no dejar nada afuera, Delia destacó algunos puntos importantes sobre la búsqueda y el crecimiento de Abuelas. En constante movimiento y creación de ideas, el grupo vio la importancia de trascender el pedido y “contar al mundo lo qué estaba ocurriendo en Argentina”, aunque reconoce que “algunos contactos de afuera contaban lo que pasaba acá y que nosotras no sabíamos aún” ya que “en Argentina nos empezaron a llamar las Locas de Plaza de Mayo y la gente nos evitaba en la Plaza. Algunas personas nos preguntaban qué pedíamos y, al escuchar, huían. Había una campaña en contra nuestro en radio y televisión”, protesta Delia desde su cámara del Zoom.

Fue precisamente por esos contactos internacionales que, desde un grupo de derechos humanos de Francia, les llegó la advertencia de que en las rondas de las Madres tenían un espía infiltrado: Alfredo Astiz, capitán de fragata de la Armada Argentina y miembro del grupo de tareas que funcionaba en la ESMA. 

Delia lo recuerda como un muchacho joven y muy apuesto, que las hacía acordar a sus hijos, siempre apoyando la espalda sobre uno de los postes donde estaba el reloj de la plaza. “Se acercó diciendo que tenía un hermano desaparecido. Estaba ahí, en frente a las madres, íbamos caminando hacia él en las rondas. Le decíamos ‘andate que te van a llevar’, lo cuidábamos a él”. 

Las abuelas se reunían entre semana en la confitería del subte de la Estación de Retiro o en el Café Tortoni en Avenida de Mayo y los jueves concurrían a las rondas de las Madres. 

En un momento, la historia de las 12 abuelas que buscaban a sus nietos en Argentina llegó al mundo: “Empezamos a recibir montañas de cartas de solidaridad de todos lados”, recordó Delia como otro momento destacable de aquellos años. Y ella ya era bibliotecaria e hizo un fichaje de las miles de cartas que recibieron: las ordenó por orden alfabético. Ahora, son parte de la muestra del Museo de las Abuelas en la ex Esma. “Al principio contestaba pero después era imposible”, se disculpó. 

Delia también habló sobre el único periódico del país que las mencionaba en aquellas épocas. Era el Buenos Aires Herald que se imprimía en idioma inglés y era dirigido por Robert Cox.  Hacia esa redacción fueron las Abuelas para entrevistarse con él y agradecerle: “Nos dijo que no iban a poder liberar a ninguna madre sin su bebé, que le constaba que la suerte de las embarazadas estaba sellada desde el momento que las llevaron”, recordó sobre las palabras tajantes del periodista. También les aseguró: “hay una lista en las fuerzas armadas de matrimonios sin hijos, que estaban esperando algún niño y que, incluso, a veces visitaban a la embarazadas en cautiverio para elegir cuál querían”.

Ante esa brutal aseveración Delia recordó: “Nos dolió muchísimo saber eso. Ahí tuvimos conciencia de que no los iban a entregar, que se iban a apropiar de los bebés”, dijo tajante y aseguró: “años después vimos que cada uno de esos bebés fueron entregados a policías, a gente de las fuerzas, a empleados, otros regalados a quien conocieran, y otros vendidos”. Además, luego de décadas de búsqueda y formación destacó: “Esos bebés les quemaban en sus manos los tenían que colocar, sino ¿qué hacían con ellos? Y las madres, una vez que tenían familia las mataban. Eso nos dio a entender Cook y realmente ocurrió así”. 

La apertura de una brecha

Tras una fuerte presión internacional ante lo que ocurría en el país, entre el 6 y el 20 de septiembre de 1979 llegó un grupo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la OEA para investigar las denuncias contra la dictadura militar. Fue una oportunidad única para los familiares. 

“Para ir a la plaza viajaba hasta la Estación de Ballester, de ahí me tomaba un tren a Retiro y luego un micro que me dejaba en la puerta de la Catedral de Plaza de Mayo. Ese día crucé caminando por la puerta de la oficina de la CIDH y recuerdo que la fila era larguísima, así que me quedé en el fondo. Pero me llamó una señora, una conocida, una directora de escuela de La Plata”, dijo Delia en su relato minucioso y memorioso. 

