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viernes 08-11-2024

Un especial adiós, como quería Cacho Delmar

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La ciudad esperaba su famoso partido, “el que salva el año”, como suele decir la tribuna en su juicio apasionado. Antes, a cuatro cuadras de la Catedral de La Plata, mucha gente que tiene adoración por el mismo fútbol en azul y blanco, tuvo una cita de honor. La reunión que daba valor a la vida misma, que rinde honores a un buen amigo, a un marido y padre muy cariñoso, a un comerciante y dirigente de fuste, pero sin la fusta que presionara a nadie: Héctor Atilio Delmar, “Cacho”, el que hablaba cinco idiomas y uno que es universal, el del amor, la paz, la felicidad

Por Gabriel “Colo” López, especial para Pulso Noticias

La última historia de Cacho Delmar dirá que se venía el clásico y sus amigos se reunieron a despedirlo. En algún momento, quien aprendió y valoró la lección, recitó de sus labios aquel dicho del cinco veces presidente: “somos rivales, no enemigos”. Ya no está, y sin embargo parece que su haz de luz continúa dando señales. Desdramatizando. Solo pensando en cómo poder mejorar. Y poner todo en ello.

Hace un año y dos meses que el famoso Delmar no está. La ceremonia religiosa que organizaron sus hijos en el cementerio Parque del Campanario, en Florencio Varela, puso sus cenizas en el sitio exacto del sepulcro que tuvo su amada esposa, María Nélida Amado, “Porota”. Fueron momentos de intimidad, donde cada uno podía ver quién fue y qué le había pasado con Cacho. Los presentes se conmovieron cuando se interpretó el Ave María por el tenor Rubén Darío Martínez (treinta años de trayectoria en teatros del país, y -dicen- que muy tripero).

Después, el reencuentro siguió en La Plata, en la última casa que habitó Cacho, hasta los 93 años, al cuidado de su hija mayor, Graciela Delmar, la misma que lo acompañó en los emprendimientos comerciales y en la institución. Y estuvieron las amigas de Graciela y de Ana María, que también fueron (son) amigas de Cacho.

La reflexión se sentó a la mesa familiar, en tiempos donde la sociedad aún anda recuperándose y viendo cómo continuar después de los estragos del coronavirus. Primos, hijos, nietos, sobrinos. Pareció que Cacho volvía a estar en ese cálido hogar, donde el dolor -que fue cruel en octubre de 2020- mutó y giró hasta ver la esencia, como la verdadera flor espiritual que cada alma es. Y floreció la ternura en cada anécdota, en los gestos, en los últimos llantos de Josefina del Castillo, la nieta que nació antes de que Cacho sea el hombre elegido por todos los triperos, sin urnas, por su condición de caballero, por su prolijidad y su amor al club.

Ana María (su segunda hija), Fernando y Josefina (dos nietos)

Los amigos estuvieron brindando en su memoria, honrando la vida. Muchos como Cacho fueron parte de este conglomerado social, de relaciones que llevaban más de setenta años de confianza. Y también se notaron esas ausencias: Abel Román, el ex intendente del Centenario (por él estuvo Andrés Román), Hugo Barros Schelotto (por él hubo otra representante familiar, María Carolina, hoy diputada provincial y querida amiga de Cacho y de toda la familia).

Cacho en 2016 fue declarado Ciudadano Ilustre y este año esa distinción llegó para otro dirigente Mens Sana de pura cepa, italiano de Salerno, don Francisco Gliemmo, quien fue parte del andamiaje de una Comisión Directiva que hizo historia en el Decano del fútbol de América. Los que firmaron la unidad y la tranquilidad institucional cuando volvía la democracia.

En el adiós a Cacho, quiso el destino, el fútbol se puso otra vez adelante, con el vecino Estudiantes. Cacho fue vitalicio de los dos. ¡Gente de otra generación! “¿Cómo la ves mañana?”, cruzó la pregunta Esteban Chumbita, otro ex dirigente. En la mesa, en las paredes, en el pasillo, corrió el aire del misterio futbolero. Alejandro Feysulaj –compañero de Cacho en los últimos años de presidente- opinó con fortaleza de tripero y el tema fue como un hormiguero recién pateando, saliendo mil recuerdos. De calle 12 y 48 el alma pareció viajar en un minuto al Palco de 60 y 118, el “René Favaloro”, ese amigo que abraza a Cacho en un cuadro que está en la cabecera del living.

“Me acuerdo del gol de Pedrazzi a Islas”, salió con orgullo Pancho Terrier, testigo y alma mater de los cinco mandatos de su recordado amigo. “Nunca supe si Gabriel le quiso pegar al arco realmente”, dejó sembrada la duda el doctor Miguel Iturrería, jubilado del estudio de abogado pero nunca de su pasión azul y blanca.

