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martes 14-05-2024

Duelen las palabras y los golpes

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Por Cristian Prieto* para Pulso Noticias

O cómo salir ilesx del patriarcado

Volver al barrio después de toda una jornada escolar en el instituto de oficios siempre me reconfortaba, pero la vuelta esta vez sería todo un tema. El bondi que me tomaba desde el colegio hasta mi barrio en la ciudad de Bahía Blanca tardaba unos cincuenta minutos. Me dejaba a tres cuadras, donde por el camino se me complicaba por los perros que siempre salían a ladrar. La 501, con pronombre femenino porque es La Línea 501, estaba llenísima y siempre había mucho apretujón. Con los años conocería la tan mentada apoyada como concepto. Ese día no me había dado cuenta de la insistencia de un hombre adulto en quedarse detrás de mí, franeleándome mi adolescente culo. Al bajarme ese hombre me dijo que tenía un culo hermoso, que era de mina y que me invitaba a ir a los yuyos, que el tema lo resolvíamos en unos minutos. Yo no entendía muy bien qué era lo que me estaba diciendo, pero sentí mucho miedo. Tenía 13 años, en la ciudad más fascista del sur de la Provincia de Buenos Aires, mi vida corría peligro, pero pude contarlo.

Con los años me vine a estudiar a La Plata y mis primeros encuentros con otros varones gays los concreté mediante el chat gay La Plata Vive. Siempre a escondidas, porque los amantes de turno no querían levantar sospechas sobre su sexualidad. Un día cualquiera, invité a un pibe que llegó en su moto. Franeleamos y me pidió que le hiciera sexo oral, a lo que le dije que no. Me agarró de la cabeza llevándomela a su pene, se puso violento y me dijo: acá el puto sos vos. Cuando logré tomar coraje lo saqué de mi casa amenazándolo con que iba a llamar a los vecinos. Estas anécdotas parecen de un blog noventoso que habla de los acercamientos entre hombres intentando relacionarse, pero hablan del odio a lo femenino entre los varones: quién es el afeminado, el pasivo, en definitiva, el puto.

A muches lo que nos ha propiciado el feminismo es hablar en primera persona. Y en consecuencia no dejar que otros hablen por nosotres. Ni políticos, ni referentes sociales, ni sacerdotes, médicos ni opinólogos. El yo soy se ha instalado en nuestras agendas, en nuestras vidas y proyectos colectivos.

Puto siglo XXI

No deja de resonarme el relato que leí hace unas semanas de Claudio Eberle, sobre su amiga a la que apodaban “La Dana de Nueva York”, quien falleció luego de un ataque epiléptico, y cuya vida estuvo atravesada por el odio hacia su femeneidad galopante. Como el ataque a Hermann Muller en la mañana del 23 de julio, a quien sorprendieron de una patada en la cabeza en una calle de la city platense, claro está por “puto”. Y el fin de semana último de julio, otro ataque de odio a Cristian Uscamayta Curí al grito de “bolita y puto”. Cristian en su muro posteó ese mismo día: “Duelen mucho las palabras y que te caguen a trompadas”.

Podría continuar con más relatos o con la indignación que sólo corre por las redes sociales, ya que pareciera que es el único canal en donde fluyen nuestras denuncias, porque el Estado ya no es un interlocutor válido. También podría buscar las estadísticas de los ataques de odio por nuestras identidades de género y orientación sexual (en 2017 se reconocieron 103 crímenes de estas características desde el Observatorio Nacional de Crímenes de Odio LGBT, de la Federación Argentina LGBT), y seguro caería en la cuenta de que no estamos exentos a los odios en este contexto de lucha feminista en las calles, en las camas y en las casas. O podría escribir sobre todas las instituciones que deberían actuar para que esto, primero, no ocurra, y si ocurriese, qué otras instituciones deberían hacerse cargo.