La mujer le confirmó que Martín, su nieto, había nacido y que ya tenía 3 años. El dato se logró conocer por Alicia Carminati, que había sido secuestrada en La Plata junto a los jóvenes de la Noche de los Lápices el 16 de Septiembre del ’76. Tanto a Alicia como a su padre se los llevaron porque no encontraron a su hermano, un estudiante de medicina. 

Secuestrada, Alicia compartió celda con Stella Montesino mientras que su padre estuvo junto a Jorge Ogando. Luego Alicia fue liberada y logró contar. “Esta colega me contó que Martín nació el 5 de diciembre de 1976 en cautiverio”.  Delia continúa recordando el relato en la tumultuosa y larga fila para denunciar ante la CIDH entre decenas de familiares. La diectora de la escuela de La Plata le contó que a Stella la llevaron a parir a la maternidad del Pozo de Banfield. Que allí tuvo a su hijo pero se lo quitaron enseguida y ella solo se quedó con el cordón umbilical. El cordón “fue pasando de celda en celda hasta que llegó a Jorge, y eso lo único que él pudo ver de su hijo”, logró decir Delia en el momento más triste de su testimonio.

Fue así que, parada en la calle junto a una conocida, una mañana de octubre de 1979 a 3 años de la pérdida de Jorge y Stella y mientras sigue con la crianza de Virginia, Delia abre una nueva búsqueda: la de su nieto Martín. “Decían que era igualito a Virginia, así que era rubio y de ojos celestes” dijo y recordó que, a partir de ese momento “cada vez que veía a un bebé de ojos celestes pensaba si no sería Martín. A una le juega en contra también eso porque era más dura la búsqueda, más personalizada”, describió. 

¿Y qué comían?

Delia destacó que un tiempo después logró saber más detalles del derrotero de su hijo y su nuera secuestrados. Logró encontrarse con Alicia Carminati en una confitería, aunque todavía el contexto era complicado: “Me acompañaron mi hermana y mi cuñado, que se sentaron aparte, solos, para cuidarme. Había mucho miedo, no la conocía y ella tampoco a mí, pero cuando entré a la confitería ella se paró automáticamente como para recibirme, pero se volvió a sentar” detalló. 

Delia y Alicia conversaron un buen rato. La abuela llevaba una lista de preguntas, que expresó con una sensibilidad única en el testimonio virtual durante el juicio, ante la escucha atenta de jueces y abogados. “Ella me miraba fijo y me decía, ¿en serio querés que te conteste? Yo quería saber, pero creo que la realidad superó todos los horrores que podía imaginar, el sufrimiento de una madre, pensar cómo estarán”, introdujo. 

–¿Qué comían?

–Pan con gamexane.

–¿Cómo se bañaban?

–Desnudas, con la burla de todos los represores que las veían pasar.

“También le pregunté: ¿Cómo se cortaban las uñas de los pies? ¡Qué cosa más loca!”, se autocensuró. A Alicia la liberaron el 29 de diciembre del ’76 y contó que, en hasta ese momento, Jorge y Stella todavía estaban vivos. 

Delia volvió a los tristes detalles del parto de Stella en el Pozo de Banfield: “El 5 de diciembre Stella empezó con dolores de parto y todos los detenidos empezaron a golpear la reja para llamar a los guardias. La llevaron a la cocina, la pusieron en una camilla, la ataron de manos, le taparon los ojos y ahí tuvo su bebé. Cuando terminó el parto la obligaron a baldear el lugar, cosa que le provocó una infección pos-parto, y eso le provocó el fallecimiento”. Delia describió el parto con un dolor que solo ella sabe y soporta: “Lo supe años después y me causó tanto dolor que por muchísimos años no me acordé de eso”.

Virginia empezó a darlo todo

Llegaron los primeros años de la década del ’90 en Argentina, una comunicación mucho más globalizada y la televisión empezó a llegar a todos los hogares. Virginia Ogando, criada por Delia y Pablo y con 18 años, decidió acompañar a su abuela en la búsqueda incesante e intensa de su hermano Martín, de quien ya saben que nació en diciembre del ’76 en el Pozo de Banfield. “Me pidió por favor que consiga una audiencia en el programa Gente que busca gente y, como en Abuelas ya empezábamos a tener visibilidad en el país y éramos invitadas muchísimas veces a la televisión, fui, pregunté y conseguí la participación”, contó Delia. 

