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viernes 29-03-2024

En septiembre tú fuiste m… (laberintos de la memoria)

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Por Cristian Prieto (especial para Pulso Noticias)

Escribir sobre la memoria con minúscula se me está convirtiendo casi en una labor cotidiana. Y no hablo de memorias personales, o sólo personales. Sino de memorias subterráneas, memorias de aquell*s que no han sido contad*s por el velo heteronormativo. En septiembre en esta parte del mundo afloran capullos de memorias por doquier, por eso decido compartirlas con ustedes. Y considero que son laberintos los que nos conducen a esas memorias, porque las memorias nada tienen de unidireccional. Como cuando te atrapa un sentimiento en medio de la tarde, sin saber muy bien de dónde proviene, pero te lleva a un lugar con olores, texturas y sensaciones familiares, eso es la memoria.

Los septiembres tienen ese qué sé yo en la ciudad de La Plata. Florecen las plazas llenas de juventudes diversas, disidentes, teatreras (y teteras, por qué no), artistas, jipis. Niñeces aprovechando los espacios verdes con tierra para patear la pelota, los espacios con asfalto para patinar, andar en rollers o simplemente tirarse a disfrutar el sol, fumar un porro y en buena compañía. Recuerdo la sentencia del padre de una amiga muy querida de mi ciudad, que me dijo al despedirme cuando venía a estudiar, que iba a ser la mejor época de mi vida, y creo que sin dudas lo fue.

Pero también los septiembres arden con la furia de todas las injusticias del acá y del más allá. Un 11 de septiembre se producía el ataque a la Casa de la Moneda, donde en 1973 se instauró la dictadura en Chile. Si hablo de Chile es por mi historia personal y familiar. Soy hij* de padre y madre chilen*s, quienes se exiliaron a la Argentina luego del Golpe de Pinocho. Y si hablo de Chile, no puedo dejar de hablar de una activista marica que supo decir lo indecible en lo peores momentos de la dictadura. Hablo del escritor y poeta Pedro Lemebel, quien en el año 1986 sorprendiera a la izquierda tradicional de su país con el famoso texto “Manifiesto, hablo por mi diferencia”. En ese manifiesto, Lemebel interpela a ese partido, y a toda la sociedad, preguntándole si dejarán formar parte de la patria nueva a las maricas, a aquellas que doblan la patita al caminar, aquellas que “tienen cicatrices de risas en las espalda” de tanto soportar el odio por ser maricas. No es ningún detalle menor que La Pedro Lemebel muriera hace pocos años de cáncer a la garganta.

Pero hemos tenido septiembres de Justicia, esa que se hace en los tribunales, como en el año 2006, donde el Tribunal Oral en lo Criminal N° 1 de La Plata, sentenció a cadena perpetua al genocida Miguel Ángel Etchecoltaz. El mismo día en que no supiéramos más del paradero de Jorge Julio López, el principal testigo de ese juicio histórico que sentenció crímenes de lesa humanidad en el marco de un “genocidio”. Este 18 de septiembre se cumplirán 12 años de su segunda desaparición. Y también el 16 de septiembre se conmemora aquel operativo que ha sido conocido como la Noche de los Lápices, en el año de la última dictadura militar argentina.

Los septiembres se mueven al ritmo de l*s memorios*s. No recordamos para la efeméride o para el monumento. Recordamos y estrechamos diálogos con l*s ancetr*s de nuestras historias de lucha. Y una mujer imprescindible en todas estas batallas, quien salió a reclamar por Julio desde el día cero fue nuestra hermosa guerrera Nilda Eloy. Integrante de la Asociación de Ex Detenidos y Desaparecidos, del Colectivo Justicia Ya y trabajadora de la Comisión Provincial por la Memoria. Si no te suena su nombre por ahí sí su presencia. Nilda era esa mujer de cabellos blancos canosos, con pasos firmes en cada marcha y reclamo por justicia por los delitos de lesa humanidad. Es esa mujer que no dudó en denunciar una y otra vez a los hombres de Etchecolatz sospechados de ser los autores de la segunda desaparición de Julio López. Esa mujer que luchó hasta con su cuerpo cansado de las quimio, y que luchó también dentro de la organización de trabajador*s dentro de la Comisión Provincial por la Memoria, para que se convirtieran en trabajador*s estatales.

