Por Carolina Mitriani para Pulso Noticias
Un volante de tractor cuelga de un manojo de palos. En un pueblito, un chico jugando al básquet con la camiseta de Manu Ginóbili lo usa de aro. Toma la mano de su hermano para partir de Colonia Dora y que sus padres no tengan que esforzarse por llenar los platos con comida. Al borde de la cancha, Kobe Bryant agarra esas manos que cosechaban alfalfa para felicitarlo. Como en ese entonces, juega con amigos y amor por la camiseta. Sólo existen dos diferencias: la tela tiene estampado el apellido Deck y esa cancha de tierra es ahora un estadio de China en la final del mundo. “Esto es básquet, chango”.
Como en Lima 2019, donde se logró un resultado que tardó 24 años en llegar, la orquesta dirigida por Sergio “el Oveja” Hernández toca una sinfonía digna de Beethoven. El compás es marcado por un técnico que sabe bien cómo llegar a los jugadores y cómo plantarse ante equipos que hacen temblar las piernas de otros. Su firmeza y destreza mental da rienda suelta al talento de jugadores como Facundo Campazzo y Nicolás Laprovittola, una dupla que más de una selección quisiera tener en sus filas. Hernández tiene la receta del éxito: llevar en el corazón a sus dirigidos.
El capitán de la selección argentina gana la pulseada ante las estadísticas. Su documento registra 39 años pero Luis Scola pica la pelota naranja y demuestra que los números son relativos cuando de pasión y sacrificio se trata. “Esto no es un milagro, no es una sorpresa. Habían 22 personas que creían que ibamos a estar acá y es todo lo que necesitábamos, que es el equipo”, declaraba -con voz firme pero esbozando una sonrisa- tras la hazaña frente a Serbia en cuartos de final. Reivindica constantemente el esfuerzo y talento de este grupo que regala despliegues de primer nivel ante los ojos del mundo. En su temple y fuerza se sostiene la historia del básquet albiceleste. El talibán de la Generación Dorada marca los tiempos de un equipo que parece no tener fin para él. Los aros de tres continentes fueron testigos de su magia y su destino es incierto ante una cita tan importante como la del próximo año. Tokyo 2020 aún espera la confirmación de su quinta y última función olímpica para renovar el sueño de coronarse de gloria como en Atenas. “No le tenemos miedo a nadie”, recuerda, por si no quedó claro en el oro panamericano y este gran torneo que se escapó en una final de lujo.
En China se repite el ya clásico show de los aplausos, un ritual que sirve para recordar al compañero que tiene a alguien al lado, que tiene quién lo sostenga y siga el ritmo. Es lo que se multiplica en cada rincón del país donde esta fiebre mundialista despierta ganas de picar la pelota naranja en un club. Es reflejado en cada lágrima esbozada en horario de oficina, en cada abrazo en China, en los ojos de la abuela de Gabriel Deck mirando desde el pueblo cómo su nieto cumple un sueño, en cada termo de mate a la madrugada, en cada persona que olvidó su nacionalidad para rendirse ante la locura de este equipo. Un grupo de amigos que juega con talento y coraje. Un conjunto que se ganó el respeto de las potencias mundiales, el miedo de los invencibles y el corazón de un país.
Suena cumbia en el vestuario, las sonrisas siguen su ritmo en el segundo escalón del podio. Se respira orgullo y básquet de primer nivel en Argentina. Luis Scola, Facundo Campazzo, Patricio Garino, Nicolás Laprovittola, Gabriel Deck, Luca Vildoza, Marcos Delía, Nicolás Brussino, Tayavek Gallizzi, Máximo Fjellerup, Agustín Cáffaro, Lucio Redivo. Ningún jugador en actividad de NBA, siete debutantes en mundial, cuatro en su segunda participación y un capitán con cinco torneos en su espalda revalorizan la historia que construye El Alma. “No perdimos la final, ganamos la plata”.
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