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martes 14-05-2024

Gatillo fácil en 9 y 53: dolor y lucha de la familia Bowers

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Soledad tenía 18 años y esperaba para entrar a un recital. El policía Mauricio Aguilera perseguía a dos ladrones y disparó en plena calle. El lunes, seis años y muchas trabas después, se dictará la sentencia. ¿Cómo se sigue cuando perdés una hija, una hermana? ¿Cómo se vive la ausencia?

Por Facundo Montiel

Mary empieza a hablar y el llanto le brota: a su hija la mató la policía. 

Soledad Bowers tenía 18 años y estaba esperando para entrar a un recital en un bar de 9 y 53, pleno centro platense. La banda no le gustaba tanto, pero una amiga de su hermana no podía ir y las entradas ya estaban compradas. Decidió acompañarla. A una cuadra, en Me Piace, dos ladrones escucharon la voz de alto y huyeron en una moto. El policía de la bonaerense Mauricio Sergio Aguilera los persiguió hasta la calle, corrió unos metros y disparó.  

La calle estaba oscura y llena de gente. La escena ya había pasado, la moto se había ido, pero Aguilera tiró igual. Las pericias confirmaron que fue el único disparo. La bala no fue al cielo ni al piso: ingresó cerca de la axila de Sole. Tiro a matar y mató. 

Sucedió el 29 de agosto de 2013 pero recién este lunes al mediodía se conocerá la sentencia del Tribunal Oral en lo Criminal nro. 1 a cargo de los jueces Hernán Decastelli, Cecilia Sanucci y Ramiro Fernández Lorenzo. Bajo la figura de homicidio simple con dolo eventual, la fiscalía pidió 10 años y ocho meses con revocatoria de la prisión domiciliaria. El abogado defensor de policías Julio Beley pidió la absolución. Acusado de homicidio simple con dolo eventual (una polémica figura que no está prevista en el Código Penal), Aguilera estuvo apenas unas semanas en una cárcel común: de manera inmediata fue beneficiado con arresto domiciliario y desde hace cinco meses es autorizado a tener salidas laborales. 

Durante el juicio se lo vio llegar solo y sin esposas. Bajó de un auto, compró en un kiosco, cruzó la calle e ingresó a Tribunales. Allí, en el estrado, Viviana Bowers recordó la noche trágica. Contó que escuchó un ruido y en ese momento Soledad le dijo: “me pegaron”. La joven cayó y Viviana vio al policía con el arma en la mano. “Hijo de puta fuiste vos, vos le pegaste”, le gritó. La bala impactó en el torax y Sole murió minutos después, en el hospital. Su papá la miraba desde la puerta de la sala de internación. No quiso entrar porque estaba desnuda. Hasta el día de hoy se arrepiente: “No quiero imaginar lo que habrá sentido, ahí solita. Si la acompañaba cuando le dolía la muela, ¿cómo no pude acompañarla en ese momento?”. 

En la familia Bowers todos se culpan. La hermana por haberla invitado, la mamá porque la dejó ir y el papá, Javier, porque la llevó. “Pero sabemos que el único culpable acá es su asesino, Mauricio Sergio Aguilera” sentencia Mary. 

“La justicia no se mendiga”

“A nosotros nos destruyó por completo. Vivimos así todos los días. Yo encerrada en mi pieza, con miedo de que a mis hijas les pase algo. Me dicen que las tengo que dejar salir, pero no quiero que anden en la calle, ni a la escuela quiero que vayan. No sé cómo sigo en pie, a veces no quiero vivir de tanto que extraño a Sole”, confiesa su mamá. 

Al poco tiempo de la tragedia Javier perdió su trabajo. Quedó muy afectado y no podía estar pendiente de las máquinas ni tener gente a cargo. Además, por aquel entonces empezó a caminar los pasillos de juzgados y tribunales. Al principio, el caso lo llevaba el fiscal Fernando Cartasegna (luego destituido por armar causas en connivencia con la policía) y el mediático Fernando Burlando se había ofrecido a defenderlos a cambio de que se queden tranquilos, de que no hagan “quilombo”. Dos años después Javier fue a la fiscalía y se enteró que ya no tenían abogado: los había abandonado y nadie les había avisado. 

No fueron las únicas trabas. “Desde el día uno, eran sus mismos compañeros de la Comisaría 1ra. los que trataban de taparlo. No intervino la Federal ni Prefectura. Yo tuve que lidiar con ellos cuando nadie me explicaba nada. Son la policía, no podes contra ellos” dice Javier y esboza un concepto interesante. Para él, “la peor estupidez es pedir justicia. Porque la justicia es algo tuyo, un derecho, algo que te mereces y que nadie tiene que dártelo. No la tengo que pedir, me corresponde. No se mendiga buscando conmover en un juzgado. Si hubiese sido por mí, no lo hubiese hecho”. 

Seis años después, “cuando te estas acostumbrando a vivir con este dolor, el juicio revolvió todo. Tenés que recordar todo lo que pasaste desde que ella salió de casa. Tengo una foto del momento previo a que le disparen, paradita, esperando”, dice el papá, y describe cada momento de esa noche fatal. Como el saludo de Soledad, que le dijo que estaba todo bien, que se vaya tranquilo. Como cuando volvió a su casa y, apenas se sentó a la mesa, sonó el teléfono. No había pasado ni media hora. 

Y ahí la desesperación. Los gritos. Salir corriendo al centro, buscarla en los hospitales. 

Después pelear para que el Estado que le quitó la vida a Soledad se haga cargo. Juntar peso por peso entre los vecinos, amigos y parientes para afrontar los gastos. Javier entiende: “La peor diferencia es entre quien tiene plata y quien no”. 

Cuando el tiempo se detiene

Soledad Bowers cursaba el sexto año de la secundaria. Le gustaba cuidar a los más chicos y ayudar a su mamá. Era su compañera, “la señora de la casa” cuando Mary no estaba. Hoy, seis años después, la mesa, amplia y rectangular, sigue en el mismo lugar que ella la dejó. El tiempo parece detenido en esta vivienda de un barrio popular de La Plata. La pared despintada, la luz tenue que cuelga de un foco, la foto de Sole en la pared. Un día antes de aquel 29 de agosto de 2013 Javier le había prometido que ni bien termine de revocar la pared de la cocina, iba a hacer unos patys para que festeje sus 18 con las amigas. 

La cocina hoy sigue igual que aquel día. 

Nunca más hubo un festejo de cumpleaños. Ni un festejo de nada. 

Pero la familia Bowers espera. 

Espera que se haga justicia, que el policía Mauricio Sergio Aguilera vaya preso a una cárcel común, que la sensación de impunidad se disipe, aunque sea un rato. Mary dice que tiene esperanzas: espera que la sentencia pueda ayudarla a cerrar una etapa. 

Hace algunos días una de sus hijas le dijo: “Mami, ¿te das cuenta que me estoy riendo más?” 

Limpiando encontró unos cuchillos nuevos, olvidados, sin estrenar. Y se animó a hacer una nueva promesa a sus hijas: “Si el lunes 21 Sole tiene justicia, vamos a hacer un asado y vamos a festejar”. 

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