Es cierto que nos ha llevado más de 40 años el ejercicio de hacer memoria en nuestro país. De marchar año tras año a todas las plazas cada 24 de marzo para honrar a nuestrs*s caíd*s. Pero en estos años han quedado por fuera de este noble ejercicio muchas personas sin ser reclamadas, ni buscadas, ni pensadas con sus vidas, proyectos y deseos. Hablo de l*s desaparecid*s que nunca fueron reclamados ni denunciados por sus familias, donde el Nunca Más nunca les llegó. Hablo de esas familias, personas o grupos donde el activismo de los Derechos Humanos no formó parte de sus vidas, porque había otras prioridades: resistir para vivir. Hablo de lo más pobres de los pobres, y hablo de las maricas, de las lesbianas y las travas, estas últimas las más maltratadas por las democracias, libres y soberanas.

108, más que un número

No creo que sea casual que, en el vecino país del Paraguay, el septiembre sea el mes de la memoria marica, el mes de l*s 108. Número que significa en el acervo del sentido común de Paraguay: desviado, afeminado, amanerado, puto, travesti y/o rar*. El 1º de septiembre de 1959 fue asesinado el locutor Bernardo Aranda (25 años) en Asunción. Fue encontrado quemado en su casa. A partir de allí se comenzaron investigaciones alrededor de esta muerte donde se detuvieron a 108 personas de sexo masculino, con la presunción de que todos eran homosexuales y sospechados de haber matado al locutor, que también era sospechado de amoral. El periódico “El país” fue el medio de comunicación que le dio cobertura diaria. En plena dictadura de Stroensser, desplegó una cruzada contra los amorales y desviados que habían armado una “hermandad clandestina” que iría por las generaciones de jóvenes para corromperles.

108, Ciento ocho. Año 2013.

El periódico fue el portavoz de la moral del momento. Y las fuerzas del orden fueron quienes llevaron adelante las diligencias para, ya no esclarecer el asesinato del locutor, sino de resguardar la moral en la dictadura paraguaya. Los cronistas del periódico el 3 de septiembre ya catalogaron el hecho como un crimen pasional. En el libro “108” (2013) que da cuenta de este hito en la historia de la discriminación hacia la comunidad LGTBI en ese país, afirman que: “Como las autoridades sospechaban que una parte del círculo de amigos que frecuentaba Aranda era homosexual, sumado a esto el peso con el que se sostenía que el crimen se consumo por motivos pasionales, los investigadores dedujeron automáticamente que los autores del crimen eran varones homosexuales organizados en una logia de amorales”.

A las crónicas del periódico se le sumaron historietas de humor que iban relatando los pormenores de las investigaciones. Hay un relato que recorre la historia oral, que aún no se ha podido de verificar mediante fuentes, que hubo un desfile de esos 108 arrestados por sospecha de amoralidad, que caminaron con un cordón policial que los secundaba por las calles de Asunción, especialmente la calle del colegio Las teresas, colegio católico de señoritas bien de la capital. El objetivo de esa posesión de amorales buscaba disciplinar a los varones de la época que, aunque no todos fueran homosexuales, podían caer en las garras de esa logia marica. El periódico retrató en una imagen ese desfile, que ya forma parte de la historia del disciplinamiento de la moral paraguaya.

En Asunción de Paraguay existe hoy un colectivo llamado Mansión 108. Es un grupo de personas que ha decidido hacerle frente al olvido y construyeron un centro cultural de la memoria de maricas, lesbianas y travestis. Cada septiembre organizan actividades en torno al “Mes de las 108 memorias” para no dejar en el olvido a las maricas de la historia del Paraguay.

Y nuestras maricas, bien gracias

“Pues no todas las personas que conforman una comunidad tienen la misma posibilidad de hablar, ni todas las vidas son susceptibles de ser lloradas”. Judith Butler, 2016.

