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Mi última nota para Villa San Carlos Gorostieta

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Mi última nota para Villa San Carlos Gorostieta

Homenaje a quien dejó este mundo pero que seguirá en la memoria de “Los Villeros” y en buena parte del fútbol regional. Carlos Gorostieta, el DT y amigo adoptado por el “Cele” luego de nacer en el hornense Capital Chica. En tus ojos de cielo mirabas a las almas sin distinguir dinero, color o religión

Por Gabriel “Colo” López

Sin apuro. Así como vivió él, me siento a escribir para Pulso Noticias, eso que él tanto tuvo: tacto humano, valor para vivir, sintiendo que sus fuerzas llegarían a alguien.

Se fue Carlos Alfredo Gorostieta, bah, se sacó el traje luego de su fenomenal actuación en el fútbol y en la sociedad, con su familia y vecinos del hornense Capital Chica.

En 1998 tomó el cargo de DT de la reserva. Llegaba así a Berisso para no irse mas en la memoria en un club que se asemejó tanto a él que pareció el club hecho hombre. Sin embargo, nació en Bavio y se crió en Arana donde a los 18 manejaba “una cuadrilla de hombres bravos”. Allí era “El Vasco”. Su espíritu cultivado, capaz de mirar las cosas desde distintos puntos de vista incluso con las nuevas generaciones a las que trataba con afecto hasta sus últimos días, fue la mejor nota en una vida sin secundaria ni otros títulos. Y ser bueno del corazón se tradujo en el aliento de la hinchada Celeste que no sabe regalar elogios porque sí: “ole, ole, oleee, Gorooo, Gorooo”.

No hacía falta que salieran de sus labios sermones, bastaba con el abrazo y un qué te anda pasando. De alma a alma y sin intermediarios. 

Amanecía 2002 y Julián Camino se iba contratado a Temperley. Fue cuando tomó la Primera y en seis meses ya estaba con su cara de hombre mayor, canoso y nariz de punta colorada, llorando en un abrazo de campeones con el 2 tremendo Gastón Villalba quien fue su pollo, unos días antes de que llegue Mauro Raverta.

En 2005, después de decenas de entrevistas que eran gozosos instantes, fui testigo del soleado domingo en que lo llevaron en andas cuando cerró su ciclo con un empate en la vieja cancha berissense, donde el “Viejo” solía salir a los partidos oficiales con los botines puestos. Solo se iba a levantar -cigarrillo entre dedos- si el equipo no movía el cuero.

“Mas allá de los resultados, acá estamos para ayudar a la sociedad” me dijo cuando le hablé de una prueba a un pibe que estaba en un instituto de menores (había jugado en Vélez y el vicedirector de esa cárcel quiso darle una chance).

Villa San Carlos, con Gorostieta, fue un regalito de la fe. Primero, demostrando que es toda cura es posible (llegó al club luego de superar una enfermedad). Y la fe solo depende de creer, como le hizo saber a sus muchachos, que jugaban por el viatico y en su gran mayoría llegaban desde La Plata (en su camioneta llegó a subir hasta nueve y a aquel picante 5 Hermosilla lo subía en la caja trasera con moto y todo).

Envejecido, no se privó de mirar y sufrir hasta la última campaña del ascenso con Vivaldo.
Todos de pie en este escenario del mundo. Hay que despedir al maestro con alegría por haber completado su ciclo. El cuerpo se saca como una camiseta y el alma seguirá siendo única por algún otro rincón donde se requieran de personas buenas.

Estaba fijada la fecha del 5 de agosto de 2019 (su nacimiento fue el 10 de enero de 1942). Se fue un día después del cumple de Estudiantes, donde llegó a ser campeón de reserva. Ese cuento del fútbol con los botines Sacachispas (¡justo el nombre del rival al que le ganó la final en 57 y 1!) que le contó a sus tres hijos: Daniela, Walter y Juan Manuel.

No hace tanto que en la Toma de Agua donde funciona el Museo 1887, los fanáticos le dedicaron un mural, lo que en verdad debe hacerse con la gente: reconocimiento mientras se vive.

Sus nietos, su mujer Agueda (partió antes) y su madre Antonia (que con 80 años aguantó aquel partido inaugural del Estadio Unico) terminaron siendo de Villa “San Carlos”. Por algo el club lleva este nombre, el de un santo de carne, pizarra y botines embarrados, repartidor de huevos y de consejos solo al que se lo estuviera pidiendo.

Y como dijo Máximo Randrup en su libro “7 años. La Epopeya”, esta institución de barrio fue una novela, que estuvo en ese tiempo zafando en una Promo y luego desembarcando en el Nacional, empatandole allá en la Garganta del Diablo al mítico Independiente.

“Me voy a quedar a dormir en el vestuario”, me susurró cuando se venía uno de esos grandes logros… una especie de promesa de Carlitos. No sé si la cumplió. De lo que estoy seguro es que pasó entre nosotros para dejar un ideal de vida.

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