En el programa, Delia y Virginia contaron su historia ante el particular programa conducido por Franco Bagnato: “Cuando regresamos, Virginia me dijo que, por los nervios, yo no pestañeaba. Tuve una parálisis facial nerviosa de la que todavía tengo secuelas”, agregó Delia como uno más de los múltiples detalles que finalizarán en una testificación excelente para la continuación del juicio. “El programa tuvo muchísima difusión pero no fue suficiente, quizás porque no era el momento que tenía que ser”, cerró. 

Antes de su secuestro, Jorge Ogando era trabajador del Banco Provincia en el microcentro porteño. La institución tuvo una experiencia propia durante el genocidio con más de 20 trabajadores detenidos desaparecidos. En aquel momento, Virginia aceptó ir a trabajar allí a ocupar el cargo de su padre y descubrió que en el legajo Jorge aparecía como “abandono de cargo” y empezó a actuar para que esto cambie. 

“Los compañeros de trabajo ya la querían mucho a Virginia. La búsqueda de ella fue incesante y todo agarraba todo lo que le servía para buscar a su hermano. Ella necesitaba a su hermano porque no tenía a nadie, nadie más que su abuela” dice Delia tercera persona: “Ya habían muerto los otros abuelos. Virginia le escribió cartas a Martín dónde es un clamor hacia él”, agregó sobre aquellos escritos que se encuentran por internet. Delia se quiebra ante cada Virginia, la nombra mil veces y nunca es repetitivo.

Ante tremenda historia, el Banco Provincia decidió colaborar en la búsqueda y cambió la carátula de abandono, por desaparición forzosa. Según destacó Stella, la institución fue la primera entidad oficial que se plegó a Abuelas de Plaza de Mayo en la búsqueda de los nietos y nietas. “Lo hizo con tanta fuerza que toda la provincia de Buenos Aires estaba empapelada con la búsqueda de Martín Ogando”, explicó y mostró hacia la cámara, como puede, uno de los afiches del banco, con la cara de Jorge y Stella. “Solían hacer exposiciones sobre la historia de la institución, el papel moneda. Después se fueron encaminando en la búsqueda de Martín y muestras sobre derechos humanos”, destacó. 

Otro claro día de justicia

Es el 5 de noviembre del 2015 y Delia tiene que ir a un acto en el Centro Cultural Néstor Kirchner: “Ya la institución Abuelas funcionaba sin nosotras, tranquilamente, con distintas oficinas. Nos convertimos en figuritas decorativas, cuando había algún acto de apertura o inauguración, invitaban a abuelas, madres, familiares de desaparecidos”, señaló. 

Ese día de noviembre, Delia salió de su casa, comprometida con llegar al acto y se tomó un taxi, tenía 1 hora y media de viaje. “En el viaje me llamaron al celular y me dijeron que tengo que ir a Abuelas. Les digo que no puedo porque tengo el compromiso, pero me dicen que se suspendió, así que cambiamos el rumbo”, relató la maestra de grado jugando todavía a no contar el final de la historia. “Me vuelven a llamar y me dicen: ‘Te estamos esperando para comer’. Yo les digo que ya comí y me insisten en que me esperaban para el postre”. 

“Cuando llego estaba lleno, lleno de gente. Abro, y todos me miraban serios, no me contaban qué pasaba. Voy al despacho de Estela Carlotto y también estaba lleno de gente, pero no me contestaban. Yo me enojo y digo que me voy. Abro la puerta para irme y me empiezan a gritar: ¡Encontramos a Martin!”.

“Me derrumbé en una silla. Llantos, se me vinieron todas las preguntas al mismo tiempo”, recordó de esa tarde todavía fresca y contó que Martín fue el nieto 118: “Tuvimos 118 festejos, los primeros fueron en soledad. Ahora todo el país festeja el encuentro de nietos. Yo avisé a mi familia y amigos a que se acercaran, pero a Martín todavía no le habían avisado. Yo nunca había estado en el procedimiento de cómo se da la noticia y eso” se disculpó respecto a sus actos. 