No es aleatorio que esta cita se encuentre en el informe sobre los crímenes cometidos hacia personas de la comunidad LGTBI en el marco del conflicto armado en Colombia. La pregunta que me hago desde el año 2010 en que investigo la persecución y espionaje a la disidencia sexual es: ¿A quienes les importan nuestras vidas, nuestras ausencias, nuestras desapariciones, nuestras muertes y nuestras memorias? Me duele justo en la boca del estómago cuando leo nombres en los legajos de la ex DIPPBA, en el Archivo de la Policía Nacional de Guatemala, en la memoria de l*s 108, los nombres de personas que jamás nadie gritó en una ronda por l*s desaparecid*s.

La discusión se entrampa cuando pensamos quienes tienen el deber de velar por nuestras memorias. ¿Le vamos a exigir a los gobiernos que transcurren en nuestras democracias, políticas para la construcción de una memoria marica? ¿Le vamos a exigir a instituciones de Derechos Humanos que tomen testimonios de travas, maricas y lesbianas silenciados por dictaduras y democracias? ¿Le vamos a exigir a organizaciones políticas basadas en las añejas jerarquías patriarcales que vean la necesidad de ver lo que nunca quisieron ver? O vamos definitivamente a tomar la misión de escribir nuestra propia memoria marica, sin tamices doctrinarios, sin consensos institucionales que legitimen la memoria del monumento y del cartel oxidado cisheteronormado?  Tomemos este contexto para pensar nuestras memorias por fuera del estatismo, onegeismo e institucionalismo. Hoy es momento de pensar en nuestras propias herramientas para pensar nuestras propias historias.

¿Cuándo te enteraste que eras heterosexual? En el mismo momento que la historia fue escrita por la heterosexualidad. Y si no lo sos, tu historia existe, pero falta escribirla, nombrarla, pintarla, tallarla y encontrar el arte justo que no encaje en ningún museo, el museo de las atrocidades y de los vejámenes. ¿A quien le sirve ese museo si ya sabemos a lo que hemos sido sometid*s? Ante qué juicio de Lesa Mariconidad podríamos contar las atrocidades, ya ni siquiera perpetrada por una fuerza de seguridad, sino por nuestras familias, nuestro partido revolucionario, nuestros amig*s y compañer*s?

Este año el Archivo de la Memoria de Guatemala emitió su primer informe sobre los crímenes cometidos contra la comunidad LGTBI desde la Policía Nacional de Guatemala. En el recorrido de su investigación analizan un álbum fotográfico sobre  Homosexuales, donde la Policía hacía posar para las fotos con vestimenta femenina y sin ella. Las fotografías se reproducen tal cual aparecen en los informes policiales, pero hay una línea de color gris que tapa sus ojos, con la finalidad de no dar a conocer su rostro de forma total. En nuestro país nos rige la Ley de Habeas Data, y en los registros de la ex DIPPBA, hoy administrada por la Comisión Provincial por la Memoria, no es posible dar a publicidad los nombres personales de las personas perseguidas y espiadas por esta fuerza. Sólo es posible con la aprobación de un familiar directo. Todas estas leyes, mecanismos y burocracias, en el caso de las maricas y travas, lo que hacen es una doble silenciamiento. Se tapan sus ojos y sus nombres, se tapan sus vidas.

Honrar a nuestr*s anecntr*s del activismo LGTBI, hoy es imperioso. Sus historias esperan atolondradas en las bocas de nuestras heroínas, las travas de todas las zonas rojas. A las que quedan aún, a las que recién despiertan y a esas mariquitas que siguen pavonándose en el levante nocturno en la zona de la Facultad de Trabajo Social. Poco tienen de aguerridas las amigas del poder, del turismo gay friendly y de los grupos neonazis. Como se leen en algunos grafitis de nuestra ciudad: lo puto no te quita lo facho, pero que lo gay no te quite lo marica.

“La criminalización LGBTI…” completa haciendo click aquí

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