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jueves 28-03-2024

Milena Salamanca: “El escenario es un espacio de poder, y lo utilizo”

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La artista platense, revelación de Cosquín por su voz y su danza, presenta este jueves su segundo disco en Buenos Aires. En una entrevista íntima con Pulso Noticias, habló de su crecimiento, de lo que implica hacer música hoy, de la crisis y del feminismo

Llegando a La Salamanca, sobre calle 60 esquina 10, hay algo que no cuadra. Los carteles de obra en construcción ladean edificios de seis o siete pisos, con balcones espejados y cocheras electrónicas. La metamorfosis urbana proyecta su sombra sobre las pocas casas bajas que resisten el avance del negocio inmobiliario. Entre ellas, La Salamanca, peña y hogar de Milena y su familia, se constituye como una de las esquinas más tradicionales de La Plata, en su continuo viaje a las raíces de la música y la cultura, pero también como memoria de una ciudad que ya no es.

Adentro, Marta, la mamá, barre y ordena mientras los músicos prueban sonido. Mate en mano, Milena le cuenta a Pulso Noticias sobre sus propios cambios, que la llevaron a buscar un lado más personal e íntimo en la música y que se trasluce en su segundo material discográfico, que presentará este jueves a partir de las 21 horas en Buenos Aires (Caras y Caretas, Sarmiento al 2037). “El disco expresa lo que soy, lo que quiero. Por eso le puse Milena, porque es donde más transparente me veo, con toda la exposición que implica cantar lo que sentís, mostrándote tal cual sos”, asegura la joven sobre el Cd, producido por Raly Barrionuevo, que cuenta con composiciones propias, candombe rioplatense, zambas, chacareras y ritmos varios.

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Con 25 años, la cantante que fue la voz revelación de Cosquín a los 18 y que volvió a ganar el mismo premio, pero con la danza, en 2017, se mueve entre sillas apiladas, parlantes y amigos con el aplomo de una artista experimentada. Repasa su carrera, cuenta confidencias, habla de su padre, de la situación del país, de sus amores y angustias casi sin pedírselo. Solo faltan los bizcochos. Alrededor, el salón continúa con su vorágine, preparando el show de la noche. “Mis viejos son unos guerreros, están todo el día trabajando. No conocemos lo que son las vacaciones familiares, ¡las veces que les he pedido que nos tomemos unos días y nos vayamos a la playa!”, cuenta Milena entre risas, y agrega: “Sabes los lugares que he visto abrir y cerrar? Cuesta mucho sostener un espacio y ellos hacen que funcione. Mi mamá… mi mamá es una luchadora”.

El descubrimiento

En 2012, los medios de la ciudad se hacían eco de su triunfo en el escenario de folklore más importante del país como Revelación en el rubro Mejor Solista Vocal Femenina. Tenía solo 18 años y aún no había decidido su camino, pero lo que empezó como “un juego”, terminó por empujar su carrera. “Ganar en Cosquín implicó muchas cosas: de pronto todos me conocían. Yo, sin embargo, no lo viví como algo tan extraordinario. La gente esperaba que yo me emocionara, pero fue algo bastante natural y eso los decepcionaba”, recuerda con una sonrisa.

Es que ella, en realidad, quería bailar (“la danza siempre fue mi pasión”), y por eso la Revelación del año pasado tuvo un color distinto: “Cuando gané el mismo premio pero por la danza, y en colectivo, fui más consciente. Trabajé por ello, me esforcé, quería ganar y sentía que me lo merecía. Realmente lo disfruté”. Hoy continúa bailando a la par del canto, da clases y vive de ello.

Crecer y plantarse

En 2017, sobre el escenario de Cosquín, intervino su propia presentación acompañando la voz de Soraya Macoñia, vocera y miembra de la Resistencia Cuchamen, que relataba la brutal represión que sufría el pueblo mapuche en el sur. Aún no había desaparecido Santiago Maldonado. Ella recuerda: “La decisión de hacerlo la tomé sola, mi entorno no estaba de acuerdo. Pero sentí que tenía que hacer algo, decir algo”. En sus viajes por las peñas del país, Milena se alojó cerca de la zona del conflicto y vio la desesperación de esa gente, en las lejanas tierras del sur.

En algún momento del camino que confluye en su nuevo disco, Milena empezó a separarse de lo que esperaban de ella, y a tomar sus propias decisiones. “Yo era la chica buena, que me sacaba todos diez, y hacía lo que esperaban de mí. Pero nunca era suficiente. Eso me generó rispideces con mi papá, aunque ahora estamos bien. Me di cuenta que hacía todo por agradar, y no estaba haciendo lo que realmente sentía”, aseguró.

En su cotidianidad, entre la facultad, las clases que toma y las que imparte para ganarse la vida, va surfeando la crisis y asentando sus posiciones: “No sabés lo difícil que es hoy estudiar, trabajar, poder mantenerse y encima sacar un disco. A los estudiantes nos está costando demasiado, realmente quiero que esto estalle, que la gente abra los ojos. No se puede más así”.

Esa forma de ver el arte, y la vida, la acercaron al feminismo. Con el movimiento de mujeres le pudo poner nombre a las cosas que siempre vio y no le gustaron, dentro del folklore y fuera de él. Con el pañuelo verde atado a su muñeca, afirma: “A veces me preguntan si milito. No, aún no encontré ese lugar donde diga quiero militar esto, acá. Tal vez algún día lo haga, pero sí entiendo que el escenario es un espacio de poder, y lo utilizo. Para decir lo que quiero decir, para intervenir y sentar posición”.

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