Esa mesa parecía tener a Cacho, aunque no se veía, pero ahí estaba. ¡Seguro que estaba! Los tiros libres de Villazán y de Merlini (2-1), los  dos penales de Russo (2-2) y los que salvó Moriconi como sentado en un banquito en el arco de calle 55 (un 1-1 y triunfo por penales). Los sacrificados años ochenta, que tuvieron un correlato de club modelo en los noventa, con el 3-0 en el Bosque, aquella tarde de verano de 1998. Veintidós clásicos lo tuvo a Cacho como presidente, aporté, como investigador del libro que está ya en su tramo definitorio antes de la publicación. De esa serie de partidos, Gimnasia es ganador por amplia mayoría.

Es un tramo del país y de la ciudad que Cacho caminó, arrimándose a su propio centenario. La vida sencilla del hijo de un inmigrante español, que gustaba jugar al básquet, ir a la colonia en los años de El Expreso del ’33, comerciante visionario y político de raza que fue capaz de tener en un mismo espacio (la cancha o una fiesta aniversario) a funcionarios y candidatos, de los peronistas y de los radicales.

Francisco Gliemmo, (recientemente declarado Ciudadano Ilustre de La Plata) brindando en memoria de Cacho Delmar

“Cacho tenía un gran optimismo”, acertó Gliemmo, mientras los tres hijos y parte de los nietos se disponían a atender a los invitados. “El afecto de Cacho por ellos era grande”, observó en esta despedida presencial Javier Sequeiros, un primo de La Boca, descendiente de la sangre materna. Marcelo Delmar se impregnó a la ropa del familiar en un abrazo para toda la vida y una frase con chanza de tablón: “¡Nos seguís queriendo a pesar del 6 a 0 en La Bombonera!”.
El hijo de Cacho, a sus 60 años recién cumplidos, hizo una elegía y deseó salud para todos, como tuvo Cacho en abundancia, ya que “hasta los 70 se ufanaba de entrar a los hospitales pero para hacer visitas, él nunca entró a un quirófano!”.

“Vamos a recordarlo siempre”, aseguró Graciela Delmar, quien cubrió con el banderín de Gimnasia el cofre con las cenizas del amado ser querido. La misma hija que junto a sus padres formó parte de los años dorados del negocio, ya sea en los arreglos de ropa femenina y en la organización de desfiles de calidad internacional.

Ana María Delmar hizo otro poco eso que tan naturalmente le salía a su padre. Pararse delante de un grupo y contar historias risueñas de algunos viajes. Cuando los tres hijos eran adolescentes, Cacho había logrado vestir al personal de Aerolíneas Argentinas.

Amigos de distintos lugares se dieron cita en este especial adiós. Uno de ellos fue Manuel Dieguez, un porteño, sanlorencista, ex gerente hotelero que junto a su señora compartió las vivencias de un año en el que Cacho –ya jubilado y sin corridas por el club- apareció en el Sheraton Porto (Portugal). Almorzaron en uno de esos restaurantes que se suelen catalogarse de “favoritos” y lo acompañaron a cumplir un sueño: llegar al santuario de la Virgen de Fátima, en Lisboa.

La vida de Cacho nunca se detuvo. Ni cuando lo amedrentaron. Ni cuando por los mismos avatares de la economía no terminó bien. ¿Por qué habría de avergonzarse? “No te preocupes, seguí trabajando, empéñate, así las cosas vendrán”, decía con armonía en su mirada y su voz. Tenía experiencia de sobra: de estar en la cúspide comercial quiso vender vinos y corbatas y no echarse en quejas ni culpas. Los nietos absorbieron desde pequeños ese mensaje, esos que hoy están en los treinta años y cuando recién salían al juego de la vida tenían al abuelo en TV o en los diarios, mientras el Lobo daba espectáculo y con el director técnico que una vez sugirió, Carlos Timoteo Griguol.

Cacho era la personificación del que ve siempre el medio vaso lleno. Así llegó a ser Presidente con 83 años. Así fue siempre, en todos los terrenos. El sábado, antes del último clásico, vibrante, alocado, parece que el que más veces fue Presidente estuvo otra vez por su ciudad. Sí, aunque ya no se lo pueda ver ni tocar, parece que anduvo contagiando su calma y su alegría. Desde que dejaron sus restos hasta el último abrazo. Cabe ponerle un término futbolero, Cacho “salió de gira”, como hacía con la Selección Nacional en tiempos de Bilardo, Basile o Passarella. O cuando aterrizó con el viejo amigo Roberto Vicente en el debut internacional, del otro lado de la cordillera o cruzando el charco.

Sabe de ganadas, perdidas y empatadas, de partidos de fútbol con finales felices y de los que terminan mal. Ojalá pudieran verlo en el Bosque. Después del cuatro a cuatro, cuando parecía ganancia segura, Cacho aparecería por el vestuario, saludará al árbitro y luego se quedará ahí, entre vapores de la ducha del vestuario local. “Hay que apoyar a los jugadores”. “Vamos Gimnasia”. Tal vez ya estaría pensando en un asado en Estancia. En la vida siempre se vuelve a empezar. Depende de la actitud, esa que tenía Cacho Delmar.

Graciela Delmar y Marcelo Delmar, con una prima materna de Cacho, nacida en La Boca.
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