Delia contó cómo fue la primera conversación por teléfono con su adorado nieto, con una Delia desaforada y un Martín con miles de preguntas. Luego, más festejos, más abrazos y más charlas: “Fue una locura, me tuvieron que hacer un cordón para que llegue a la conferencia de prensa, me iban gritando vivas y aplausos, fue un fiesta”. 

“Pienso que Martín también hizo su búsqueda, porque fue creado con mucho amor y criado por un matrimonio que realmente buscaba un hijo. De chiquito empezaron a decirle que era adoptado. Su  padre de crianza le sugirió que podía ser hijo de desaparecidos y él empezó su búsqueda”, destacó con nobleza Delia. 

Buscando razón: Un regreso a La Plata en 1976

“Contra todo lo imaginable, nosotros no teníamos actividad política alguna y Jorge no tenía el menor interés”, recordó Delia respecto a las causas del secuestro: “Incluso cuando empezó a trabajar en el Banco, en capital, me decía que se compraba el diario para entender algo de política; Stella se enojaba porque no podía hablar con él de política”, dijo Delia riéndose y agregó: “Jorge era bichero, juntaba niditos de pájaros, cabezas óseas de gatos, de liebre, peces disecados como adornos, juntaba piedras que le gustaban. Así empezó a estudiar veterinaria, pero no tenía tiempo, tampoco capacidad, porque fue el hijo mimado, consentido, no le interesaba nada más que la vida silvestre, la aventura, vivía trepando a los árboles, le encantaba andar a caballo” describió con minuciosidad sobre su único hijo, secuestrado a sus 29 años. “Stella Montesino tenía una cultura política por su misma carrera de derecho, pero tampoco tenía actividad política y sus padres tampoco”, agregó. 

Y allí, casi hacia el final de su alocución Delia intentó expresar alguna hipótesis sobre el secuestro y la situación tensa que se vivía, aunque ella en aquel momento no la interpretaba.

Contó que su sobrino Emilio Horacio Ogando, alias “Patato”, era primo y amigo de Jorge. Tenía como amigos a Edgardo “Bigo” Andreu y Norma Robert que vivían en una pensión y ambos están desaparecidos. Andreu le pidió a “Patato”, que a su vez llevó el pedido a Jorge, de alojar a un joven de Bahía Blanca que iba y volvía de su ciudad para hacer el Servicio Militar. Jorge y Stella le permitieron acomodarse en una habitación libre que tenían. “En el departamento hacían reuniones con Patato, Andreu, y allí Jorge decidía irse durante esas reuniones de su casa, con Virginia de bebé”, explicó Delia y recuerda que ella le preguntaba: “¿Vos, dueño de casa, te vas?”, Jorge le respondía que sí, “porque no queremos participar”. “Aunque me llamó la atención, no le di importancia”, reconoció Delia que, tras todo lo sucedido, fue recapitulando. 

En el fondo de su memoria, también recordó que los días previos al secuestro de la pareja, Stella le había contado que estaban con mucho miedo porque “Bigo” no había regresado a la casa que compartían. “Tampoco le di importancia, me olvidé de todo y después ate cabos, ¿cómo no la entendí? ¿cómo no le volví a preguntar?”, se reprochó: “yo no tenía la menor idea de lo que estaban pasando”. 

Fue en esa misma línea de desconocimiento que, tras no tener noticias del joven bahiense, Jorge decidió concurrir, el 8 de octubre, hacia  el Servicio de inteligencia del Ejercito ubicado en 55, entre 5 y 6 de La Plata a hacer la denuncia de desaparición. “Contó cómo llegó a su casa, porqué, le dijeron que no se preocupe que era un cabecilla muy buscado”, contó Delia sobre lo reconstruido años después y agregó que Stella fue al día siguiente al mismo lugar a leer la denuncia que había hecho Jorge a ver qué datos había dejado.