Pero no voy a hacer nada de eso, porque creo que es un momento donde tenemos la posibilidad de mirar esto que sucede más allá de las instituciones. Lo cual no significa dejar de mirar las responsabilidades de todos los actores sociales, sino superar la mirada estrictamente formal para pasar a la acción. Porque, como le pasó a Hermann cuando quiso hacer la denuncia ante la Policía y no lo escucharon o lo ningunearon -como suele pasar cuando las mujeres intentan realizar una denuncia sobre violencia de género en las comisarías de la mujer o, peor, cuando en los operativos en la zona roja les plantan evidencias a las travestis para llevárselas detenidas- la respuesta no va a estar nunca en esa institución. La respuesta puede encontrarse con otras hermanas, tejiendo redes de solidaridad. Redes de cuidado y autocuidado, redes que nos lleven a sentirnos seguras y a sabernos juntas en las noches donde el rocío huele a odio.

Quienes portamos deseos que no se condicen con la heteronorma sabemos lo que significa vivir con estas expresiones. Cada golpe que leemos en las noticias nos resuena a nuestras crianzas, en nuestros primeros pasos en la vida, donde se hacía todo lo posible para que no seamos nenas en el caso de que fuéramos nenes, nenes en el caso de que fuéramos nenas, o no fuéramos lo indescriptible, lo indeseado o detestado. Pero ni los golpes, ni las expulsiones de nuestros hogares, ni la burla permanente ni el palo en la cabeza a la Danna nos quitaron, nos quitan ni nos quitarán lo puto.

Me encuentro con Cristian en un café céntrico de la ciudad y aparece con el ojo negro. Lo saludo y le digo Cris, de una, como nos llaman a los que portamos este nombre. Intento, en el devenir de la charla, no preguntarle lo obvio, el relato de los hechos una y otra vez. Pero él comienza con el relato de los hechos. Me dice que aún le quedó el miedo impregnado en el cuerpo y que nació en La Plata, que todo esto fue por portación de rostro del norte y por puto. Además me cuenta, como en el confesionario, que cuando está un poco tomado se le nota lo afeminado en la voz y en el caminar, como dando cuenta del porqué del ataque.

Hermann llegó después de un par de días que no pudimos encontrarnos a un resto de diagonal 74. Me pide disculpas por las otras veces que no lo logramos y me comenta el derrotero por los medios masivos de comunicación, el encuentro con el intendente Garro y que esa semana tenía dos sesiones con su psicoanalista. Cuando me cuenta los hechos me dice que no puede creer lo que le pasó y se le llenan los ojos de lágrimas. Hermann es del partido de Lincoln, hace ya varios años vive y estudia en La Plata. Viene del radicalismo, participó activamente de la campaña que llevó a la alianza Cambiemos al gobierno y dice estar absolutamente arrepentido.

“Este es puto y hay que matarlo”, fue la sentencia a las siete y treinta de la mañana del 23 de julio ante la presencia de Hermann. Me lo hicieron “por portación de movimiento de caderas”, me dice ya un poco más distendido. Por todos los medios de comunicación Hermann dijo que la causa ganó un nuevo activista LGTBI, que nunca había ido a una marcha del orgullo porque creía que no era necesario, que ya estábamos incluidos. Pero no. Hoy reflexiona y dice que no puede ser que no exista un lugar donde la comunidad pueda asistir para pedir información y asesoramiento, ante todo contención.

En la investigación sobre la persecución y espionaje a la comunidad LGTB impartida por la ex Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (Dippba), durante los años de su existencia (1955/98), pudimos dar cuenta de que la identidad de género y orientación sexual eran causales de persecución. Que la maquinaria burocrática de la Policía invertía en el espionaje de la vida de las personas y que la orientación sexual siempre fue un detalle que podía ponerse en juego a la hora de conseguir lo que se buscara, que era un atenuante para desprestigiar a cualquier persona y además una expresión de odio no exclusiva de la fuerza, sino ponderada por una sociedad civil que denunciaba a los pederastas, homosexuales, mujeres hombrunas y a los travestis. El pensamiento lógico aquí nos diría que en las fuerzas de seguridad sólo hay odio, represión y que forman parte de los malos de la película. La cuestión es cuando el odio por nuestras identidades viene de parte de la misma sociedad que construimos día a día.  

