Crónica de un primero de Agosto en el corte de Purmamarca, por Lisandro Amado desde Jujuy
Por Lisandro Amado
Nace el sol entre los cerros, en la otra banda del Río Grande de Jujuy. Con el pecho y ambas manos recibimos su calor. Con fuerza de madres y de abuelas, a guiso y anchi revuelto por manos puneñas, se mantiene firme la carpa del tercer malón. Uno de los pasacalles que ofician de pared reza: “La constitución no es un instrumento del gobierno para controlar al pueblo, es una herramienta del pueblo para controlar al gobierno. Arriba los derechos, abajo la reforma.” Autos, camiones y algún ómnibus pasan saludando a ritmo de bocina, cuando se abren los cortes sobre las rutas 9 y 52. Es primero de agosto en Purmamarca, y también en Buenos Aires. Es el día de la Pachamama, y de la llegada del Tercer Malón de la Paz.
El Abuelo Fuego arde hace 41 días. Lo saludo y le ofrendo. Rotando hacia la derecha como hace el sol, me siento con mi mate y lo veo flamear, calmo, pero con decisión. Tras un rato, me animo a hablar con “La Abuelita”:
“Dios está en todo, está en nosotros. Yo escucho a los que dicen que quieren llegar a Dios y me pregunto: ¿Para qué querés llegar a Dios? Si Dios está dentro de cada uno… Nosotros somos así. Por eso nos dicen indios. In-Dio, ¿no significa que llevás adentro a Dios?”
La charla había empezado con mi pregunta acerca de cómo sería correcto que fotografíe la ceremonia de la Pachamama, para no generar una invasión. En breve alcanzó esa profundidad inusitada, como una quebrada que parte la puna y hace florecer la vida en su más hondo seno. Respecto a mi pregunta, la abuelita me dijo que está bien que quiera difundir la lucha de su pueblo a través de mi cámara, pero, como se han aprovechado tanto de ellos, se ha vuelto desconfiada, y prefiere que no la muestre.
Lo mismo me pidieron, al llegar al acampe 4 días atrás, los jóvenes que mantienen el bloqueo de la ruta más arriba, pero lo hicieron por un motivo muy concreto: el gobierno provincial está enviando contravenciones millonarias a los domicilios de los que logra identificar cortando caminos. A la que sí retrato es a la perrita peluda que descansaba sobre el asfalto. Enternecido, digo: “mirá a la picha piquetera”. “Hermano, nosotros no somos piqueteros” acota, firme pero amable, uno de los muchachos, de cara tapada, y ojos llenos de sol. Le consulto por qué motivo hace esa diferenciación: “A nosotros no nos pagan, y no obedecemos a ningún político, no somos piqueteros”. Le cuento que esa no es mi idea de piquetero, pero que me parece sensato lo que dice y seguiré esa posición. El mismo mensaje encontraría más arriba, cerca de las Salinas Grandes, donde los comuneros resisten en la ruta la puna, su altura, su viento y su sol.
Pienso que, al fin y al cabo, es un posicionamiento lógico frente a una campaña de desprestigio que ha recurrido al viejo truco de presentar a las comunidades como si fueran arreadas por poderes políticos ajenos, usadas, sin poder propio de decisión. Pero en los cortes se reparten diversos volantes, confeccionados artesanalmente, que explican los motivos de su lucha contra la reforma mejor de lo que cualquier medio lo ha hecho, y mucho mejor de lo que lo podría hacer yo. Me cuentan que hace algún tiempo echaron de un corte a Juan Grabois, que intentaba grabar un spot de campaña ahí. Cuando les comento que estoy compartiendo mis fotos con La Izquierda Diario, vinculada al Partido de los Trabajadores Socialistas, las respuestas oscilan entre una muy bien fundamentada desconfianza a cualquier partido político, y una alegría que se acrecienta al saber que estuve reunido y viajando con la diputada provincial Natalia Morales. Hay integrantes de comunidades que referencian a “doña Nati” como una verdadera hermana que lucha con ellos con total sinceridad. Pero nadie quiere enrolarse en un partido o movimiento político. La autonomía e independencia les resultan algo fundamental.
Pacha Sumaj Kallkuchij sí que no tiene problema con las fotos. Llega al acampe de overol, con una sonrisa inmensa y, hermanada en el mástil a la Wiphala, una bandera blanca con un sol. Feliz de que pregunte por ella, me cuenta que se crió viendo esa bandera blanca flamear en los corrales de su familia, allá por Manantiales de Barrios. Un buen día, el pequeño Cosme Demian (tal era el nombre griego con el que lo bautizaron, el mismo que, ya mayor, tradujo al quechua de sus ancestros) fue a la escuela y preguntó a la seño porqué en la bandera de ahí había dos franjas celestes flanqueando a la blanca con un sol. Ella le respondió: “ustedes los indios fueron derrotados, se rindieron. Por eso su bandera es la blanca de la rendición”. Cosme Demián creyó esa versión hasta que el tiempo y el estudio lo convirtieron en Pacha Sumaj, conocedor de que el blanco de su bandera materna es el color del Kollasuyu, la región del Tahuantinsuyu, Imperio Inca, correspondiente a la nación Kolla. Por este mismo motivo, la Wiphala que se usa en esta región tiene como franja diagonal central el blanco.
Más tarde, busco a Pacha para filmar un video contando esa anécdota. Lo encuentro volviendo al acampe despejado del overol obrero, engalanado para la ocasión. Me invita a acompañarlo y registrar el sahumo que hace, uno por uno, a toda la gente del lugar. En un momento, con un brillo de picardía, sus ojos se posan en la manta de alpaca que perteneció a mi abuelo en su juventud y está oficiando de capucha para protegerme de la Sumaj-Fuerza del Inti-Sol. “¿Me la prestás?” Al momento que se la concedo, saco el celular, y en el video que grabo se escucha mi voz diciendo “Esto quiero que lo vea mi mamá”. También se ve su risa enérgica y jovial.
Según me cuentan, mi abuelo Raúl, neuquino hijo de puntanos, poco o nada de Kolla tenía, pero si una fascinación con la rigurosa Puna y su digna gente, a quienes conoció trabajando en el ferrocarril que llevaba a Socompa, hoy fracturado al medio y convertido en mera atracción turística. Supongo que él se habrá puesto contento desde donde me mire, porque, preparada la ceremonia o “corpachada”, Pacha se sacó la manta que tan linda le quedaba, y la acomodó uniendo los hombros de la pareja encargada de abrir la pacha, excavando la tierra junto a las bases de la bandera argentina y la Wiphala.
Tiene como 70 metros de diámetro el círculo en el que las hermanas y hermanos mantenemos concentrada la energía y esperamos el turno de pasar a corpachar, rotando siempre a la derecha como el sol. La mantita de alpaca de mi abuelo Raúl va pasando de dupla en dupla mientras se esconde en los cerros el Inti-Sol. Al rato aparece la Killa-Luna. La mecánica de los cuerpos celestes, tan fáctica y racional como espiritual y mística, dictó que este primero de agosto el cruce de Purmamarca vea una luna redonda y fulgurante nacer del mismo abra entre los cerros en el que temprano saludamos al Inti-Sol.
Podría resumir así una misma cosa que, en estos días, pregunté a casi cada Kolla con quien entablé conversación: “¿Cómo mantienen esa fuerza que no deja lugar para miedo alguno, que les vuelve pura determinación?”. La respuesta que siempre escuché la puedo resumir mucho más sin que pierda su simple profundidad: “Luchamos por la Pachamama. Ella está en nosotros, es suya nuestra fuerza.”