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miércoles 24-04-2024

La “gripezinha” y el silencio de Bolsonaro

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La convalecencia por Covid 19 le está sirviendo al mandatario brasileño para bajar su perfil de exposición mediática por consejo de su círculo cercano. Si bien mantiene un 30% de popularidad en las encuestas,  el stablishment económico, político y mediático le está “soltando la mano”, pero todavía cuenta con un apoyo crucial: las Fuerzas Armadas, que adquieren cada vez más protagonismo en su administración

Por Adolfo Rocha

Lo cierto es que la gestión bolsonarista se encuentra empantanada por diversos factores. En lo económico, Brasil es afectado por la pandemia de un modo severo como la mayoría de los países latinoamericanos.  La literalmente inexistente gestión sanitaria del gobierno nacional no hace más que profundizar el golpe a la estructura productiva que, supuestamente, quiere evitar.

Concretamente,  la tasa de desempleo fue del 12,4 % en junio y el 49.5% de la población, o sea unos 104 millones de personas, recibieron alguna ayuda del gobierno para paliar los efectos de la pandemia, según informó el instituto Pnad Covid. Ese mismo organismo expuso que la mayor cantidad de personas que presentaron síntomas de la enfermedad se encuentra en el nordeste brasileño – la región más pobre- y se trata predominantemente de mujeres, ya sea afro descendientes o con ascendencia de pueblos originarios.

Sin embargo, el acceso a la atención médica presenta números inversos:  la mayor cantidad de hospitalizados por Covid fueron varones blancos (17%)  contra casi el 14 % de los otros grupos, quienes son los más afectados por la pandemia.

Estos números sanitarios que muestran un profundo quiebre racial y de clase,  pueden conectarse con la base social de Bolsonaro: sectores de clase media blanca en los cuales el racismo estructural de la sociedad brasileña – que hunde sus raíces en la historia del país-  sumado al profundo patriarcalismo, incentivados ambos por las poderosas iglesias Pentecostales, juegan un rol de sostén cultural y social en este momento difícil para la gestión.

Los otros soportes los proveen el “partido policial” – los integrantes de las fuerzas de seguridad son mayoritariamente simpatizantes y militantes de Jair- y las Fuerzas Armadas, que no pasaron por un proceso de revisión por la justicia de las violaciones a los DD.HH. durante la dictadura – como sí sucedió en Argentina- y  conservan una buena imagen ante sectores importantes de la ciudadanía.

La renuncia de Sergio Moro, ministro de Justicia y “estrella” de las causas del Lava Jato, representó un punto de quiebre en la relación con el stablishment brasileño, que en su momento le dio un impulso decisivo para llegar a la presidencia. Lo proyectos desregularizadores y privatizadores del ministro de economía ultra liberal Paulo Guedes encuentran dificultades en el Congreso, donde las bancadas de la multicolor alianza de fuerzas de derecha y extrema derecha que apoyó a Bolsonaro se encuentran en conflicto entre sí y con el poder Ejecutivo.

La nueva inserción en el mundo de Brasil

En política exterior los años de gobierno del Partido de los Trabajadores (PT) tanto bajo las presidencias de Lula como las de Dilma Rousseff significaron el reposicionamiento de Brasil como una potencia regional. La integración al grupo BRIC y la apuesta tanto  al Mercosur y a la Unasur trasladaron a la escena internacional el peso de una nación que es la décima economía del mundo.

Esa política exterior tenía consonancia con una política interior que, a pesar del cada vez mayor peso de las exportaciones de productos primarios, seguía teniendo un norte económico desarrollista – perfil gestado en los años de plomo de la dictadura militar que, recordemos, duró desde principios de los años 60 a mediados de los 80 del siglo pasado – que arropó a una “burguesía nacional” industrial paulista, interesada en proteger su mercado interno.

Lula planteó claramente un acuerdo con esos sectores burgueses y su modelo económico, a cambio de redistribuir algunos beneficios hacia los grupos sociales históricamente de postergados de Brasil. El programa “bolsa familia”, la generación de empleo masiva, la inclusión de grupos étnicos hasta el momento excluidos de la educación superior, el reconocimiento de derechos a diversos colectivos de género fueron pilares de la gestión del PT. Que para adquirir gobernabilidad, pactó con sectores  tradicionales de la política local, como el PMDB,  fuertemente corruptos y conservadores. Un ejemplar  representativo de esa fauna  es el vicepresidente de Dilma, Michel Temer, convertido en jefe de Estado luego del “golpe blando” parlamentario.

Paralelamente, lo que sucedió hacia el fin de la primera década de esta centuria fue un cambio de paradigma: las élites brasileñas optaron por una integración total a la globalización económico-financiera, por lo que el desarrollismo con distribución y mercado interno dejó de interesarles. A partir de ese momento el proyecto político del PT estuvo sentenciado.

El “Lawfare” – Guerra judicial-  fue el camino elegido para correr al PT de la presidencia a Dilma y  proscribir electoralmente a Lula para imponer esta nueva política exterior y su correlato interno, el neoliberalismo económico. Un personaje como Bolsonaro no estaba en sus planes, pero lo apoyaron alegremente cuando, puntero  en las encuestas – con Lula proscripto judicialmente- proclamó su adhesión al libre mercado y su alineamiento automático con los Estados Unidos de América.

Un sinfín de desaguisados posteriores en el ejercicio del gobierno, pero fundamentalmente la –no- gestión de la pandemia y sus devastadores efectos, alejó a muchos representantes políticos tradicionales de la derecha de las proximidades del  presidente y sus hijos, salpicados por investigaciones de la justicia que los vinculan con bandas paramilitares – cosa ya sabida- pero que pueden haber tenido responsabilidad en el asesinato de Marielle Franco, militante feminista, afro descendiente , socióloga y concejal en Río de Janeiro electa por el PSOL, una fuerza de izquierda.

De allí que, antes de llamarse a silencio, Jair Bolsonaro en persona, al unísono con los bastoneros bolsonaristas en las redes sociales, auspiciara una campaña del cierre del Congreso y la Corte Suprema de Justicia, que hoy está enfrentada al presidente.

A todo esto las FF.AA. – quizás el verdadero poder detrás del trono- mantienen su apoyo al presidente, ocupan cada vez más puestos en el gabinete, mientras hacen saber que no avalarían ningún “autogolpe”.

En conclusión: pandemia sin control, con miles de víctimas a pesar de los ingentes esfuerzos de los gobernadores estaduales y los alcaldes. Crisis económica, social y política. Un presidente mesiánico de extrema derecha que a pesar de su desastroso gobierno conserva una importante porción de apoyo popular. Y la ominosa sombra militar retornando al poder político.

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