Me animaría a decir que la mala de la película es el Patriarcado: este sistema de vida que en general nos hace a todxs infelices, y en particular se cobra vida en los travesticidios, femicidios y crímenes de odio, como para nombrar los ejemplos más extremos. La diferencia en estos últimos años, y en concreto este año con la nombrada cuarta ola feminista, es que está cambiando la mentalidad, porque está cambiando el paradigma de la víctima. La víctima ya no se viste con su falda larga y se desmaquilla para no parecer otra cosa, las víctimas ya no queremos serlo más y para eso no queremos tener que ir demostrando que lo que hicimos antes de los ataques fue causa de ellos.

Quienes de niños nos hemos interpuesto ante la mano maltratadora de nuestros padres hacia nuestras madres, quienes nos hemos adjudicado la responsabilidad de haberles propiciado un rouge rojo a un amigo de la infancia, quienes se han enfrentado a la calle desde la niñez utilizando sus cuerpos para la subsistencia diaria somos quienes nos hemos hecho cargo de esa parte de la sociedad que nadie había querido ver. En la actualidad, la oscuridad invade la noche y nuestros corazones, porque de ella formamos parte y es hora de hacernos cargo. La clave está en no entender la violencia entre malos y buenos, sino entenderla como parte de lo que somos. En ese marco, el autocuidado y el cuidado entre pares es esencial para la conformación de una nueva subjetividad de cómo pensarnos como seres humanes. Debiéramos partir de la base de que nuestras existencias valen por sí mismas, porque son expresiones propias del universo y la sociedad.

La política de la identidad ha sido trascendental en un momento histórico, porque nombrarnos putos, tortas y travas ha sido esencial para nuestra visibilización. Llega el momento en que en medio de esta crisis de identificaciones armemos grupas con personas que estén viendo lo mismo. El cuidado de nuestras vidas se hace urgente: el cuidado hacia otres también. La amorosidad tiene que ser un valor en nuestros espacios donde transitamos, no sólo los eminentemente políticos: organizaciones sociales, políticas, organismos de derechos humanos, espacios culturales, espacios que cuidan a la niñez; sino todo espacio por donde transcurramos: grupos de estudio, grupos de viaje, compañeros de trabajo, vecines. La amorosidad cambia el lugar de la oscuridad y nos potencia ante la violencia.

Duelen las palabras y los golpes, como dijo Cristian. Duele sabernos indefensos e indefensas, duele sentirnos solos y solas, duele que no nos tengan en cuenta, duele el entorno que no nos abraza. Por eso la salida no es una sola, pero podemos consensuar que juntes será más liviana. Hay grupos de mujeres cis, de lesbianas y maricas para aprender la autodefensa. Hay grupos de reflexión de varones cis, que también están buscando nuevas formas de existencia, hay grupos que trabajan en las denominadas terapias alternativas para mirarse adentro, para desnaturalizar las prácticas previamente guionadas que ya no tienen relación con nuestro presente. Hay amigas con grupos de WhatsApp donde se avisan si están bien, si llegaron bien o si su cita va por una rienda tranquila. Y hay otras generaciones que piensan cómo envejecer en lugares de cuidado reales y no hegemonizados por el negocio de la vejez.

Mi experiencia en el año 2017 en el Liceo Víctor Mercante ocurrió en el taller optativo llamado “Mariposas Guerreras”, donde pudimos trabajar con les adolescentes sobre las miradas hacia nuestras vidas y caímos en la cuenta de la autoestima tan maltratada en la que transitamos, tan tirada de los pelos en contra hasta de los propios deseos. Las nuevas generaciones ya no tienen en sus genes la misma opresión de otras. El deseo despierta, las identidades fluctúan y es imperioso que los contextos se amolden, o que les chiques lo hagan por sí mismes, pero siempre siendo protagonistas.

Por eso es necesario trabajar en la autoestima y empoderamiento de algunas personas, y en el desempoderamiento y deslegitimación de otras. Porque, lamentablemente, los golpes continuarán, pero podemos pararnos de otra manera ante ellos.

 

*Periodista, investigador y escritor.
Autor de “Fichados. Crónicas de amores clandestinos”, editorial Píxel 2017.
Co – Fundador del Colectivo de Varones Antipatriarcales (Año 2009)
Trabaja en Programa de Investigación, Comisión Provincial por la Memoria.

Somos un medio de comunicación cooperativo que se conformó luego de los despidos ilegales en el diario Hoy y en la radio Red 92 de La Plata, sucedidos a principios de 2018.
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