Apenas días después, un grupo de tareas irrumpió en la casa del abuelo de “Patato” Ogando, un hombre anciano que vivía solo en el microcentro platense, pero no encontraron al joven. Fue por esto que el padre, cuñado de Delia, también decidió ir a otro regimiento a contar lo sucedido: “Fue y les dijo que estaban buscando a su hijo pero que estaba en su casa y que se ponía a disposición, dando todos los datos. Esa misma noche irrumpieron y se lo llevaron a “Patato” Emilio Horacio Ogando, que tenía la misma edad que mi hijo Jorge Ogando”, contó Delia no sin todavía asombrarse. En ese secuestro dejaron a la mujer y a la pequeña hija de “Patato” en la casa: “Nunca más se supo nada de él, se lo tragó la tierra”, relató Delia y agregó: “No se medía lo que estaba ocurriendo en el país, pero se fueron yendo 30 mil víctimas”. Por otra parte, Edgardo Andreu ya había sido secuestrado el 5 de octubre de 1976 y Norma Robert el 16, en Carhué. 

El 16 de octubre, al día siguiente del secuestro de “Patato”, una patota secuestró a Jorge y Stella, dejando a la beba Virginia durmiendo en la cuna. 

“La Justicia es muy lenta”

Delia se tomó un rato más antes de terminar para comentar otro destacado de su larga lucha contra la impunidad. Contó que durante el proceso de la Conadep recibieron una carta anónima de un partícipe de los grupos de tareas del Ejército donde menciona quiénes protagonizaban los secuestros y asesinatos y aseveraba que muchas víctimas estaban enterradas en la estancia “La Armonía”, en Arana, donde se instaló la Sede del Regimiento 7. Entre las víctimas nombraba a Jorge Ogando y Stella Montesano. “Fueron los equipos de antropología y encontraron restos irreconocibles; aún se sigue investigando allí”, informó Delia. 

“Pasaron 45 años y siguen estando desaparecidos; sin un lugar donde la familia pueda ir a llevarles una flor. Continuamos pidiendo Memoria, Verdad, Justicia, y juicio y castigo a los culpables, porque no se han arrepentido en ningún momento”, sintetizó Delia para empezar a concluir su testimonio pasando las 2 horas y media de relato. 

“La búsqueda de mi hijo costó la vida de mi nieta. No merecen prisión domiciliaria quienes fueron artífices de todo el dolor que vivimos en el país. La justicia es muy lenta”, criticó Delia aún con energía. 

Las audiencias se retomarán el 1° de Junio desde las 9.30 con un importante testimonio para esta historia que se relata. Estará presente Martín, el nieto de Delia, hijo de Jorge y Stella y hermano de Virginia. También declararán Emilce Moller y Juan Antonio Neme. Lo podés ver en vivo por el blog construido colectivamente entre Pulso y La Retaguardia. 

Es melómano y amiguero. También es periodista, docente, trabajador cultural y militante. Nació y se crió en Necochea y ahora hace más de 15 años que corta por diagonales.

Su vicio lo lleva a la sección Cultura de Pulso, pero también se puede mover por Política, Interés General y Derechos Humanos. Hace trabajos radiales para la cooperativa y da una mano para la cuestión de recursos, suscripciones, cocinar para todxs o lo que pinte. Su moto y su ansiedad lo llevan a ser de lxs más puntuales del emprendimiento.

Traficante de stikers. Julia no se acuerda cuando decidió convertirse en periodista, pero a los 11 años escribió un cuento: un fideo de barrio armaba una revolución en la alacena para no morir en la olla. Ella cree que ahí empezó todo, y puede que tenga razón. Nació en Bahía Blanca, una ciudad donde hay demasiado viento, Fuerzas Armadas y un diario impune.
En 2012 recibió un llamado: al día siguiente se fue a Paraguay a cubrir el golpe de Estado a Fernando Lugo. Volvió dos meses después, hincha de Cerro Porteño y hablando en guaraní. Trabajó en varios medios de La Plata y Buenos Aires cubriendo géneros, justicia y derechos humanos. Es docente de Herramientas digitales en ETER y dio clases en la UNLP y en la UNLZ.
Tiene una app para todo, es fundamentalista del excel e intenta entender de qué va el periodismo en esta era transmedia.

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